jueves, septiembre 20, 2012

LA FRONTERA QUE VINO DEL NORTE, DE CARLOS GONZÁLEZ HERRERA


La frontera entre México y Estados Unidos, esa realidad compleja y abstracta que algunos han llamado Mexamérica, vuelve a ser hoy una herida abierta que supura todo el pus de la nación mexicana. Y como el título de este libro apunta con el dedo a los vecinos del norte, acusándoles de cómplices o demiurgos en la sombra de esta realidad fronteriza, debemos reconocer que la frontera también supura a ambos lados de la línea el pus de la nación caput mundi[1].

La frontera que vino del norte no es un libro sobre esta llaga abierta de hoy mismo, pero no cabe duda de que presenta el escenario en que se desarrolla hoy la vida económica, cultural y política de una región en constante derramamiento de sangre. No es un libro sobre las ciudades fronterizas, sino una obra sobre la reflexión política, cultural y económica que subyace bajo la vida diaria de esta enorme franja de tierra que obliga a los dos países a fingir relaciones de buena vecindad.

La frontera, como bien señala González Herrera, va mucho más allá de una división política llevada a cabo mediante una línea imaginaria[2], sino que es un territorio de frontera cultural y moral que se construye día a día por medio de un proceso de ósmosis. Desde este punto de vista, sus vínculos son más profundos de lo que a simple vista podría entenderse, ya que, al contrario de lo que sucede en otras fronteras del mundo, ambos países son representantes de la civilización occidental y ambas fueron construidas sobre hondas raíces religiosas (protestante la una, contrarreformista la otra) cuyos pilares ideológicos se hunden hasta el fondo de unas raíces grecolatinas comunes. La frontera, nos recuerda González Herrera citando a Turner, se construyó a la par que se construía un espacio mítico magnificado por la cultura popular del siglo XX (la conquista del oeste), que, como no podía ser menos, banalizó aquel teatro de operaciones reduciendo al mínimo las consecuencias que tuvo para los indios nativos y los vecinos del sur. La llamada épica del western (que tuvo sus grandes “cantores de baladas” en la literatura y sobre todo en el cine) creó también una serie de paradigmas y estereotipos que viajan en el tiempo hasta hoy mismo, donde en palabras de González Herrera se creó “la invención de un territorio virgen y vacío colonizado gracias al arrojo, el espíritu pionero y la visión de futuro de hombres blancos” (p. 30). Quiero enfatizar aquí los adjetivos “virgen y vacío”, ya que, desgraciadamente, vuelven a aflorar en las conclusiones de este libro iluminador, pero ahora, como conceptos atribuibles a la visión del centro de México con respecto a la frontera: “El carácter periférico y marginal que se le ha dado a la región en el proyecto de construcción nacional, desde el siglo XIX, ha promovido la imagen de espacio vacío y donde todo, o casi todo, se vale” (p. 258). Periférico. Marginal. Vacío. Salvaje. La conclusión parcial sólo puede ser una: la frontera sigue siendo, en el imaginario colectivo de mexicanos y estadounidenses, un territorio mítico que, como tal, sigue gozando de buena salud, ya que la cultura popular sigue insistiendo en el carácter sórdido y peligroso de la vida en esta frontera. Es decir: que la border deja de ser border para transformarse en frontier; la línea imaginaria deja de ser una frontera física para transformarse en teatro de exploraciones del alma humana en territorios sin ley donde todo es posible. González Herrera desarrolla muy bien la diferencia entre ambos vocablos en el primer capítulo de su libro (pp. 29-41).

La frontera que vino del norte vino del norte porque así quedó marcada para siempre a partir del tratado de Guadalupe-Hidalgo (1848), en que México perdió dos millones de kilómetros cuadrados. Yo, a manera de juego, completaría el significado del título indicando que esa pérdida territorial y su consecuente frontera impuesta vinieron a estrellarse contra la frontera que vino, no del sur, sino del centro, ese México centrípeto que, todavía hoy, recuerda tanto al viejo Saturno mientras devora a sus hijos. Hay que agradecerle a González Herrera el recordarnos que no toda la culpa de los problemas de la frontera se deben al vecino del norte, abusador y poderoso, sino también al desinterés y absoluto desprecio que desde siempre ha existido en el centro de México por sus regiones fronterizas. El cogollito cultural de los habitantes del Sur, donde se funden las tradiciones locales y herencias precolombinas con la herencia española, ha creado también una mentalidad hasta cierto punto nativista y eugenista en México no sólo atribuible a los estadounidenses, sino también a los propios mexicanos, que miran hacia el norte con desprecio como si éste no fuera nada de ellos ni su destino económico y social responsabilidad directa de los gobernantes de la nación. Este nativismo, este eugenismo, este racismo sin signos de interrogación, es analizado en la ideología estadounidense por González Herrera en el capítulo 3 de su libro (pp. 57-64), y el buen lector sabrá ver en qué medida estas teorías también han tenido mucha prosperidad en un país como México donde, desde el centro, se ningunea la personalidad del norte que ha logrado una simbiosis especial con la cultura norteamericana a la que, en buena medida, han contribuido la nefasta centralización del país y el desinterés por su frontera norte.

La construcción de la frontera como espacio mítico en el imaginario colectivo global goza de buena salud, y quien lea este valioso libro encontrará muchas de las claves que hoy torturan a una región abandonada por todos a su destino. La obra de González Herrera, profunda y amena a la par, es una valiosa aportación donde se hace un repaso no tanto de la historia de la frontera, sino de la historia de la percepción de la frontera en ambos lados de la cicatriz divisoria. Sólo hubiera deseado que su autor hubiese abordado el tema de la industria maquiladora, una fuente laboral de gran importancia para toda la zona, que generó una cantidad de riqueza de la que estas ciudades nunca se beneficiaron y que no supo traducirse en más cultura y mejores condiciones de vida permanentes para sus habitantes. Las consecuencias de la frontera que no sólo vino del sur, sino que vampiriza el centro, están hoy día en la primera plana de todos los periódicos del planeta. Y en cómics, novelas, películas que gozan de amplia fama y distribución internacional proporcionando una imagen de la frontera como espacio mítico del que los principales responsables políticos harían bien en avergonzarse. Si tuvieran vergüenza.

González Herrera, Carlos, La frontera que vino del norte. Taurus/Colegio de Chihuahua. México, 2008.

Reseña publicada en Archipiélago, número 66, p. 16. Archipiélago A.C./UNAM, octubre-diciembre 2009.




[1] “El territorio fronterizo sigue siendo, en más de un sentido, el espacio que nos separa del vecino poderoso y abusivo”, p. 258.
[2] “La legislación migratoria de Estados Unidos fue pensada en los puertos marítimos y no en la frontera de México, cuyos límites son fundamentalmente imaginarios” (Cita de F.W. Berkshire, Inspector de inmigración en El Paso, p. 85).

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