Mostrando entradas con la etiqueta Series de televisión. Mostrar todas las entradas
Mostrando entradas con la etiqueta Series de televisión. Mostrar todas las entradas

viernes, mayo 27, 2016

BLACK SAILS: HOSTES HUMANI GENERIS

Yo estaba en Benidorm, localidad costera de Alicante, donde a la sazón mi familia y yo pasábamos los veranos. Era ferragosto de 1982. Acudí a un cine a ver una película, como casi todas las noches. Era una película de ciencia-ficción de la que se había hablado algo, pero no mucho. Entré a verla sin grandes expectativas, como podía haber entrado a ver otra. Poco a poco, la música y la fuerza de las imágenes me fueron subyugando, y yo me decía: oye, esta peli no sólo no está mal, sino que está más que bien. A medida que la cinta avanzaba me iba diciendo: ey, esta película no es que esté bien, es que está MUY BIEN. Para el final, aquel film me había entusiasmado tanto que salí de la sala convencido de haber visto una obra maestra desconocida como no recordaba haber visto nada igual. Aquel film era Blade Runner (Ridley Scott, 1982). El tiempo me dio la razón y esa película fue convirtiéndose con los años en un icono de la SF y en cine de culto. Durante muchos años fue una de mis favoritas, y todavía lo es. La lección es esta: no hay nada como descubrir, sin previo aviso, una obra singular que te fascina y darte cuenta de que te encuentras ante algo muy especial. 
Como a tantos otros, me gustan las series de TV. El mega-relato moderno trae muchas satisfacciones. No comparto esa tan cacareada idea de que la series son "el cine moderno". El cine es cine, y las series son series. Ya en los años 30, 40, 50 del siglo XX, existían los seriales cinematográficos,y no eran lo mismo que las películas. Eran la versión actualizada del folletín del siglo XIX. Luego saltaron a la televisión. Ahora, los seriales son mucho más perfectos. Y el cine sigue siendo el cine, y los seriales son las series. Más cuidadas que nunca, eso sí. He disfrutado horrores con Los Soprano, Mad Men, Deadwood, The Wire y tantas otras, como disfruto ahora con El ministerio del Tiempo. Pero a todas ellas llegué motivado por la repercusión que tuvieron en los medios, por la efervescencia de sus fans. No me ha sucedido con esta serie de la que quiero hablar un poco: Velas negras (Black Sails). La descubrí por casualidad en uno de esos rincones de descargas, sin haber tenido noticia de ella. Decía ser una precuela de La isla del tesoro, la emblemática novela de Stevenson (un escritor vitalista de los que me gustan), y yo me dije: ¿Qué? ¿Una serie de piratas que retoma personajes de la novela de Stevenson? A esto hay que darle una oportunidad. Además, la producía la cadena de cable Starz (la misma de Espartaco), lo cual garantizaba mucho pathos, testosterona a raudales, abordajes y combates fieros, escenas de sexo y féminas hermosas. Pero lo que se me acabó de meter entre ceja y ceja fue la obertura de la serie, completamente sugestiva, la cual les comparto aquí por si aún no la conocen. ¿No les dan ganas de ver esta serie después de esta obertura llena de belleza, poesía y pasión? Me comía la uñas por empezar a verla. 

                                      
He visto la primera temporada, de sólo 8 episodios. Vaya por delante que no es una obra maestra como las series anteriormente mencionadas, pero es una serie vistosa y trepidante que gustará a todos aquellos que, como yo, sentimos amor por el mundo de la piratería del siglo XVIII. No cuenta con los grandes actores ni excelentes interpretaciones de Los Soprano o Juego de tronos, pero hay que reconocer que el elenco actoral está muy bien puesto en sus papeles y es convincente. Me hizo evocar aquellas funciones de Primera Sesión de los sábados por la tarde en mi adolescencia, después de la hora de comer, en que veíamos películas de acción y aventuras formidables como El mundo en sus manos (Raoul Walsh, 1952) o La mujer pirata (Jacques Tourneur, 1951). Velas negras funciona, precisamente, como revisión y puesta al día de todo aquel cine clásico que, aparentemente, no tenía afán de mayor trascendencia, pero con mayor verismo, sexo y violencia. Y es posible que Velas negras tampoco tenga afán de trascendencia,  pero ello también es disfrutable. Y quizá por eso trasciende y entusiasma. 
La acción transcurre en Nassau, hoy capital de las Bahamas, otrora capital de la piratería en el Caribe del siglo XVIII. Playas y cielos azules, mares a veces cristalinos, a veces tormentosos. Antes he dicho que es precuela de La isla del tesoro, pues transcurre dos o tres décadas antes de la acción de la novela. Sin embargo, jamás se recuerda en los créditos la paternidad de Stevenson. ¿Por qué? En Velas negras conoceremos cómo Long John Silver (Luke Arnold) se enroló en la nave del capitán Flint (eficaz Toby Stephens), The Walrus, y cómo lo acompañó a recorrer los mares para cometer tropelías. Desde este punto de vista la serie es muy realista. Nuestros amigos no son tan fair play como aquellos piratas del cine clásico, ni todos estos piratas son "hombres enamorados" y tienen "un lorito que habla en francés", que cantara el bueno de Joan Manuel Serrat en lejanos tiempos. Velas negras recuerda en algunos momentos a la serie wéstern Deadwood, sólo que cambiando el poblacho de Deadwood por Nassau, pero también mezclando personajes ficticios y reales. Así, junto a los imaginarios Capitán Flint o John Silver tenemos a personajes históricos como el capitán Rackham (Toby Schmitz), Thomas Vane (Zach MacGowan) o Anne Bonny (interpretada aquí por Clara Paget casi de incógnito, pertrechada todo el tiempo bajo un enorme sombrero). 
Ale, aquí encima tienen a toda la tropa de piratas. Aquellos que fueron declarados por los gobiernos colonizadores como hostes humani generis ("enemigos de la raza humana"). Violencia y sexo son característica de la cadena Starz, no necesito decirlo a quien haya visto la serie péplum Espartaco. En esta caso hay tres personajes femeninos importantes: Eleanor Guthrie (la rubia Hannah New), posadera mayor del reino y propiciadora de prostitutas y mucho ron; continúa la hermosa y exótica Max (Jessica Parker Kennedy), meretriz apodada Barbanegra (no diré por qué, pues hay pequeños delante) que tras unos amores tempestuosos con Eleanor toma su propio rumbo. Abajo les dejo foto de la mocita. El verdadero Barba Negra saldrá más adelante. Cierra este trío femenino de la temporada 1 la ya citada Paget como Anne Bonny, mujer pirata salida de los libros de historia que en su tiempo se lo llegó a poner muy difícil al capitán Rackham (inspiración, supongo, del Rackham el Rojo de Hergé para Tintín). Mi personaje favorito, Mr. Gates (Mark Ryan), conciencia intelectual de Flint, podía haber dado mucho más juego. 
En definitiva, la primera temporada deja ganas de más. Pronto seguiré con la segunda. Hay una tercera y se prepara una cuarta. La supervivencia o cancelación de series es un misterio. En principio, una serie como Velas negras no debía de haber tenido tanto éxito como para garantizar su continuidad. Es extraño pensar que series como Carnivále o Firefly, o la antes citada Deadwood, vieron sus alas cortadas mientras otros productos siguen volando. Cuesta trabajo creer cómo en Estados Unidos puede prosperar una serie de piratas, ya que los piratas nunca fueron muy del agrado de los usacas, tan amantes de la legalidad y tan panegiristas del capitalismo. Al menos, los piratas, con toda su carga de ron, violencia y romanticismo, florecieron mucho más y durante más décadas en el imaginario europeo. Y no se han marchado. La mejor serie de piratas del cómic de todos los tiempos fue francesa: Barbarroja, escrita por Charlier y dibujada por Hubinon. Al menos de momento, en lo que a mí respecta, me alegra la continuidad de Black Sails. Ojalá tengamos hostes humani generis para mucho, mucho tiempo. 

viernes, diciembre 13, 2013

SERENITY, DE JOSS WHEDON (2005)

