sábado, diciembre 04, 2010

EQUIPAJE DE SUEÑOS, UN MONTAJE DE JOSÉ MANUEL BLANCO GIL

Entre la crítica es común hablar de “obras testamentarias”. Se lee y se dice con frecuencia que tal o cual obra fue el testamento de su autor. Por ejemplo, que Siete mujeres fue el testamento cinematográfico de John Ford. Se suele afirmar esto porque tales obras fueron las últimas de sus artífices, pero en sí mismo esto no debe encerrar, y casi nunca encierra, una misión testamentaria. John Ford no rodaba Siete mujeres siendo consciente de que no volvería a rodar otra película. Sin embargo, la crítica, por lo general, advierte en estas obras valores simbólicos que muy seguramente no tienen salvo desde nuestra percepción, que es la del superviviente a la vida del autor.

Para que una obra de arte sea tal, debe sobrevivir a sus autores. Y además de sobrevivir a ellos, debe sobrevivir a sí misma. Cuando la obra de arte consigue permanecer en la memoria y en el tiempo, incluso cuando sobre ellas se deposita el sedimento que los años (y hasta los siglos) van dejando, es cuando se convierte en una obra clásica. Entonces la obra de arte deja de significar solamente lo que significó en el aquí y ahora de su geografía y su tiempo para adquirir valores simbólicos que la obra de arte no tenía ni podía tener en un principio. Estos valores simbólicos, sin embargo, sólo pueden depositarse sobre la obra de arte cuando ésta ha conseguido sobrevivir no sólo a su autor, sino también a sí misma: cuando independientemente de las circunstancias en que fue creada, esta obra adquiere categoría individual y vida propia, la vida y significado que le dan los otros al apreciarla, otros a quienes, por medio de una extraña ósmosis, la obra de arte proporciona vida y significado.

Ayer asistí a la representación de Equipaje de sueños, dirigida por José Manuel Blanco Gil. La estrenó el pasado lunes 22 de noviembre, enfermó el martes y falleció el miércoles. Con su partida, el teatro de la desgraciada Ciudad Juárez pierde a quien era el más singular, complejo y conceptualmente rico de los hombres de teatro del norte del país. Imagino que algunos, a partir de este deceso, descansarán en la paz de sus sepulcros. No pude ver la obra el pasado lunes antes del fallecimiento de su creador, sino ahora, como obra póstuma, como obra testamentaria, y desgraciadamente debo decir que no puede ser la misma obra ni antes ni después. ¿Fue Equipaje de sueños una obra testamentaria? No lo creo. No creo que Blanco Gil supiese que la muerte le había convocado a una cita, pero desgraciadamente así fue, y Equipaje de sueños deja de ser la obra que testimonia la actitud de un artista ante la vida y el amor para convertirse en el epitafio más lírico y emotivo que imaginarse pueda acerca de un hombre irremplazable. Esta obra no era un testamento, pero ahora ya lo es.

Equipaje de sueños es una obra sobre el significado de la vida del soñador, llámese éste poeta, novelista, actor o dramaturgo. Es una obra donde se pondera el valor de los sueños, vanas fumarolas de lo inmaterial, sobre algo tan pragmático, miserable y material como es la vida humana. Los directores de escena, como los directores cinematográficos, tienen sus marcas personales de estilo, rasgos que se repiten una y otra vez como los sueños recurrentes, las fantasías perseverantes. Así como Octavio Trías tenía obsesión por las pistolas (por cierta pistola estruendosa que hacía detonar en muchos de sus montajes), Blanco Gil tenía obsesión por la máquina de humo. El humo parecía para Blanco Gil una metáfora de sus sueños, de ese equipaje que cargaba a todas partes, de esa fumarola de ideas que durante su vida convirtió sobre el escenario en humo y luz y sombras. Quizá era una de sus firmas visuales, quizá no quería decir nada y quizá quería decir mucho.

