lunes, septiembre 06, 2004

PARTENIO DE NICEA

Hace un par de años apareció en el mercado un volumen fundamental para conocer la obra de algunos de los mitógrafos más importantes del mundo clásico: Manuel Sanz Morales (ed.), Mitógrafos griegos. Madrid, 2002. Akal Clásica, 65. Se trata de la nueva traducción, con obligada introducción y notas, de un puñado de individuos que escribieron en griego llamados Eratóstenes, Partenio, Antonino Liberal, Paléfato y Heráclito. El volumen lo completa el Anónimo Vaticano. No falta en esta edición, pequeña y manejable, un índice onomástico y otro de autores citados. Desgraciadamente, la portada, con una repulsiva cabeza de bronce que aparentemente estuvo sumergida durante siglos, afea una edición que, en caso contrario, hubiera quedado bien coqueta.

Tras saltarme a Eratóstenes, quien dedicó una obra a los Catasterismos (metamorfosis de personajes mitológicos en constelaciones) que ya leí en su momento varias veces, me sumerjo en un autor a quien, hasta ahora, sólo conocía de oídas: Partenio de Nicea, pues la tradición asegura que ésta fue la ciudad de Bitinia donde nació. Como en muchas ocasiones sucede cuando hablamos de los datos biográficos relativos a los autores antiguos, todo es neblinoso en la vida de Partenio. Se cree que debió nacer antes de 86 a.C. y murió después de 42, y también que emigró a Roma alrededor de 66 a.C., fecha destacada como la de gran migración de eruditos helénicos a la nueva caput mundi. Ya en Roma, su obra poética fue numerosa y le brindó enorme fama (quizá influyese en la de Catulo y demás neotéricos) pero de ella sólo nos quedan 54 fragmentos cuya extensión va de una palabra a una frases. Cenizas, pues, rescoldos extinguidos. Curiosamente, la obra que la tradición nos ha transmitido es un opúsculo escrito en griego titulado Sufrimientos de amor que nuestro Partenio escribió como manual de consulta para su amigo el poeta romano Cornelio Galo. Comprende 36 historias muy cortas que Partenio recopiló de otros autores (a quienes cita en buena parte de los casos) y que tienen en común el ser historias de amor con final trágico.

El texto de Partenio nos ha llegado en un estado lamentable. Es imposible saber si los Sufrimientos de amor salieron así de su pluma o lo que nos ha quedado son, como en tantas otras ocasiones cuando hablamos de autores de la Antigüedad, los restos de un naufragio. El texto pudo sufrir tantas alteraciones, supresiones y refundiciones que quizá sólo debamos a Partenio el título, la cita de las fuentes y una vaga remembranza de la estructura general. El estilo es gris, el lenguaje monótono, la lengua no está a la altura vertiginosa de los mitos que nos cuenta: adulterios, incestos, celos y crimen, canibalismo... Es, en definitiva, un librito curioso por las variantes únicas que ofrece de algunos mitos, pero cuya monotonía impide la hipnosis que exigimos de la obra de arte literaria. Muchos textos mitográficos que son resumen de obras perdidas son así. Sin embargo, destaca el hecho de que muchos de los pequeños relatos no estén protagonizados por dioses ni héroes hijos de dioses, sino por individuos cuya ascendencia divina no está demostrada ni su amor fou está provocado por un dios.

Quiero destacar uno de los relatos, el número XXXI, Sobre Dimetes. Me ha llamado la atención no por su especial brillantez, sino porque su carácter enloquecido, viciado y truculento no sólo pudo influir en cierta clase de literatura posterior (recuerdo el episodio de la viuda y el soldado, en el Satiricón) sino porque este griego del siglo I a.C. contó esta historia morbosa y atormentada hasta el delirio que, de alguna extraña manera, parece una prefiguración del Romanticismo. Reproduzco a continuación (la traducción es de Manuel Sanz Morales) el relato XXXI, Sobre Dimetes:

Cuéntase también que Dimetes contrajo matrimonio con Evópide, la hija de su hermano Trecén, pero que, cuando supo que ella, movida por un amor excesivo, mantenía relaciones íntimas con su hermano, se lo reveló a Trecén. Ella se ahorcó, empujada por el temor y la vergüenza, no sin antes pronunciar funestas maldiciones contra el causante de su infortunio. Y así fue que, poco después, Dimetes dio con el cadáver de una mujer hermosísima, que había sido devuelto por las olas, y, abandonándose al deseo, yació con él. Mas, como el cuerpo se corrompía ya por el prolongado tiempo transcurrido, le levantó un gran túmulo, y como no cejaba en su pasión, allí mismo se degolló.

1 comentario:

El Pobresor Gafapasta dijo...

Hace un par de días he comprado una edición preciosa de Partenio en Barcelona. En griego y catalán. ¡Qué bonita, collons!