Nostalgia
(1983) es, hasta cierto punto, una advertencia de futuro en la vida del propio
Tarkovski, pues él mismo, como el poeta exiliado en Italia, abandonaría su
propio país para no volver. Ambos morirían lejos del hogar, aunque el cineasta
se volvería un ser itinerante que vaga por Europa antes del fin.
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viernes, noviembre 27, 2015
CIN3MÁTICO 47: ANDREI TARKOVSKI (PARTE 2 DE 3): STALKER
Stalker
(1979) es una nueva reflexión sobre la existencia del ser humano, y para ello
de nuevo recurre a cierto universo distópico y a la simbología. Desde el punto
de vista de la construcción es su filme más lineal, y sin duda el más sucio de
toda su trayectoria. Tres viajeros parten en busca de la habitación de los
deseos, y cada uno de ellos encarna cada una de las vías del conocimiento: la
fe en el stalker o guía, la científica en el profesor y la artística en el
escritor. Cada uno de ellos está reducido al símbolo, a la metáfora, por ello mismo se tratan por sus oficios, que
no sus nombres.
CIN3MÁTICO 47: ANDREI TARKOVSKI (PARTE 1 DE 3): SOLARIS
Iconoclasta,
anticomercial, único, la exigua cinematografía de Tarkovski sigue siendo hoy de
gran trascendencia e influye en nuevas generaciones. Se declaraba fan de
Bresson, Buñuel, Bergman y Kurosawa, con quienes parece tener poco en común. Se
mantuvo al margen del cine comercial, como creador y espectador, y tampoco
siguió los lineamientos de la Unión Soviética, con cuyo politburó tuvo no pocos
problemas, lo que le obligó a emigrar. Toda su obra es un canto al amor, así
como Solaris es la negación de la felicidad por la ciencia y la imposibilidad
de la certidumbre.
miércoles, noviembre 19, 2014
SOLARIS (TARKOVSKI, 1972)
El pasado domingo fui invitado a comentar Solaris en el ciclo de Cine de ciencia-ficción que se acaba de inaugurar los domingos en la UACJ, y tendrá dos sesiones más. Breve pero sustancioso. Aprovecho para repescar aquí un texto que escribí para una revista digital sobre la novela y su adaptación, texto que ya no es encontrable en la red. Por ello, aquí les va el texto Solarística.
SOLARÍSTICA
La longeva relación entre cine y literatura exige de
quienes aman estos medios una comprensión cordial de las infidelidades entre
ambos. No es infrecuente que la versión cinematográfica de una obra maestra
literaria resulte un film decepcionante. La literatura posee una capacidad de
evocación y de silenciamiento que resulta muy sugestiva para el lector. Cada
novela por sí misma no sería nada sin la construcción imaginativa de cada
lector. La literatura exige un esfuerzo de imaginación que, aparentemente, el
cine no requiere desde el mismo momento en que todo parece estar contenido en
la imagen. Da la falsa impresión de que resulta muy fácil sentarse a esperar
que lo ilustren a uno y le digan cómo mirar lo que el director quiere. Las
múltiples interpretaciones, sugerencias e imágenes mentales de una novela
quedarían comprimidas y cerradas en una concatenación de planos deterministas.
La gran novela quedaría encerrada en una especie de jaula de cristal, en
apariencia transparente pero opaca.
El
caso contrario es todavía más interesante. El cine está lleno de adaptaciones
de novelas mediocres, y hasta espantosas, que se convierten en obras maestras
cuando pasan por el nickelodeón y las convierten en luz entre las sombras. La
lista resulta tan prolija que no merece la pena emprenderla. Esto incluye
también la adaptación al cine de obras de teatro arrumbadas en los polvorientos
anaqueles de la desmemoria. La feliz coincidencia de profesionales en estado de
gracia puede rescatar un argumento y convertirlo en una sólida ficción con
independencia de los resultados originales.