Equipaje de sueños trata sobre Ella y Él (excelentes Virginia Ordóñez y Osvaldo Esparza), lo que sugiere que quizá habla sobre todos nosotros. No es del todo cierto, porque no todos los seres humanos tienen la capacidad de soñar. Equipaje de sueños habla sobre un par de soñadores que un día se encuentran y se enamoran. Él es un hombre vestido de negro que vaga por la ciudad cargando una maleta que nunca abre; Ella es una mujer que vaga por la noche de la gran ciudad cargando dos maletas. Ambos están solos, se encuentran y se enamoran, pero al principio Él se resiste a amar.. Ella es fantasiosa, abre sus maletas y muestra sus sueños para Él: un jarrón, unas flores de plástico, una manta… Él nunca le mostrará qué encierra en su maleta. Ella sueña con tener un hogar, con entrar y salir del metro, con alimentarse de tamales y enchiladas en la vía pública… Ella ama el olor sofocante del mundo sudoroso y superpoblado. Él, en cambio, sueña con ser el último habitante del mundo, con ofrendarle ese mundo a ella: vivir en cuevas, descubrir el fuego, cazar leones y alimentarse con carne de jaguar. Pero ella no puede tolerarlo: no quiere soñar con una fogata bajo la noche estrellada, sino con un microondas en un piso amueblado, a resguardo de las voces de la noche y de sus misterios. Ella le exige cambiar de sueño, volver al sueño que ambos compartían antes de vivir en mitad de un sueño de la selva, aquel sueño en que ella era madre, esposa y amante, y tenía un piso y sus necesidades pequeñoburguesas cubiertas, y entonces...

Creo que Blanco Gil, más que escribir su testamento, escribió el nuestro mientras dirigía Equipaje de sueños. Compuso en imágenes el testamento lírico de una ciudad agonizante en un mundo agonizante que ha mercantilizado y prostituido los sueños. Ni los sueños nos dejan soñar con libertad, parece decirnos Blanco Gil: hasta embotellados y pasterizados nos obligan a consumirlos. Sueños baratos de soñadores reemplazables, prescindibles. Sueños sin poesía, violencia, sudor ni libertad. Sueños intercambiables públicamente en las redes sociales de Internet, sueños de quita y pon, sueños desechables como pañuelos de papel.

La escenografía de Equipaje de sueños es sencilla, simbólica y funcional. Todo en ella recuerda los puentes, puentes que se tienden entre los sueños de Ella y los sueños de Él, los sueños de Blanco Gil y los sueños que nosotros soñamos cuando nos quedamos solos y no tenemos miedo de soñar con nuestros verdaderos deseos. Maestro de la escenografía y de la luz, Blanco Gil nos legó un montaje de gran belleza y sencillez, histriónico y divertido, pero con un giro dramático al final que encierra un significado que trascenderá el tiempo. Equipaje de sueños acabó por ser la entusiasmada, lúdica y poética herencia de un hombre que vino a la ciudad más peligrosa del planeta para compartir sus sueños más íntimos en el reino de las pesadillas. Ojalá que en algún lugar Blanco Gil nos esté soñando ahora mismo, y en sus sueños nos redima y nos dignifique como lo hizo en vida con su teatro.

3 comentarios:

Paso del Río Grande del Norte dijo...

Coincido, profesor, un trabajo excelente. Debemos lanzarnos a publicar el Equipaje de Blanco, pues contiene muchísimas cosas que vale la pena analizar, tanto los espectadores, como los lectores, como otros actores y otros directores. Además, solamente le hemos visto en Ciudad Juárez y el mundo merece las ideas de José Manuel.

El Pobresor Gafapasta dijo...

Pues adelante, cuenten conmigo para lo que haga falta, desde YA.

Mónica Arredondo y Fermín Robledo dijo...

Ví la obra y me pareció maravillosa, y esta publicación la describe y analiza tal cual es. Ojalá que mucha gente más pueda apreciarla...Equipaje de Sueños, un gran legado de José Manuel Blanco Gil.