lunes, octubre 31, 2005

AQUELLA MORIBUNDIA VENECIANA

Esta película continúa siendo venenosamente hermosa. Estrenada en 1971, no ha perdido un ápice de su belleza. Vista hoy, Muerte en Venecia se reivindica como una de las piezas más bellas de la historia del cine en el último medio siglo, y quizá en el siglo entero. Resulta de la intersección de tres genios: Mann ofreció la breve novela, llena de pecados reprimidos; Visconti puso a su servicio una operística puesta en escena donde todo ocurre a gritos de miradas en medio de un silencio ensordecerdor; en último lugar está la música de Gustav Mahler, cuyo adagietto eligió Visconti con tan poca inocencia para esta tragedia, que en el fondo es una tragedia mínima. Tres talentos combinados elevaron al rango de lo sublime cuanto definió con razonamiento wisconsiniano uno de los productores americanos del film durante su estreno en Londres: "Lo que no entiendo es cómo la reina de Inglaterra puede traer a su hija a ver una película sobre un viejo corriendo detrás del culo de un chiquillo" (Dirk Bogarde, Un hombre ordenado. Espasa Calpe. Madrid, 1985, p. 89).

Antes de revisitar la película leí por primera vez la nouvelle de Mann. Precisa y sutil, graciosa y discreta. Las digresiones platonianas fueron recreadas por Visconti mediante flashbacks donde se desarrolla la exposición del único personaje a quien la película permite una exposición de su pasado: el compositor Aschenbach (literato en la novela, inmenso Dirk Bogarde en la pantalla). Son, quizá, el elemento repetitivo más discutible del film, que adolece de cierta presencia por calzador en una película casi perfecta. Leída la novela por fin, creo que nadie discutirá que la película desborda, rellena y perfecciona el delicuescente amor otoñal de Aschenbach. Pocas veces puede decirse que la obra de un genio del cine supera la obra de un genio de la literatura al tomarla como modelo de transición hacia otra clase de estética sublime. Muerte en Venecia, de Visconti-Mann-Mahler es un ejemplo de que el cine puede dar la razón a esos fatuos que insisten en la simpleza de que una imagen vale más que mil palabras.

sábado, octubre 29, 2005

LAS HERMANAS COLORADAS

Llevaba muchos años detrás de leer alguna de las novelas protagonizadas por Plinio (ni el Viejo ni el Joven, el de Tomelloso) desde que en mi tierna y sangrienta adolescencia leí El reinado de Witiza. Cayó en mis manos en edición chafiñol de El Mundo (sólo un luro en el rastrillo frente al Café Bar Ítaca de Murcia) Las hermanas coloradas, y recuperándome como estaba de mi tesiza me la llevé a compartir los whiskies y los cigarrillos en el Itaca.

Plinio fue la gran creación de Francisco García Pavón (1919) que en 1965 inauguró por todo lo alto, mas sin el restallar de botellas de cava champlán, el género policiaco autóctono en España. Digo por todo lo alto porque antes hubo cuentos (protagonizados por el mismo Plinio en los primeros años 50) y mucha novela popular, pero sobre todo, la imprescindible El inocente, novela fundacional de Mario Lacruz que no cuajó más allá del ejemplo puntual de su publicación. La novela policiaca española de verdad, la serie de personajes fijos, la fundó García Pavón con Plinio, jefe de la Guardia Municipal de Tomelloso, que con Los carros vacíos presentó en la alta sociedad literaria de la época a este poli de pueblo, casado y con hija, cuyo doctor Watson es un veterinario muy majo que responde por Don Lotario. Además de algunas recopilaciones de cuentos, a esta primera novela siguieron otras hasta cerrar el ciclo en 1981 con El hospital de los dormidos.

