martes, marzo 07, 2006

CAUGHT (1949), DE MAX OPHULS

A pesar de su escasa obra, desarrollada con pulso genial a través de una corta vida, Max Ophüls es uno de los grandes nombres del cine. Individuo de talla enorme, desmesurado también en la puesta en escena de sus filmes, Ophüls es considerado el modelo de director itinerante: rodó su filmografía con alma de gitano por Alemania, Austria, Suiza, Francia, Italia, Holanda y Estados Unidos.

Caught (en España, Atrapados) fue una de las películas que rodó en Hollywood, un melodrama barato, un melodrama vulgar, pero con una dirección desmesurada que la convierten en una obra maestra absoluta. En cuanto comenzamos a ver la película nos olvidamos de que ésta no es más que la historia de una cenicienta que se casa con un príncipe, aunque el príncipe resulte ser un psicópata que la humilla y tortura psicológicamente. Huida del hogar, encontrará el verdadero amor en los brazos de un médico de segunda en el sórdido East End de Nueva York.

Y a pesar de este trillado y folletinesco argumento de simpleza casi ofensiva, demostrando nuevamente que las historias son casi todas viejas, conocidas y repetitivas, Ophüls consigue rodar un pedazo de película de esas que quedan colgadas de la retina por mucho tiempo. Es decir, consigue lo que sólo puede conseguir el artista portentoso: que la vieja cantinela suene en nuestros oídos como clarinetes angelicales.

Para empezar, un barroquismo concentrado, tanto en la fastuosa riqueza en que vive la triste Leonora Eames (absolutamente maravillosa Barbara Bel Geddes, la Mitch de Vértigo y Ma´ Ewing de la serie Dallas), como en la sórdida pobreza del East End donde el consultorio del Dr. Quinada (James Mason) está lleno de cachivaches y estorbos que logran una composición escenográfica recargada que cualquiera que la conozca reconocerá como el cálido desorden de la pobreza. Por supuesto, la mansión de Smith Olhring (Robert Ryan) será todo lo contrario: el ornato reconcentrado de la riqueza, un palacete que evoca el Xanadú de Ciudadano Kane salvo el aliento épico de la película de Welles. Luego tenemos la atmósfera envolvente y embrujadora, tan densa que casi se puede cortar con cuchillo. El uso del blanco y negro, de la profundidad de campo, del retrato de ambientes mucho más realistas que la estética más realista de la época (demasiado cargada de glamour), así como el estudiado descuido de la interpretación de personajes (más preocupados por construir un buen personaje que por salir bonitos) conceden a toda la película un aire de cinema verité que huele a autenticidad, cosa poco fácil cuando se trata, como aquí y en cualquier película, de falsa autenticidad. Y por fin, esos con justa razón legendarios movimientos de cámara de Ophüls. Para Ophüls la cámara es una chica flaca y medio piripi a la que saca a bailar durante hora y media. Su cámara es volátil, osada, no se detiene por los suelos ni los techos; su cámara es nerviosa y se mueve como un gnomo travieso que busca la indiscreción total. Pero nada que ver con cruzar el estrecho de Gibraltar una noche de tormenta: no es mareante ni caprichosa, va siempre al grano pero antes lo hace con una voltereta. Es una cámara bailarina, que baila una música que nadie más oye. Formidable una escena en que James Mason y el Dr. Hoffman (F. Fergusson) dialogan sobre Leonora tras su desaparición y la cámara se mueve de uno a otro pasando sobre la silla vacía de ella es todo un poema visual de notoria fuerza sobre la ausencia de la mujer amada.

Película magistral gracias a un estilo de dirección y unas interpretaciones que nos hacen olvidar que estamos viendo un melodrama barato, el final impostado nos devuelve a la realidad precaria de los materiales de baja estofa con que ha trabajado Ophüls. Que no nos importe, al fin y al cabo. Estoy convencido de que pocos cocineros de la historia del cine, muy pocos, han podido guisar un estofado tan delicioso con estos ingredientes culinarios que parecen sacados de un hospicio dickensiano.

Atrapados (Caught, 1949). Dirección: Max Ophüls. Guión de Arthur Laurents. Fotografía de Lee Garmes. Música de Frederick Hollander. Montaje de Robert Parrish. Con Barbara Bel Geddes, Robert Ryan, James Mason, Frank Fergusson, et cetera. USA. 88 m. Blanco y negro. (****, de 4).

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