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A la francesa me despedí en junio sin advertirles que comenzaba mis vacaciones el día 23 del mentado mes (al menos les dejé una maravillosa ilustración de Feininger que ya vi que les ha gustado). Desde entonces, estoy en España disfrutando de la comida y de la bebida como a mí me gusta (luego bajaré michelines subiendo y bajando las escaleras de la maestría, que tiene sus aposentos en el tercer piso de un edificio sin ascensor). Ayer regresé de Barcelona, donde pasamos un delicioso fin de semana y donde pude visitar, al fin, el mítico rincón del coleccionista de tebeos y libros viejos: el Mercat de Sant Antoni, que los domingos se vuelve paraíso perdido donde encontrar todas aquellas colecciones que España ha tenido desde que en este país se venden y se compran tebeos. Qué emoción volver a contemplar apilados, como en la infancia de hace más de 30 años, doscientos o trescientos ejemplares de Trueno o Jabato Color, DDT, Pulgarcito, El Guerrero del Antifaz... El barcelonés Mercado de San Antonio supuso para mí ayer, en mi breve comparecencia en el mismo (tan poco tiempo, tanto por ver...) mi particular madalena proustiana desatada por la aparición de unos Patufet en catalán como los que mi madre me compraba cuando yo era chinorri y vivíamos en la catalana ciudad de Vic (a los tres años yo hablaba catalá y castellá, y mi destino ya estaba ligado al papel impreso de maravillas). En mi caso sucumbí con algunos caprichos, algunos largamente esperados como dos álbumes de Cuto que siempre quise tener: Tragedia en Oriente y Cuto en los dominios de los Sioux (¿sabe alguien de lo que estoy hablando?). Bueno, pues ya me hallo en Murcia, estoy al pie de este cañón y prometo volver a actualizar más a menudo (aunque tratándose de mí, no les aseguro nada).