En Las hermanas coloradas, Plinio y el simpático don Lotario son invitados a acudir a Madrid para investigar la desaparición de dos ancianitas de su mismo pueblo, dos mujercitas de costumbres regulares y poco estridentes que un día se disuelven dentro de la geografía de Madrid como par de azucarillos en café con leche. El bueno de Plinio desvelará remotas historias de antiguos amores y frustraciones con el telón de fondo de la represión franquista de un régimen que, en los últimos años 60, ya empezaba a apestar a muerto y nadie podía imaginar un Cuéntame cómo pasó que le sacara pringue de royalties. Ganadora del Premio Nadal en 1970, Las hermanas coloradas es una gozosa mezcla de Simenon y película sesentera de Alfredo Landa, una deliciosa obra llena de ecos transpirenáicos de novela culta puesta al servicio de los paletos más geniales y entrañables de la historia de la novela criminal ibérica. Una gozada absoluta que invita a seguir buscando a Plinio por los anaqueles de las librerías de viejo y nuevo, y a trepar por la cuesta de Moyano como cabra tras el más verde pasto. Y sobre todo, formidablemente escrita. Ya quisiera este gracejo James Ellroy, un señor que en su vida ha oído hablar de oraciones subordinadas (hay que decir que su cuenta corriente no llora por ello).

martes, octubre 25, 2005

THE CORPSE BRIDE (2005)

Hoy me he acercado a uno de los cines de Juaritos para ver The Corpse Bride, segunda película animada de ese niño diabólico y travieso que es Tim Burton. Muchos se rasgaron las vestiduras cuando, recién concluido el primer o segundo Batman (mejor el segundo que el primero, en mi opinión) los de Cahiers du Cinema le ascendieron a la categoría de los auteurs americaines. El film Ed Wood mediante (obra maestra) y otras películas después, el tiempo ha concedido la razón a quienes siempre vieron en Burton uno de los artistas más singulares del cinema usaca y uno de las referencias imprescindibles del mismo en estos tiempos de cólera bélica y azucarillos mediáticos.

No soy la persona más adecuada para juzgar este film, ya que no soy un habitual del cine de animación. A pesar de mi afición por los cómics, no soy aficionado al animé, ni a los dibujos animados ni al cine de animación, ya sea con pretensiones artísticas o sin ellas. No porque lo infravalore, sino porque no, porque el diablo no tocó a esa puerta y tocó a otras. No soy la persona más adecuada para juzgar este film porque lo ignoro en su contexto: no sé qué aporta dentro de la tradición que llega hasta ahora mismo, y no sé hasta qué punto es genial, o no lo es, comparado con, pongamos por caso, Los increíbles o Pocahontas. Como no soy la persona más adecuado para juzgarla, voy a decir poco más del hecho de que me ha gustado.

Tenía ganas de ver un film de Burton (en esta ocasión, codirigido con Mike Johnson). Suelo esperar de él una confusión bien equilibrada de temas góticos hábilmente reelaborados entre los miedos de la infancia y las agónicas nostalgias sombrías de la madurez. En este caso nos presenta una bellísima historia de dibujos animados o de marionetas (no sé si llamarla así, mucho ha llovido desde que yo veía Los Picapiedra hasta ahora, y a mí toda la evolución me ha pasado de noche), basada en un antiguo cuento popular, tan bello que uno lamenta profundamente que Burton haya decidido rodarlo aquí, y no como una película con actores de carne y hueso y una maduración dramática más elaborada, que en sus manos hubiera podido dar una gran película romántica en la estela de Jennie, Sueño de amor eterno, o incluso, por qué no, Somewhere in Time. Porque claro, The Corpse Bride es una película para niños, ideal para este Halloween, pero para niños al fin y al cabo con todas sus concesiones y limitantes. Fantástica recreación de un mundo provinciano y crepuscular, completamente angustioso, la mayor gracia reside en presentar el mundo de los vivos como gris y decadente, mientras que su visión del más allá resulta ser festiva y colorida. A ese colorido contribuyó, no por azar, la evocación que del mexicano dibujante de calaveras festivas, José Guadalupe Posada, hicieron los diseñadores de todos los personajes, dirigidos por el español Carlos Grangel. Grangel y su equipo, bajo las instrucciones de Burton, han levantado un mundo de personajes animados impecable donde, curiosamente, el alegre mundo de los muertos recuerda enormemente toda la iconografía mexicana al respecto, y el mundo de los vivos parece el de la gris y puritana América contemporánea de Bush. Más allá de cualquier fantasía al respecto sobre las siempre forzadas y tirantes relaciones entre estos dos grandes países, y mucho más allá de cualquier lectura sociopolítica al respecto, The Corpse Bride es un film que merece la pena por su poesía inocente y su estética romántica, la historia de una muerta enamorada de un vivo perdido y desvalido que acaba por descender al Hades por el error de haber desposado, sin saberlo, al fantasma de una novia asesinada casi ante el altar que acabará por transformarse en mariposas que vuelan hacia su añorada luna del mundo de los vivos. El tema de los vivos que regresan del mundo de los muertos es viejo como el hombre, y hasta Burton se permite de manera genial e casi imperceptible un emotivo y contundente homenaje a la separación final de Orfeo y Eurídice narrada por Ovidio en sus Metamorfosis. Pero al revés: en The Corpse Bride, Orfeo será ella, rebajándose a descender al mundo de los vivos para conseguir su amor.

