miércoles, noviembre 24, 2004

ARCHIVO: LA PERDIDA.

El 6 de Septiembre de 1951, durante una fiesta en la casa de John Henry, dueño del bar The Bounty de la ciudad de México, se produjo uno de los episodios más tristemente célebres de la historia de la literatura norteamericana del siglo XX. William Burroughs, el gurú de la generación beatnik a la que pertenecieron Jack Kerouac y Allen Ginsberg, tiene una idea luminosa inspirada por el alcohol y por una excesiva autoconfianza en su pericia con la pistola. Para animar a la concurrencia, acalorada y alegre, le pide a su segunda esposa, Joan Vollmer, que se preste a recrear como juego de salón la famosa hazaña de puntería de Guillermo Tell. Ni corta ni perezosa, Joan coloca un vaso sobre su cabeza y se aposta contra la pared del cuarto. Burroughs saca su pistola y efectúa el disparo.

William Burroughs pasó el resto de su vida pensando acerca de qué fue lo que falló, por qué aquel balazo —que un experto tirador como él no debía haber errado— no hizo añicos el vaso para regocijo de los festejantes, y en cambio, se incrustó en la frente de Joan, causándole la muerte instantánea. Este episodio es recreado pictóricamente en la primera parte de la novela gráfica La perdida —aunque sustituyendo vaso por manzana—, obra de una de las comiqueras estadounidenses más interesantes del momento, Jessica Abel, que con esta obra pretende hacer un homenaje a una ciudad enormemente amada por ella: México, D.F. Quien quiera saber más acerca de la muerte de Joan, y de las impresiones y efectos que ésta dejó en el autor de El almuerzo desnudo y Yonqui, bien haría en conseguir el excelente volumen The Letters of William S. Burroughs (1945-1959), que editó Oliver Harris en 1993 bajo el sello de la editorial Viking. En este libro hallará, además, sus impresiones sobre México, a la que el autor consideró en su día la ciudad de sus sueños —lógicamente, el idilio terminó con la muerte de Joan—, y sobre la cual escribió encendidos pasajes a amigos como el ya mencionado Kerouac, quien sobre sus experiencias capitalinas compondría más tarde el poemario Mexico City Blues. Pero seamos tristemente sinceros, Burroughs no era el cantor garcilasiano de un jardín bucólico, sino que su naturaleza a menudo feroz le impulsaba a amar de México cuanto México tiene de más terrible. A su manera, Burroughs era otro fugitivo de Estados Unidos.

México como contraposición de Estados Unidos es un viejo tópico que se hunde en los orígenes remotos de las identidades nacionales. Sin ir más lejos, el consagrado western cinematográfico explotó la idea del México peligroso y agreste, donde todo era posible, frente a la idea de Estados Unidos como firme constructor de su destino glorioso. El tópico permanece inalterable, y desde los tiempos heroicos pintados por John Ford o Howard Hawks en sus vigorosas películas, la ciudad tampoco se ha convertido en la “tranquila aldea canadiense” que Burroughs advertía a Kerouac que no iba a encontrar cuando llegase a su casa en el número 212 de la calle Orizaba, en la colonia Roma, y refugio de beatniks. Esta novela gráfica de Jessica Abel presenta también a la comunidad norteamericana que, por razones de índole diversa, habita en la ciudad de México. “¿Puedes sentirte exiliado de un lugar del que no procedes?” La pregunta, de respuesta afirmativa, se la hace Carla Olivares, esta “perdida” joven norteamericana hija de padre mexicano y madre anglosajona que arriba a la ciudad de México en busca de sus raíces aztecas. La protagonista de nuestra novela conocerá allí a otros norteamericanos, y las conversaciones entre ellos dibujarán las diferencias sustanciales entre ambos países y culturas, así como el peso relevante que tiene en el recuerdo de muchos la escala mexicana de los beatniks, manifiestos chicos “malos” que, como los surrealistas, hallaron en México fuente de inspiración.