Serenity (2005), de Joss Whedon, fue un final digno para una serie de televisión que hubiera merecido mejor suerte: Firefly (2002). Visto lo visto, la serie completa y la película, duele que Firefly fuera cancelada tan pronto y de esa manera. Fue el parné: porque era muy cara de producir y la audiencia no estaba a la altura del desembolso de tantos millones. La misma razón esgrimió HBO para cancelar Deadwood o Carnivale, otras dos series amadas mías. No cabe duda de que hoy las series de televisión no sólo tienen que ganar dinero, sino ganarlo desde antes de que se emita el primer episodio (como Juego de tronos). Esto demuestra que, a pesar de ese cacareado paraíso que dicen que es la ficción televisiva contemporánea, es un negocio como cualquier otro donde los que tienen dinero no quieren arriesgar por nada que no les deje beneficios desde el primer momento. Creo que hoy la clásica Star Trek no hubiera durado ni dos meses. Y un poco de lo mismo Hill Street Blues, que hoy no resulta rentable ni en DVD (en Estados Unidos salieron las dos primeras temporadas, y seguimos esperando la tercera diez años después). La cosa está en que, después de su injusta cancelación, Firefly se convirtió, como hace muchos años Star Trek, en serie de culto. 

La grandeza de Firefly consistía en apelar, desenterrar incluso, al adolescente que todos llevamos dentro. Ese inmaduro soñador, lleno de lealtad hacia ciertas causas nobles y perdidas, ese amor por los amigos más que por la propia familia, lleno de desprecio hacia reglamentos, normas, gobiernos… Ese joven impulsivo y romántico que algunos todavía llevamos dentro, lleno de amor y de humor, que  quisiera perderse para siempre en la inmensidad del universo para conocer planetas sin cuento, seres humanos sin parangón, peligros sin aviso, y salir airoso de la experiencia. Quizá ese carácter adolescente perjudicó a Firefly. También las presiones del canal Fox. Fox, canal de ultraderecha, malamente podía tolerar Firefly, serie con algunos desnudos y comportamientos sexuales, aunque edulcorados, ciertamente alocados y poco recomendables paras sus audiencias. Y ya que estamos hablando del tema erótico: solamente un verdadero pervertido cancelaría una serie con cuatro bellezas permanentes como Gina Torres, Morena Baccarin, Jewel Staite y Summer Glau, más la recurrente Christina Hendricks (en un par de episodios) antes de lanzarse a la fama con Mad Men

Te tienes que enamorar de esos personajes que son unos buenazos y van por el universo de tipos duros, tipas duras, esa prostituta imposible, de corazón dulce como mazapán, que es como una Irma la Dulce de las galaxias siderales. Esos protagonistas de Firefly, con su elevado sentido de la amistad, la solidaridad y el riesgo, son los amigos que todos hubiéramos querido tener, y que a lo mejor un día tuvimos en la adolescencia, cuando nada era más importante que encontrarte con tus amigos y dar los primeros besos a la mujer amada. Efectivamente, Firefly, con su ternura y su imaginación, su sentido blanco del bien y el mal, su dulzura, era una serie imposible que no podía sobrevivir mientras triunfaban series como Los Soprano. Firefly nació y murió como una serie de una época que ya no es la nuestra, una época donde la inocencia, todavía, era un valor y no un defecto. De ahí procede su gloria y su grandeza. 

En Serenity, la película, hay más dinero, menos western (salvo los inevitables pistolones), aparecen los temibles reavers, sabemos por qué la federación busca a River, hay dos muertes que hubieran sido innecesarias en la serie, un reencuentro amoroso… Una buena película, no una película de relleno, sino una hecha con ritmo, emoción, estructurada con inteligencia, actores que aman a sus personajes y aman a su público, un sentido del respeto de la industria por los fans que ya hubiéramos querido que tuviese, por ejemplo, aquel bodrio cinematográfico de El Capitán Trueno. Serenity es un film de colofón, un adiós y hasta nunca, donde nos reencontramos con unos personajes que, muerta la serie, ya son como fantasmas amados. Se han publicado algunos cómics con los personajes de Firefly, pero no es lo mismo

