miércoles, agosto 04, 2004

EL VIAJE A NINGUNA PARTE

Se trata de una de las obras maestras del cine español de los últimos veinte años. Fernando Fernán-Gómez escribió, dirigió e interpretó esta mirada sobre el ocaso de los últimos cómicos de la legua; aquellos cómicos que no sabían nada de Stanislavsky y para quienes la vida era carretera y manta en la dura España de posguerra; y hambre, mucha hambre. Los cómicos de la legua desaparecieron, y su desaparición (en virtud de muchos factores, no sólo el cine o la televisión) fue también la desaparición de toda una era a veces gloriosa y a veces patética, pero distinta de la nuestra. Hoy ya no quedan cómicos de la legua, y esto quizá sea bueno (para ellos, no para nosotros). Los actores de hoy, o se marchan a las grandes capitales y triunfan (vivir de ello ya es triunfar), o se buscan un trabajo vulgar y corriente y luego fundan sus propias compañías no profesionales para hacer bolos por los pueblos y comarcas de su región. Estos últimos, a veces, desarrollan una labor de gran profesionalidad, y sin duda son quienes mantienen viva la leyenda del teatro, pues no esperan a que las grandes compañías lleguen de Madrid o de Barcelona para ver Lorca, o Shakespere, o Mrozek, o Arthur Miller (son sólo cuatro ejemplos entre cientos). Pobre del pueblo que no tenga su grupo de teatro, su compañía de actores que se llaman a sí mismos “aficionados” con no poco orgullo.

El viaje a ninguna parte es la historia de Carlos Galván (excelente José Sacristán), un actor para quien la vida viajera del teatro fue un viaje a ninguna parte. ¿Será así sólo la de Carlos Galván, o la vida de muchos teatristas es un viaje a ninguna parte? ¿Cuántos hombres y mujeres he conocido para quienes el teatro era la única forma de vida, de expresión fundamental, de concederle un sentido a su propia existencia? Con hambre o sin ella, a veces en las giras con nostalgia de los hijos, muchas veces sin pareja en el hogar, habitando en pensiones y malcomiendo en fonduchas, a veces para morir sin un cinco en una cuenta corriente, con el rencor de que el mundo actual no les permita vivir con dignidad siendo sólo eso: actores, cómicos, teatristas, teatreros... A veces, por su propia falta de genio e incapacidad para reconocerlo; a veces, por insensibilidad de la sociedad y de las instituciones. Me llegan noticias de amigos que siguen haciéndole la lucha: en Los Angeles, en Madrid, en Barcelona, en París, en México... A veces triunfando, aupándose al cine o a la televisión, ganando premios y becas; a veces, consiguiendo sólo la victoria de hacer aquello que más se ama. Y al mundo, que le vayan dando.

La semana que viene partiré a Monterrey para presentarme con el Retablo en la Muestra de Teatro de Nuevo León. Volveré a viajar montado en la alfombra mágica del teatro, el mismo teatro que me trajo a América y en México me dejó, el mismo teatro que me condujo de nuevo a España y que de España me obligó a viajar a otros lugares y conocer otras tierras, el mismo teatro que me lleva de aquí para allá sin más retribución verdadera que el placer de subirme a un escenario, y entonces mudar la voz, sudar, gritar, purgarme interiormente. Viajar, viajar y viajar, ¿para llegar a dónde? Con casi toda probabilidad, a ninguna parte, pero cada vez más lejos del centro.

No hay comentarios: