Un hombre sin pasado (2002) forma parte
de la trilogía que Kaurismaki dedicó a la inmigración. Un individuo llega a
Helsinki para buscar trabajo, y durante la noche es asaltado por una banda que
lo agrede y luego da por muerto. El hombre despierta en un hospital sin poder
recordar su identidad, ni tan siquiera su nombre, y comienza a vagar por la
ciudad hasta encontrarse en los barrios bajos, donde es adoptado por una
familia de desheredados que cuidan de él. Pronto, en esa extraña sociedad de
seres marginales, el hombre recupera su dignidad, encuentra el amor en una
voluntaria del ejército nacional de salvación (de nuevo, Outinen) y demuestra
que olvidar el pasado era lo mejor que podía ocurrirle, pues ha resurgido como
un hombre nuevo lleno de esperanza en un mundo difícil lleno de seres
marginales, pero también pletóricos de lealtad. Kaurismaki nos entrega con este
film un luminoso retrato de la miseria, porque la pobreza no es gris en
Kaurismaki, sino redentora y luminosa, llena de vida y no de muerte, una fábula
llena de esperanza donde los ecos de Qué bello es vivir son una influencia
reconocida por el director, así como la herencia de los miserables luminosos de
Chaplin y el laconismo de un Ozu o un Bresson, reconocibles influencias. La
fotografía es calidad dentro de un film esperanzador, donde la amistad y la
lealtad son fundamentales en un mundo de seres marginales donde la música, el
alcohol y el tabaco forman parte de peculiares rituales de hermandad y
concordia entre los hombres.
Suscribirse a:
Enviar comentarios (Atom)
No hay comentarios:
Publicar un comentario