Divertida y emotiva de principio a fin, quizá la única falla (o mayor acierto) de esta película estribe en el carácter infantil o adolescente del mismo público al que va dirigida. Quizá esto no sea un defecto en sí mismo, pero, como he dicho antes, no soy el más adecuado para juzgar esta película en su contexto. Más información, de mayor utilidad que la aquí expuesta y con una buena sinopsis de la trama argumental, la podréis encontrar clicando aquí mismo.

viernes, octubre 21, 2005

EL HUNDIMIENTO (2004)

El Hundimiento (Der Untergang, 2004) o La caída (ambas títulos ha recibido en España y América Latina) es una de las películas alemanas más valientes de los últimos años, y en sí misma resulta ser, más allá de las fronteras del país germano, una asombrosa experiencia de recreación que introduce al espectador en un escenario claustrofóbico y atroz: el del bunker donde Adolf Hitler se refugió durante los últimos días de su existencia rodeado de fieles que le acompañaron hasta la muerte, y en muchos casos, en la muerte misma. La película está basada en la obra de Joachim Fest que le dio título (El hundimiento: Hitler y el final del Tercer Reich), pero también en un imprescindible documento para conocer la memoria de los últimos días del dictador: Hasta el último momento, de Traudl Junge y Melissa Müller. Traudl Junge fue la última secretaria de Hitler, y desde su protagonismo privilegiado está narrado este film de Olivier Hirschbiegel, film que, como es natural, suscitó en Alemania una enorme polémica al revisar por primera vez y de forma descarnada el fin de la pesadilla que el nazismo encarnó, no sólo para los judíos, sino también para buena parte de los alemanes.

El gran mérito de El hundimiento es afrontar un retrato de Hitler que no se deje arrastrar por la facilidad de los tópicos más feroces: por primera vez no se recrea ante nuestros ojos ese Hitler satánico salido de las más maniqueas páginas de un tebeo de El Capitán América, sino la figura del Hitler hombre con todas sus miserias, que fueron muchas en los momentos finales del derrumbamiento de su Reich. El film es, desde este punto de vista, valientemente neutral: no critica, pero tampoco defiende ni disculpa. Quizá fue esta frialdad moral la que le hizo perder el Oscar de Hollywood este año frente a la española Mar adentro. Sin embargo, el dorado changuito cirquero hollywoodense no era más importante que la sabia frialdad casi documental de este poderoso ejercicio de claustrofobia y descomposición diestramente sostenido por Hirschbiegel durante 150 minutos desde el punto de vista narrativo; y desde el punto de vista actoral, por un formidable Bruno Ganz reencarnado en Hitler (el mejor Führer de la historia del cine), pero también por un estupendo plantel de actores donde destaca la dulce serenidad de Alexandra Maria Lara en el papel de la secretaria Traudl Junge.

Sin embargo, es esta objetividad del punto de vista donde la película encuentra también su mayor problema: el excesivo documentalismo resta pasión y fuerza al conjunto general, y la verdadera protagonista de la historia (Traudl Junge) a veces parece difuminarse entre tanto personaje histórico. Su función de héroe medio al estilo de Luckacs, ese personaje que representa a los espectadores y con quien los espectadores tienden a identificarse en el cine histórico (o como lectores en la novela histórica) se pierde y desdibuja con frecuencia, perdiendo por tanto su carácter de verdadero protagonista del film: es ella, al fin y al cabo, quien estuvo allí y sobrevivió para contarlo, y la película le pertenecía. Es esta grave falla de estructura dramática la que nos obliga a ver esta película un poco "desde afuera", lo cual deja a El hundimiento más cerca de las obras conseguidas y meritorias que de las obras conmovedoras y maestras.

