Iconoclasta,
anticomercial, único, la exigua cinematografía de Tarkovski sigue siendo hoy de
gran trascendencia e influye en nuevas generaciones. Se declaraba fan de
Bresson, Buñuel, Bergman y Kurosawa, con quienes parece tener poco en común. Se
mantuvo al margen del cine comercial, como creador y espectador, y tampoco
siguió los lineamientos de la Unión Soviética, con cuyo politburó tuvo no pocos
problemas, lo que le obligó a emigrar. Toda su obra es un canto al amor, así
como Solaris es la negación de la felicidad por la ciencia y la imposibilidad
de la certidumbre.
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