El primer puerto de Carla en México será un ex novio, Harry, en cuya casa —que la autora nos presenta como la misma donde Burroughs acabó con la vida de su esposa— habitará durante los primeros meses. Entre ellos dos se origina pronto la confrontación por las distintas visiones que ambos tienen de su país anfitrión: mientras Carla quiere profundizar en la mexicaneidad y ahondará en la cultura del país comenzando por aprender su idioma y cultivar la amistad de sus gentes, Harry se estanca en una superficialidad espantosa, y este niño bien hijo y nieto de banqueros permanecerá en la endogamia gringa, en el abuso recurrente de alcohol como pose intelectualoide y en el desprecio del país real frente al recuerdo ideal de Burroughs y Kerouac, autores cuya aventura mexicana imita de manera voluntariamente falsa. Carla profundiza en México y, al hacerlo, lo hace en sí misma aun consciente de que todo individuo es su cultura, y que la integración absoluta es imposible por muchas que sean las simpatías o afinidades.

El retrato que se ofrece de México es duro, pero no por ello truculento. Se mencionan en el álbum lo que todos ya sabemos: el secuestro express, la corrupción, la incompetencia policiaca, la inseguridad ciudadana, la incertidumbre de los taxis, la pobreza... Es una obra realista, no folklórica, donde se habla sin eufemismos de lo que cualquier persona medianamente informada del mundo sabe sobre la realidad mexicana; pero como reflexiona Carla, eso no pude frenarnos a la hora de gozar una ciudad que, como México, es una ciudad maravillosa. En la página 31, Carla hace una reflexión ecuánime sobre la vida en la capital azteca que, lejos del pesimismo absoluto de la fábula de Sileno y Midas, descarta cualquier posición apocalíptica: “Pero si ninguno de los sistemas de poder funciona, o no muy bien, entonces el día a día de la ciudad es, viéndolo de forma realista, como un acto de pura fe, un estar de acuerdo en no examinar el tejido de la vida demasiado de cerca por miedo a que no pueda resistirlo. Pero lo curioso es que resiste, resiste a pesar de los desgarrones y de las lágrimas”.

Jessica Abel, con su pincel cálido, suelto y aparentemente desgarbado en la mejor línea de los cómics independientes, hace un retrato afectuoso de algunos de los escenarios más llamativos de México: el Zócalo, Teotihuacan, las ruinas del Templo Mayor, el Parque México, e incluso la casa de Frida Kahlo —heroína de la protagonista—, y tampoco se olvida de plasmar en una delicada viñeta de resonancias pictóricas japonesas la gozosa explosión de las jacarandas en flor alumbrándolo todo. Abel, que residió durante una larga temporada en México, es una magnífica retratista de caracteres y ambientes que recrea a partir de la realidad con un cariño sentido, por medio de una narrativa visual ortodoxa y sin estridencias, a través de diálogos cargados de significación. La novela gráfica constará de cinco números, y en éste primero se hace apenas la presentación de los personajes principales y se exponen las alegrías y pesares del vivir cada día en el Distrito Federal. La editorial ha anunciado ya la aparición del segundo número de la serie —a casi un año de la aparición del primero—, y es una obra avalada, no sólo por la creciente fama de Jessica Abel desde la publicación de su afamada serie Artbabe, sino también por proceder de una casa editora tan importante como Fantagraphics Books, única editora norteamericana de pepines que nunca ha sido sospechosa de editar cómics para retrasados mentales.
Una buena oportunidad para catar el buen hacer de Jessica Abel es visitar su página web. En ella no sólo se encuentran fragmentos de los números 1 y 2 de La Perdida, sino también una estupenda galería de imágenes y una historia completa de escenario defeño, Xochimilco, donde podrá conocer a Carla Olivares, protagonista de esta obra.

Jessica Abel, La Perdida. Part One. Fantagraphics Books. Seattle, WA, 2001. 44 páginas en blanco y negro.
Publicado en el semanario El Reto el 21 de junio de 2002.

1 comentario:

Lino Coria dijo...

Muy interesante y útil la página de Jessica Abel.

Para los “moneros” aficionados como yo, este sitio incluye una serie de tips para hacer comics. Desde el material necesario hasta la forma de elaborar el guión y hacer los monos.

Gracias por darme a conocer el trabajo de Abel.

Un saludo,
Lino E.