El hundimiento (Der Untergang, 2004). Dirección de Olivier Hirschbiegel. Guión Bernd Eichinger basado en el libro "El hundimiento: Hitler y el final del Tercer Reich" de Joachim Fest; y en el libro "Hasta el último momento: La secretaria de Hitler cuenta su vida" de Traudl Junge y Melissa Müller. Fotografía de Rainer Klausmann. Montaje de Hans Funck. Música de Stephan Zacharias. Producción: Bernd Eichinger. Diseño de producción: Bernd Lepel. Vestuario: Claudia Bobsin.
Intérpretes: Bruno Ganz (Adolf Hitler), Alexandra Maria Lara (Traudl Junge), Corinna Harfouch (Magda Goebbels), Ulrich Matthes (Joseph Goebbels), Juliane Köhler (Eva Braun), Heino Ferch (Albert Speer), Christian Berkel (Schenck), Matthias Habich (Werner Haase), Thomas Kretschmann (Hermann Fegelein), Ulrich Noethen (Heinrich Himmler). Alemania. Color. 150 minutos. (***, de 4)

jueves, octubre 20, 2005

HARO TECGLEN: ADIÓS AL ÚLTIMO JAPONÉS

La expresión me gusta y es: "Siempre hay un último japonés armado en una isla de los mares del sur que no sabe que la guerra ha terminado". Siempre habrá un último japonés, o debería, pues tal debería ser la justicia universal. La guerra era la II Guerra Mundial, pero la metáfora es válida ayer y hoy.

El lunes falleció el periodista español Eduardo Haro Tecglen a los 81 años. Después de comer en un céntrico restaurante de Madrid, se derrumbó y más tarde entró en coma. Ese mismo día, como tantos otros después de tantos años, había aparecido su columna Visto/Oído en el diario español El País. Quienes me lean desde el lado americano de las turquesas cortinas no sabrán que esa columna, ubicada casi a escondidas en la página de Televisión y Radio (nada que ver), era la trinchera más beligerante que existía en ningún medio impreso en español contra la injusticia y el cinismo, contra la corrupción y estupidez de los gobernantes, contra la hipocresía insana de estos tiempos políticamente correctos; una columna que era una trinchera en favor del libre pensamiento, de la tolerancia absoluta, de los ideales de una vieja izquierda culta y radical hoy desaparecida para siempre, una columna escrita con una lucidez pasmosa y con un vitriólico sentido del humor. Yo me hice adicto a Haro a mediados de los noventa, y desde entonces no pude dejar de leer mientras pude su columna todos los días. Toleré malamente mis primeros años en México alejado de la lectura de Haro, y cuando El País comenzó a editar una edición internacional que yo recibía semanalmente por correo, Haro no aparecía por ninguna de sus páginas (¿era, quizá, demasiado rojo para convertirse en flamígera pluma internacional, o era la progresiva pérdida de valores de un periódico que empezó siendo rojo y con el tiempo se transformó en rosa?). El milagro de internet devolvió a Haro a mi lectura cotidiana. Su efecto ha sido siempre mitridático en mí (Mitrídates: uno de esos reyes exóticos contra quienes luchó el imperio romano; todos los días Mitrídates tomaba una pequeña medida de veneno para volverse paulatinamente inmune a una dosis mayor que pudiera matarle). Yo toleraba mal no beber cada día mi copa de veneno, que Haro nos servía a todos bien rico y frío, dentro de una columna que era como un caballito tequilero de palabras.

Y todo esto se ha acabado el lunes. Haro se derrumbó como se derrumbaron los izquierdistas ilustrados entre quienes se contó, como pereció aquel mundo extinguido de rojos incendiarios, de republicanos españoles, de luchas sociales por un mundo más igualitario. Todos perdieron la guerra y hoy están irremisiblemente muertos. Sólo ha triunfado el aspecto más materialista de la economía, levantándose ufano sobre continentes enteros conformados por pilas de cadáveres. Y el lunes, el último japonés apretó por última vez su gatillo. Su bala resonó cotidiana pero certera en el aire soporífero y selvático. Amado y aborrecido hasta extremos increíbles, Haro se ha ido sin despedirse de nadie y sin avisar, como merece la pena marcharse de este campamento de gitanos que es la vida. Ya nadie nos deleitará con aquel sarcasmo gélido, con aquella escritura concisa, sincera e hiriente que nos emponzoñaba de verdades para a la larga salvarnos y hacernos inmunes a la dolorosa verdad: mitridática.

