domingo, julio 25, 2004

LO QUE ME TRAJE EN LA ALFORJA

Por fin me hallo en mi pobrecita casita mexicana, con mis dos orejas en su sitio y mi nariz donde corresponde. La noche en el Holiday Inn Plaza Dalí de México Deefe resultó agradable, a pesar de que por el desbarajuste horario sólo pude dormir cuatro horas. Por la tele me tragué un documental sobre Neruda y una película italiana con Ben Gazzara y una ragazza de muy buen ver que no desperdiciaba ninguna ocasión para espatarrarse y lucir muslamen, pechuga y colita de pavo. El charco lo crucé junto a un simpático alicantino de sesenta años. Viajaba con su esposa, una oronda mexicana prietita treinta años más joven, y los dos retoños habidos de su amor: un niño de siete y una chica de trece, morenitos también. La familia viajaba... con 230 kilos de maletas. ¡Y luego se quejan de mí los abyectos taxistas españoles! En Madrid le exigieron que descargase de algunos kilos una de las maletas, que rebasaba el peso permitido por viajero (50 kilos en vuelo internacional; 25 en vuelo nacional), y el hombre, con el alma rota, tuvo que desprenderse de tres kilos de caramelos pictolines.

Yo no cargaba caramelos pictolines, pero sí películas en deuvedé, algunos libros y algunos tebeos.
—Trae usted muchos libros —observó el guardia que me revisó la maleta en la aduana de Juárez—. ¿Son de muestra?
Quizá me había visto cara de vendedor de Avon y pensaba que los tebeos eran catálogos de potingues para la piel.
—No, son para mí.
—¿A poco son para leer? —preguntó educadamente.
—Ya ve usted, es que soy maestro.
El guardia aduanal me dirigió una mirada de extrañeza.

En México se lee tan, pero que tan poco (maestros universitarios incluidos) que cualquier persona que tenga quince libros juntos en su casa ya puede presumir de tener una gran biblioteca y ganarse una buena reputación en el vecindario.

Como hoy no tengo las neuronas muy bien puestas porque estoy recién llegado, sólo voy a hacer una relación de lo que me he traído de España  para mi solaz durante los próximos seis meses. Queda pendiente de envío desde Murcia una cajota llena de más libros y tebeos, entre los cuales vendrán los tres primeros tomos de las obras completas de Pérez Galdós. Pero de esto hablaré otro día.

Películas en deuvedé: la serie Yo, Claudio, en seis discos; El guateque, de Blake Edwards; El ángel exterminador, de Luis Buñuel; París, Texas, de Wim Wenders; La diligencia, de John Ford; Mullholland Drive, de David Lynch; Amarcord, de Fellini; Sed de mal, de Welles; El perro del hortelano, de Pilar Miró; Con la muerte en los talones, de Hitchcock; El viaje a ninguna parte, de Fernando Fernán-Gómez; La pianista, de Michael Haneke; Tener y no tener, de Howard Hawks; El más allá, de Masaki Kobayashi; La caída de los dioses, de Luchino Visconti; Bodas de sangre, de Carlos Saura; El sur, de Víctor Erice; Rompiendo las olas y Europa, de Lars Von Trier; Irreversible, de Gaspar Noe; Germinal, de Claude Berri.

Libros: el teatro completo de Lorca en cuatro tomitos; una  nueva edición con interesantes notas (ya tengo tres) del libro que estoy memorizando ahora: Veinte poemas de amor y una canción desesperada, de Neruda; El perro de terracota, de Andrea Camilleri; Fin de partida, de Samuel Beckett; Los perros de Riga, de Henning Mankell; el tomo 1 de las obras completas de Galdós y Shakespeare, en Aguilar; Sed de champán, de Montero Glez.

Cómics: el tomo 4 de Los profesionales, de Carlos Giménez; un tomo en italiano con cuatro fumettis de Dylan Dog; el tercer álbum de Bouncer, de Jodorowsky y Boucq; La marca amarilla, de Edgar P. Jacobs; La metamorfosis de Lucio, de Milo Manara; el último número de U; los números 3 y 4 de La edad de bronce, de Eric Shanower; El mediador, de Joe Sacco; la colección completa de Dani Futuro, de Mora y Giménez, en seis revistas editadas por Planeta hace unos años. Y... la caja que vendrá en camino a partir de septiembre.

Bueno, me desconecto. Llego en loor de multitudes, nada menos. Esta tarde, a las siete, queda inaugurado el Festival de Teatro de la Ciudad, y tengo que actuar en el Retablo de la avaricia, la lujuria y la muerte. Vaya coña marinera. Pues eso, a descansar hasta las siete.

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