jueves, octubre 07, 2004

PALÉFATO Y LOS ALEGORISTAS

Pocas lecturas más divertidas en los últimos tiempos que la del griego Paléfato y sus secuaces, unos racionalistas que interpretaban los detalles más pintorescos de la mitología griega recurriendo a la alegoría con un sentido común aplastante. La lectura procede del valioso volumen de Sanz Morales ya mencionado al hablar de Partenio de Nicea. En este caso hablaremos de Paléfato, Heráclito y el llamado Anónimo Vaticano, donde se nos ofrecen interpretaciones alegoristas de los mitos. La identidad de Paléfato resulta escurridiza, pero se ha propuesto que fue un griego de Paros que vivió en tiempo de Alejandro Magno y fue discípulo de Aristóteles. Hay una noticia que relaciona a un tal Paléfato con Aristóteles, y en esta noticia hay mención explícita de que escribió una obra sobre relatos increíbles. A esto, además, se une el detalle de que Paléfato parece ser nombre parlante, ya que Aristóteles era aficionado a bautizar a sus discípulos con sobrenombres relacionados con sus inquietudes intelectuales. Paléfato vendría a significar “el que habla de cosas antiguas”.

Paléfato afirma en la introducción a su opúsculo Sobre fenómenos increíbles que muchas de las leyendas de la mitología son patrañas y distorsiones de la realidad. Paléfato presume de haber visitado personalmente los lugares donde transcurrió la acción y haber sostenido conversaciones reveladoras con los más ancianos del pueblo, quienes le contaron las cosas tal como sucedieron, no como se recuerdan. Esto conducirá a Paléfato a volver a contar los mitos después de insistir machaconamente en cada fábula: “Esta es la verdad”.

Lo divertido de Paléfato es que sus interpretaciones resultan tan prosaicas y ramplonas que su explicación me ha producido verdaderas alharacas de júbilo. Así, Medea no era una bruja que hervía a los ancianos y los rejuvenecía, sino que fue la inventora del baño a vapor tonificante y el tinte para el pelo (XLIII, Sobre Medea); Pandora no fue moldeada de barro, sino que era una griega muy rica y la primera mujer que se aplicaba mascarillas de barro para tonificar la piel (Sobre Pandora, XXXIV); las amazonas no eran mujeres guerreras, sino guerreros con falda larga que se rasuraban la barba y se ceñían el pelo. La explicación de Paléfato, que no pudo conocer a Margaret Thatcher ni a muchas de nuestras contemporáneas, era “que la capacidad de guerrear sea propia de mujer no ha sido verosímil nunca ni lo es en modo alguno ahora”.

Las explicaciones de Paléfato no dejan sin interpretación detalle alguno, y para todo hay una razón pragmática. Sin embargo, Paléfato no era ateo, pues nunca niega la existencia de los dioses (que da por cierta), sino la implicación de éstos en episodios fantásticos que nada tienen que ver con la gravitas de toda divinidad que se precie. Un ejemplo, en XLVII Sobre Marsias, donde Apolo y Atenea son los mismos dioses de siempre, pero Marsias es degradado de sátiro a campesino vulgar que halla el célebre aulós abandonado por Atenea. Por lo general, las explicaciones de Paléfato son divertidas porque resultan tan improbables y complicadas como la misma trama de la leyenda que pretende explicar. Son invenciones deconstructivistas, que perpetradas por sus epígonos llegaron a rozar el ridículo absoluto. Tal es el caso de la explicación por parte del Anónimo Vaticano del mito de Pasifae, la esposa de Minos que, bajo el disfraz de madera de una vaca construido por Dédalo, copuló con un toro y engendró al minotauro. Uno no puede leer el Anónimo Vaticano sin descuajeringarse sanamente de la risa: Pasifae, enamorada de un joven paisano suyo, convirtió a Dédalo en cómplice y colaborador de su pasión. Como tenía la costumbre de ser precavida antes de llevar algo a cabo, sólo cuando Dédalo le construyó una réplica bellísima y semejante punto por punto a una vaca viva, acudió ésta acto seguido a casa de éste, con el disfraz de vaca. Allí se unía a su amado, hasta que fue de dominio público. Lo que se cuenta es un mito”. Ahora me explico qué ocurre realmente cuando veo a una vaca tocando a la puerta de una casa.

Paléfato era un científico, un espíritu crítico respecto a las pinceladas legendarias y populares que enturbiaban la solemnidad de unos dioses a quienes no niega. Un pionero muy valioso del método exegético que, como sabemos, no puede explicarlo todo porque muchas veces ese todo carece de explicación completa. Hay un estufido chocarrero acerca del famoso cetáceo que obligaba a los troyanos a ofrendarle jóvenes que devoraba a cambio de no asolar su ciudad. Paléfato se pregunta con sorna: “¿Quién no sabe que es una insensatez que los hombres establezcan pactos con los peces?” En esto se nota que Paléfato era un antiguo, y no pudo escuchar a George W. Bush cuando dijo: “Creo que los seres humanos y los peces pueden coexistir pacíficamente” (27 de septiembre de 2000).

Hoy vivimos también tiempos de crisis en que todo es replanteable, como ya en su día hizo Paléfato. Es más: hoy día todo se palefatea.

2 comentarios:

Anónimo dijo...

Su artículo me parece excelente. Tiene una lozanía expresiva que se echa bastante de menos en el panorama estrictamente alfabetizado de la mayor parte de Europa y que tiene en España su expresión más legítima.

También el científico anglo-norteamericano Freeman Dyson (The Civil Heretic") se presenta como una especie de Paléfato actual, desmontador de mitos. Lo que sucede, pienso yo, es que cuando las situaciones se viven de cerca todo resulta más siniestro.

Muchas gracias por su artículo.

El Pobresor Gafapasta dijo...

Al contrario, gracias a usted por sus palabras. A veces estos artículos son hallados en la red y alguien sensible y atento como usted se toma la molestia de leerlos y apreciarlos.

Seguiré la pista a Freeman Dyson. Gracias por la recomendación.

Un saludote.