El blog de Haro Tecglen, donde su familia vaciaba desde el año pasado toda su producción reciente y pasada, puede consultarse clicando aquí: El niño republicano.

miércoles, octubre 19, 2005

AVE DEL PARAÍSO (1932)

David O. Selznick quería producir una película donde Dolores del Río y Joel McCrea se enamorasen en los mares del Sur. Telefoneó al prestigioso King Vidor y le entregó una comedia barata titulada Ave del paraíso.
-Haga el favor de leerse esta comedia y vuelva usted mañana -ordenó Selznick.
Al día siguiente, King Vidor regresaba con el semblante mohíno al despacho de Selznick.
-¿Podría salir una buena película de esta comedia?-quiso saber Selznick.
-No lo sé. No he podido terminar de leerla -confesó Vidor-. ¿La ha leído usted?
-Yo tampoco -sentenció con franqueza-. Desde que me dedico a este negocio de las películas no tengo tiempo para leer nada.
Pasó un ángel.
-Mire, Vidor -continuó Selznick, con cierto entusiasmo-. Me da igual el argumento de la película, sólo quiero juntos a Dolores del Río y a Joel McCrea, que usted ruede tres escenas de amor y que Dolores se precipite al final por el cráter de un volcán.

Mi paráfrasis de lo que cuenta Vidor en sus memorias fue el origen del film de 1932 Ave del paraíso, una película improvisada entre cocoteros a medida que se filmaba. El argumento es casi anecdótico: un yate norteamericano llega a una isla de los mares del sur, donde los nativos -todos buenos salvajes- salen a recibirlos en sus canoas con alborozo. Johnny (Joel McCrea) conoce a Lwana (Dolores del Río), que es la hija del rey de la isla, y entre ellos nace un amor prohibido. Ambos huyen, Johnny enseña inglés a Lwana, construyen una cabaña, se refocilan con sus cuerpos, beben leche de coco, contemplan las estrellas y pasean en barca. Son felices integrados en la naturaleza salvaje. El Indio Fernández imitó y superó algunos de estos topoi en María Candelaria, obra mucho más conseguida para gloria de Dolores del Río, que en ese film se convirtió en la mujer mítica y perfecta del beatus ille. Descubiertos en pecado, la furia del volcán reclama la sangre de la pecadora, y Lwana deberá arrojarse para aplacar la superstición de los lugareños.

Como sigue contando Vidor en sus memorias (A Tree Is A Tree), el guionista desarrollaba la mínima historia a marchas forzadas mientras Vidor y su equipo rodaban las tres escenas de amor. La película se convirtió en famosa por una de ellas: la del Río y McCrea bucean desnudos en una bellísima escena submarina. Vista hoy la escena, uno no puede evitar recrearse con la belleza del cuerpo de Dolores, pero el ajustado bañadorcito de McCrea arruina la sublime totalidad del momento. El tabú fálico se impuso sobre el delicado y poético naturalismo.

La ínfima trama ha envejecido enormemente este exitoso film que, rodado en preciosos escenarios naturales y con una evocadora y adecuada partitura de Max Steiner, sólo resiste el paso del tiempo como ensamblaje de las sólidas escenas rodadas por King Vidor. Al fin y al cabo, la simpleza resultante resultó un éxito, y Selznick obtuvo lo que quería. Revisitar hoy Ave del Paraíso en horarios intempestivos de madrugada sólo arroja la tristeza melancólica de un vacío, aquel que deja no haber podido acompañar a Dolores del Río en su vagabundeo marino, aunque fuese con taparrabos, tras la cola de aquella imposible sirena polinésica.
Ave del paraíso (Bird of Paradise, 1932). Dirección: King Vidor. Guión de Wells Root. Fotografía de Lucien N. Andriot, Edward Cronjager y Clyde de Vinna. Música de Max Steiner. Productor: David O. Selznick. Montaje de Archie Marshek.
Intérpretes: Dolores del Río, Joel McCrea, John Hallyday, Richard Gallagher, Bert Roach, Lon Chaney Jr. USA. B/N. 80 min. (**, de 4).