La
lectura reciente de Solaris, la obra maestra de Stanislaw Lem, me ha
empujado a querer ver sus adaptaciones cinematográficas con un deseo nunca
antes sentido. No siento especial necesidad de ver las distintas adaptaciones
de El Quijote o de la Odisea, obras literarias fundamentales en
mi formación, pero sí las de Solaris, quizá porque Solaris es una
obra literaria que nos propone una audaz visualización de lo inhumano como
pocas veces se ha insinuado en la literatura del siglo XX, y uno hubiera
esperado, al menos, un intento de visualización de esta inhumanidad, aunque
fuese un intento fracasado.
Solaris
es una de las grandes novelas de ciencia ficción. Es, básicamente, una obra que
juega con los parámetros de géneros anteriores de la novela para construir una
realidad literaria híbrida y enormemente sugestiva. Solaris es un
planeta con voluntad propia al cual llega el psicólogo Kris Kelvin para atender
el extraño comportamiento de los tres habitantes de la única estación espacial.
Kelvin pronto advierte que la locura de los dos supervivientes (el tercero se
ha suicidado días antes) no es tal, sino que la voluntad de Solaris envía réplicas de otros seres humanos para
atormentarles. Cuando Kelvin se reencuentra en Solaris con su amada esposa
muerta, y vuelve a enamorarse de ella, su aspecto más racional comienza a
adentrarse en vericuetos del alma humana donde no faltan, y ésta es la parte
más impresionante de la novela, las descripciones de la naturaleza inhumana de
Solaris. Lem dedica más de veinte páginas de un capítulo a tratar de describir
los extraños fenómenos físicos de Solaris, y en esta descripción, alucinada
pero incompleta, es donde descubrimos precisamente la ambición de Lem por
demostrar que el ser humano no está preparado para convivir con especies
superiores a él mismo, ni siquiera para intentar comprenderlas mínimamente.
Solaris
es, como digo, una hábil mezcla de géneros de la novela. Es, en el fondo, una
novela gótica disfrazada de novela de ciencia-ficción con ribetes de novela
policiaca o de intriga. Es novela de misterio, pero su misterio es el misterio
de la existencia humana. La historia de amor entre Kelvin y Harey, la esposa
fallecida (el “fantasma” que habita el “castillo” de la estación espacial de
Solaris) antecede en muchos años a la reflexión que plantea Blade Runner
(Ridley Scott, 1982) sobre la humanidad de seres humanos creados
artificialmente, y debe más a Solaris que a su propio origen literario,
la excelente novela del visionario Philip K. Dick: ¿Sueñan los androides con
ovejas eléctricas?
El
intento de describir este imposible, este planeta que desafía la capacidad
humana de descripción, lo que no puede ser parangonado con parámetros humanos,
necesariamente tuvo que fracasar en el cine. En la adaptación más importante
(filmada por Andréi Tarkovski en 1972), el exquisito director ruso no reflejó
la complejidad rítmica de la novela original y construyó un filme majestuoso,
pero tan bello como frío, que insinúa más que explicita la honda monstruosidad
del planeta incomprensible. En cambio, la versión de Steven Soderbergh
protagonizada por George Clooney (2002) es sencillamente ridícula. Las
exigencias del nuevo cine de Hollywood por confeccionar productos políticamente
correctos para consumo de adolescentes y débiles mentales obligaron a los
responsables a perpetrar un aborto de película lastrada por una
reestructuración de la historia original en función de las exigencias de un mercado
obsesionado por la falta de profundidad y la idiotez.
El
verdadero reto de Solaris consiste en su lectura, pues el triunfo sólo
es posible en la imaginación de cada quien. Es difícil en estos tiempos de sushi
literario encontrar cerebro para asimilar la incomparable descripción de
Solaris que afronta Lem, más semejante, siguiendo los mismos patrones
culinarios, de los banquetes prolijos y fantásticos de el Satiricón de
Petronio. Pero Solaris es una novela también agradable. La honda y
desesperada historia de amor y fantasmas que encierra, la emotiva
reconciliación con la muerte en la vida, así como las dosis de intriga y hasta
terror que Lem sabe diseminar a lo largo de su estructura, convierten a Solaris
en una de las mejores recomendaciones para quienes deseen acercarse a ese
género de la novela llamado ciencia ficción y, en definitiva, a una de las
grandes novelas de la segunda mitad del siglo XX.
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