martes, febrero 12, 2013

EL GRAN AMOR DE BÉCQUER, DE ALBERTO DE ZAVALÍA (1946)

 El entierro de Bécquer abre la  película
Uno hubiera podido esperar más de este film, producido y dirigido por Alberto de Zavalía, porque sus guionistas eran Rafael Alberti y María Teresa León, su esposa, pero se trataba desde el principio de un film industrial y no de un film de vanguardia. Tengamos en cuenta que era 1946 y estábamos en la Argentina. En 1946 Buñuel no empezaba su rodaje en México, por ejemplo, que iniciaría en 1947 con Gran Casino (1947) y El gran calavera (1949). No podría rodar Los olvidados, su primera obra maestra, hasta 1950. Los grandes de la Generación del 27 se reciclaban como podían, y nadie debe criticarlos por ello. Por esta razón, nadie debe adentrarse en este film esperando hallarse con la personalidad del autor de Marinero en tierra o Sobre los ángeles, ni mucho menos al autor del poema "A galopar". 
 


El gran amor de Bécquer se trata de un film ignoto que, parece, sólo puede ser rescatado gracias a la Mula de Alejandría. En versión, como pueden ver por las capturas de pantalla, copiada de algún canal de televisión. Sin restauración alguna, chucurría por el polvo y el tiempo. Es un film romántico para toda la familia, que tira del mito del Bécquer sentimental, enfermo de amor, indolente en su vivir cada día, apasionado en su poesía que parece haber nacido cincelada, como las barbas del Moisés de Miguel Ángel o las fuentes de Bernini. Es una excelente caracterización la del chileno Esteban Serrador como Bécquer, y su interpretación está a la altura de lo que se espera de ese Bécquer dulzón que a todos nos vendieron en la escuela. 

 El amor pasión


Bécquer espera el amor, se enamora de Julia (una deliciosa Delia Garcés, quien trabajó con Luis Buñuel en la cinta mexicana Él). Ella le corresponde, pero es obligada a casarse con un don capitán, que luce más galones que un poeta. Ella muere de pena, como no podía ser menos, y Bécquer muere a continuación. La acción transcurre en un Madrid de serie B, delicioso en su mezcla de acentos españoles y latinoamericanos. Es un Madrid decimonónico de cartón piedra que hoy suena a barrio de Chueca. La película es linda porque quienes la escribieron y rodaron eran bien boludos. No se incurre en bobaliconería ni cursilería, aunque la interpretación es sensiblera y demodé. Hay simbolismos evidentes (paloma muerta) y muchos versos de Bécquer, pero también refritos líricos de Hamlet. Hay también una influencia (no en vano Alberti pasó por el surrealismo, pero no militó en sus filas) de pelis como Sueño de amor eterno (Petter Ibbetson, Henry Hathaway), film de culto entre los surrealistas. 


Se trata de un film a restaurar y redescubrir por sus valores artísticos y culturales, aunque la sensibilidad de hoy no sepa apreciarla por las muchas referencias existentes a una emotividad decimonónica, hoy aparentemente superada en estos tiempos de pragmatismo ramplón. Tampoco podrían apreciar, sin duda alguna, el luminoso clásico de Hathaway del que toma ciertos préstamos, la ya citada Sueño de amor eterno. No sé si esto pueda ser un consuelo para alguien, desde luego, no para mí.


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