domingo, octubre 16, 2005

EL OLMO DEL CÁUCASO

Los lectores de cómics de la vieja guardia soportan mal que les hablen de manga. Muchos lectores de cómics con treinta y tantos años de edad contemplan el manga con recelo: todos los dibujos se parecen, argumentan, y mira qué ojos tan grandes y exagerados, qué viñetas tan ampulosas y cuánta onomatopeya chirriante... La cantinela se convierte, por lo general, en una letanía llena de prejuicios. Algunos lectores (y hasta creadores) de cierta edad, digamos que provecta, incluso ven en el manga algo así como el Anticristo, la encarnación del Chamuco que viene para incendiar la vieja morada familiar donde campaban hasta ahora, cada vez más en el olvido, los Flash Gordon, Krazy Kat, Rip Kirby y otros personajes clásicos que hoy día, por desgracia, prácticamente no interesan a los más jóvenes. La culpa, aseveran, la tienen el manga y los superhéroes.

El manga tiene grandes virtudes que no voy a enumerar aquí (por ejemplo, ha conseguido captar al público lector femenino, que al menos en España era tradicionalmente remiso a leer tebeos), pero sobre todo quiero llamar la atención sobre lo evidente: "manga" es la palabra japonesa para designar "cómic", y por tanto, no podemos despreciar todo el manga como no despreciaríamos todo el cómic usaca, francés o italiano. No podemos despreciar el manga como no podemos despreciar el cine japonés que ha tenido sus Kurosawa, Ozu o Mizoguchi. Cuando hablo de lectores de la vieja guardia debo decir que yo no tengo ya ese prejuicio (otro más del que me he librado). No sólo he leído mangas formidables, sino que tengo muy clarito que algunos mangas forman parte de los mejores tebeos que se publican hoy día.

Por ejemplo, El olmo del cáucaso, de Jiro Taniguchi a los dibujos y Ryuchiro Utsumi al guión. El olmo del cáucaso bastaría para cerrar la boca de quienes despotrican contra el manga de manera totalizadora, pues demuestra la increíble variedad y vigencia del cómic japonés. Taniguchi (1947), que es un artista que no deja de cosechar importantes premios en Europa, pone esta vez su delicado trazo al servicio de las seis historias escritas por Utsumi, seis relatos de carácter introspectivo donde no se nos cuentan las gloriosas gestas de poderosos hombres ni grandes batallas entre samuráis (que tampoco están mal cuando los artistas dan la talla), sino grandes historias de pequeños seres anónimos invisibles en la gran mancha humana de las urbes modernas: el hombre que se reencuentra con su ex esposa y su hija después de 23 años, o los problemas que plantean al vecindario las hojas de un anciano olmo (el olmo del cáucaso del título) que su dueño se resiste a talar. Historias sin importancia, vivencias de una existencia gris que, a pesar de todo, resultan enormemente cautivadoras por la exquisita sensibilidad de Utsumi para aprehender la belleza de las experiencias de estos seres anodinos y la finura superlativa de Taniguchi para dar vida con su pincel a los conflictos interiores de los personajes creados por Utsumi. Una obra maestra que no decepcionará a ningún buen lector de cómics o de literatura. Es literatura en imágenes, mucho más que muchas veces. Y es un manga.

El olmo del cáucaso, de Jiro Taniguchi (dibujo) y Ryuchiro Utsumi (guión). Ponent Mon Ediciones. Barcelona, 2004. B/N. 220 pp. (****, de 4).

viernes, octubre 14, 2005

VENI, VIDI, VICI.

