lunes, junio 21, 2004

EL OJO DE BATAILLE

A muchos el universo les parece honrado; las gentes honestas tienen los ojos castrados. Por eso temen la obscenidad. No sienten ninguna angustia cuando oyen el grito del gallo ni cuando se pasean bajo un cielo estrellado. Cuando se entregan “a los placeres de la carne”, lo hacen a condición de que sean insípidos.
Pero ya desde entonces no me cabía la menor duda: no amaba lo que se llama “los placeres de la carne” porque en general son siempre sosos; sólo amaba aquello que se califica de “sucio”. No me satisfacía tampoco el libertinaje habitual, porque ensucia sólo el desenfreno y deja intacto, de una manera u otra, algo muy elevado o perfectamente puro. El libertinaje que yo conozco mancha no sólo mi cuerpo y mi pensamiento, sino todo lo que es posible concebir, es decir, el gran universo estrellado que juega apenas el papel de decorado.


Georges Bataille, Historia del ojo. Traducción de Margo Glantz. Ediciones Coyoacán. México, 1994, pp. 76-7.

Dicen que la novela erótica es un género en crisis. Dicen que la novela pornográfica ya no vende. Los adjetivos “erótico” y “pornográfico” se usan de manera indistinta para referirse al mismo género literario, aunque está claro que el primer adjetivo es claramente eufemístico y más recurrente. La gente asocia “pornografía” con carencia de refinamiento, con torpeza narrativa o visual, con películas de escasa o nula calidad y con fotografías de burdas y certeras intenciones. Por el contrario, el erotismo es un universo inabarcable lleno de matices a veces contrapuestos, y las ideas que se vierten dentro de un libro entre cópula y cópula pueden ser tan complejas como las de un ensayo. También la narración de acontecimientos o descripción de ambientes puede alcanzar un gran aliento poético. Autores ha habido que han incurrido directamente en el campo de lo claramente pornográfico: ideólogos como Sade y poetas como Bataille y Apollinaire. Por lo general, sus obras terribles las encontraremos altivas como tótems sosteniendo morralla en los estantes que las librerías dedican a la narrativa “erótica”.
Recientemente ha sido suspendido de manera indefinida el Premio de literatura erótica La Sonrisa Vertical, la más importante colección española dedicada a estos lúbricos entretenimientos. Argumentaba Luis García Berlanga, director de la colección, varias razones para la cancelación definitiva: que el erotismo se ha incorporado como un elemento más a la literatura tradicional; que escasean las obras donde se conjuguen la elevada calidad literaria con la alta temperatura lúbrica de sus escenas. No se detiene la colección La Sonrisa Vertical, advierte Berlanga, pero el premio anual de literatura se cancela de forma indefinida.
Yo no soy especialmente adicto a la narrativa “erótica” o “pornográfica”, aunque como lector omnívoro la he frecuentado. Recientemente he terminado una de sus grandes obras, escrita por el maestro Georges Bataille: Historia del ojo. El párrafo que he entresacado del libro refleja fielmente el espíritu de la obra, puesto que la explica. Esta idea del sexo como una sucesión de arrebatos maculados y mancilladores le conducirá a ver a los seres humanos y al mismo universo con los ojos predeterminados por una sola obsesión transgresora. En el sexo, Bataille advierte una especie de mística que conduce a la transformación del hombre y del mundo por medio de la degradación, y lo bello es sustituido por lo sucio a todos los niveles, no sólo en las relaciones entre personajes, sino también en su percepción del paisaje o del universo. En la página 76 escribirá que la Vía Láctea es “un extraño boquete de esperma astral y de orina celeste”, y en la página 111 volverá a la comparación urinaria para referirse a una Andalucía como nunca la vieron los Álvarez Quintero: “Amarillo país de tierra y cielo, infinito orinal inundado de luz solar”.
La Historia del ojo hace símbolo y anécdota de lo sucio, pero naturalmente no está sucia ni enferma del lenguaje. Salvo palabras puntuales que todos conocemos y que pertenecen a esa clase de vocabulario que nunca usaríamos con monjitas, Bataille escribe pulcra y bellamente, dejándose arrullar por su prosa fina y a veces turbulenta, pero siempre bien templada. Los personajes aman, gozan y sufren con esa turbulencia enfermiza y adolescente, con esa desesperación tan característica de la pubertad, cuando el amor y el deseo son sentidos con todos sus afilados cuchillos recorriendo —y a veces lacerando sin piedad— todo el sendero de la carne hipersensible. Los escenarios, a veces opresivos y siniestros, son el decorado de una novela erótica de terror gótico, entremezclando lujuria y sufrimiento, luz y oscuridad, pequeña vida y pequeña muerte, pavor y orgía... Una sucia obscenidad infantil sustentada por oraciones bien escritas y traducidas que a veces componen párrafos francamente majestuosos. En definitiva, literatura de altos vuelos sin etiquetas. Y como ejemplo de todo lo que he dicho, el final del capítulo IV, en la página 55:

Las dos muchachas se masturbaban con un gesto corto y brusco, una frente a la otra en la vociferante noche. Estaban casi inmóviles y tensas, con una mirada que el gozo inmoderado había vuelto fija. De pronto, como si un monstruo invisible arrancara a Marcela del barrote que su mano izquierda asía con fuerza, cayó de espaldas por el delirio, dejando el vacío frente a nosotros: sólo una ventana abierta e iluminada, agujero rectangular que penetraba en la noche opaca, y abría ante nuestros ojos rotos el día sobre un mundo compuesto de relámpagos y de aurora.

1 comentario:

coty dijo...

para mi la historia del ojo fue vivido y real ...lo lei con los ojos y las yemas de mis dedos