La locuela de Julio César (decía Suetonio que había sido el hombre de todas las mujeres, y la mujer de todos los hombres) me inspira el titulamen de este postito de agradecimiento. Gracias, señores y señoritas, a cuantos se han congratulado desde este rinconcito de la blogocosa con mi reciente defensa de tesis doctoral, que se llevó a cabo con un éxito que no me esperaba ni yo el 6 de octubre. Perdonen que la ocasión y la oportunidad no me hayan empujado a pavonearme aquí de las muchas cosas buenas (y no tan buenas, que de todo hubo) que se dijeron durante el acto que se alargó por tres horas y pico, pero no deseaba concederle más bombo y platillo que el justito. Consignar la cosa, y punto. Troia fuit, que dijo Virgilio. Y ahora, a otra cosa, mariposa. Espero, a partir de ahora, tener más tiempo para hacer de esta bitácora lo que quiso ser desde un principio: un diario lo más completo posible de lecturas y visionado de films que también pueda compartir con los pocos, pero muy escogidos y más estimados, que os asomáis por esta página. Ahorita, sólo un par de puntualizaciones cortitas (volví ayer a Juaritos y todavía ando con los achaques del desfase horario).

Jody: el título de mi tesis es "La novela policiaca de temática romana clásica. Rigor e invención". Espero que compartas con nosotros el título de la tuya, estoy deseando saberlo. Por cierto: tienes razón en que no hay que hacer excesiva alharaca por un doctorado. A pesar de la alegría que produce todo reconocimiento, lo importante fue el camino recorrido hasta obtenerlo y todas sus alegres aventuras. Creo que el taoísmo insiste en este punto: lo importante es recorrer el camino, no llegar a su destino. En este caso, el título es sólo un vaso de hidromiel al final del provechoso y divertido camino.

Don Melón: no quieras ser como yo, mejor búscate un modelo más alto, menos gordito y con más pelo. Y que publique con éxito, pongamos por caso, en Alfaguara. Yo siempre agradezco tu entusiasmo, que ya sabes que para tus cosas apoyo con el mío, pero no parangones los sentimentalismos con una expresión tan fea como "mariconadas", no me quieras crear una fama del homófobo que no soy ni he sido ni seré. Amor para todos, al gusto de todos y como todos y cada uno lo elija (no creas que te riño; sé que salió sin malicia de tu dulce corazón de melón).

Fogosus Manchegus: las migas esta vez no pudieron ser, fuimos con el tiempo muy justo a España. Pero en Navidad, con esos friítos castellanos que hará... Humm... No necesitaré que insistas mucho. A ver si nos ponemos de acuerdo.

Lo dicho: gracias a todos por vuestras palabras de apoyo y por contagiarme de un entusiasmo que, la verdad, me habéis pegado cuando yo me lo tomé todo de una manera más pragmática y poco sentimental. "Veni, vidi, vici". Llegué, vi y vencí. Bueno, no fui yo: lo hizo la tesis, que ya tenía vida propia desde que fue encuadernada. Yo sólo la presenté en sociedad y la regué con un poco de vino. Y ahora, pasemos página, que hay mucho trabajo pendiente.

lunes, octubre 10, 2005

EL LIBRO DEL TÉ, DE KAKUZO OKAKURA.

Alguien ha dicho que el hombre es a los diez años un animal, a los veinte un loco, a los treinta un fracasado, a los cuarenta un farsante y a los cincuenta un criminal. Tal vez termine así porque nunca superó su naturaleza animal (El libro del té, p. 96).

Mis escarceos con la literatura oriental fueron actos de amor en trenes de paso. Recuerdo con especial cariño los Cuentos de Ise, de Ariwara No Narihira, El libro de los cinco anillos, de Miyamoto Musashi, y sobre todo, en mi tierna adolescencia, la lectura de una obra que quisiera recuperar en su versión extensa, El loto Dorado, una obra maestra de la narrativa pornográfica china del siglo XV que mezclaba sexo y aventura en estimulantes dosis, sobre todo para un jovencito. Un gran amigo me regaló El libro del Té, y me lo bebí mientras bebía el charco por enésima vez hace unos días. Entretuvo el té mi sopor atlántico y concedió a la migración una textura perfumada y violácea, casi gongorina, llena de flores y de aromas exóticos. Kakuzo Okakura (1862-1913) publicó en 1906 este Libro del Té, una obra donde Okakura, arrebatado por una honda nostalgia ante el Japón milenario que se derrumba, entona un canto de cisne ante una vieja tradición que en sí misma traducía una espiritualidad y entrañaba una filosofía de la vida: la del ritual sagrado de la preparación del té. Mientras cruzaba las turquesas cortinas se aproximó un sobrecargo para preguntarme si mi lectura consistía en un manual para la preparación de té; afirmaba que su hija era muy aficionada a esta infusión. Tuve que explicarle que no, que el libro era en realidad un tratado de estética aplicado a la preparación del té, algo muy alejado de lo que, posiblemente, pudiera haber interesado a su hija. La obra está llena de encendidas descripciones y pasajes de una belleza arrebatadora. Su lectura deja una calma espiritual que debiese ser recurrente, por lo que su lectura es más que aconsejable. No sé si estaré muy viejo para impregnarme de sus conceptos y saludar primero a las flores que a las personas cuando entre en una estancia. La cita que Okakura recoge en su obra y que yo he reproducido al principio de este blogo me dejó pensativo. A mis 37 años, cronológicamente situado entre el fracasado y el farsante, sólo puedo dar fe de lo primero (como también del animal y el loco). El tiempo rubricará, si lo cree pertinente, al farsante y al criminal.

martes, octubre 04, 2005

KATIE LA FEA

Si me gustara el champán diría que La fiera de mi niña, de Howard Hawks, es cosquilleante y alegre, efervescente, como una copa de champán. Afortunadamente, la película es mucho mejor que eso. Una deliciosa comedia estrafalaria (screwball comedy) de las que ya no se hacen. Cary Grant interpreta a un paleontólogo que ha esperado durante varios años la pieza ósea que le falta para completar un brontosaurio, y precisamente el mismo día que le llega (la víspera de su boda) conoce a una excéntrica millonaria que le dejará sin hueso, sin novia y casi sin cordura. La millonaria, claro está, es una deliciosa Katharine Hepburn en su mejor momento, llena de gracia y dotada de una chispa tal que no se entiende cómo a esta mujer bella y brillante pudieron llamarla la Fea de Hollywood. El tiempo ha demostrado que los feos eran ellos, y Katharine, una premonición: la de la mujer moderna, alegre, graciosa, independiente, tenaz, combativa... Nada más lejos de mi intención que querer glorificar con beatería bovina a la fémina moderna, pero Katharine Hepburn encarnó siempre un ideal que sólo hoy ha cristalizado con gracia desigual, como suele suceder en todo jardín que produce frutas diversas, y hasta ricardos borriqueros. Comedia elegante y disparatada, he tardado décadas en llegar a verla, cosa que llevé a cabo días ha para mi solaz. Dicen que La fiera de mi niña es el mejor antidepresivo que existe. Quizá esta sugestiva hipérbole no ande muy desencaminada.

La fiera de mi niña (Bringing Up Baby, 1938). Dirección: Howard Hawks. Guión de Dudley Nichols. Fotografía de Russell Metty. Montaje de George Hively. Música de Roy Webb. Intérpretes: Cary Grant, Katharine Hepburn, Charles Ruggles, Walter Cattlet, Barry Fitzgerald, May Robson et al. USA. B/N. (****, de 4). Más datos, en IMDB.

sábado, octubre 01, 2005

RICHARD SALA: MANIAC KILLER

Obras como ésta sólo adquieren sentido dentro de una sociedad autista. Richard Sala es uno de los autores con mayor pujanza de la editorial norteamericana independiente Fantagraphics Books. Imagino que la recién publicada en España, Peculia, remontará un poco el vuelo de esta recopilación de relatos de iniciación (pues no parece otra cosa) que responde al título de Maniac Killer Strikes Again. Un dibujo de estética feísta no carente de gracia por el medio del cual se nos cuentan historias de intriga y terror con unas gotas de comedia. Homenaje al clasicismo de los 40 y 50, principalmente al cine de intriga y horror de serie B y hasta Z. No me entiendan mal: no es que esta obra de Sala no tenga ni su encanto ni su aquél, es sólo que tiene mucho de déja vu, de refrito de refritos de cómic underground de otros otoños, cuando éramos tan jóvenes todos, incluso quienes escribían y dibujaban obras como ésta con el aliciente de hacerlas por primera vez. En España, sin ir más lejos, muchos autores de El Víbora deberían ser rescatados antes de que nos lleguen de tras las turquesas cortinas obras como ésta, cuyo interés es muy local y nada tiene que enseñarnos. Ellos no lo saben. De ahí lo de sociedad autista.
Richard Sala, Maniac Killer Strikes Back Again. Fantagraphics Books. Seattle, 2003. (**, de 4)