Como digo, Serenity fue un final digno, y triste. Si existe el paraíso de la series de televisión muertas prematuramente, allá estarán los episodios de las temporadas que nunca vimos de Deadwood, Carnivale y tantas otras. Y Firefly no sólo será una de ellas, sino la serie de televisión más injusta y prematuramente cancelada de todas las que yo, en lo personal, he visto en mi vida.

jueves, abril 25, 2013

JUEGO DE TRONOS 1 Y 2


En general me han gustado mucho las dos temporadas de la serie que constituye el hit del momento: Juego de tronos. A falta de ver la tercera temporada, que, según tengo entendido, ahonda en más de lo mismo, pero con mayor presupuesto, la 1 y la 2 me ha dejado un grato sabor de boca: una confrontación entre distintos reinos en una Edad Media muy reconocible, pero ubicada en una especie de universo paralelo (o sea: es la Edad Media, pero no es la Edad Media: hay dragones, magia y brujería, muertos vivientes, los siete reinos no han existido jamás, etc.); personajes interesantes interpretados por buenos actores; unos guiones hábiles que saben comprimir cada uno de los tochos monumentales que constituye la serie de novelas en que está basada, Canción de hielo y fuego, de George R. R. Martin; majestuosos exteriores y formidables decorados (con ayuda de efectos especiales y recreaciones por ordenador); violencia y sexo como en la vida misma, pero más, porque en el cine siempre tiene que haber más; algunos desnudos femeninos que alegran la pupila de vez en cuando y que, más que las tramas “adultas”, ya vienen siendo parte de la marca de HBO.


Algunos amigos me han hablado con fascinación de las novelas en que se basa la serie. Parece ser que son absorbentes, muy bien escritas, con numerosos cambios de punto de vista narrativo, trepidantes, con una plétora de personajes bien trazados y una multitud de relaciones personales para todos los gustos; giros dramáticos imprevistos… A pesar de estas buenas recomendaciones, no me atrevo a echarle el diente a la primera, ya que, aunque no tengo miedo de los mastodontes literarios, tampoco tengo tiempo para ellos (demasiados libros debo leer por obligación, lamentablemente), pero la verdad es que me pica la curiosidad y no me extrañaría probar un día de estos. Veía en las librerías de Madrid a los clientes llevarse todos los tomos de la serie en una sola columna como si se tratara de ladrillos para la construcción de un palomar en el terrado de su casa.


El único "pero" que yo le pondría a esta serie es que, en lo personal, ya he consumido cientos de libros y cómics de similares características. Todas las historias me suenan a ya oídas, ya vistas, ya leídas. Juego de tronos viene a ser un compendio de más de lo mismo, un compendio excelente, pero su capacidad propositiva, novedosa, me resulta limitada. Eso a mí, claro. Por no hablar de que lo que hace Martin, como haría cualquier novelista inteligente, es basarse en la histórica Guerra de los Cien Años para construir sus tramas. Y es que, en estos tiempos en que casi ningún ciudadano sabe de mitologías y de Historia, el buen escritor debe beber de ellas. ¿Para qué intentar contar una historia nueva, si todas las historias ya han sucedido o han sido contadas? Ahora sólo hay que recombinarlas (ejem…, me temo que siempre fue así).


Thumbs up: la esmerada y refrescante interpretación de Peter Dinklage como Tyrion Lannister. Desde los remotos tiempos de Freaks, en que los enanos eran todavía considerados monstruos, el infame Bombero Torero de nuestra infancia, pasando por el formidable Michael J. Anderson de Carnivale, llega por fin un actor enano que no sólo consigue desarrollar cierto sex-appeal y ganarse el interés y la simpatía de los espectadores con su cínico, sabio, ebrio y putero personaje, sino que reivindica la presencia “normalizada” de los enanos en el cine y la televisión más allá de su presunto interés como atracción de circo. Su actor ganó el Emmy y el Globo de Oro del pasado año por su interpretación en Juego de tronos al mejor actor secundario.
Dos preciosuras para gozar la mirada: una madurita y una joven, Lena Headey interpretando a la requetemalvada e incestuosa reina Cersei Lannister (la madrastra de Blancanieves en versión actualizada, dos fotos abajo) y Emilia Clark como Daenerys Targaryan (última foto), la última representante del reino y la dinastía de los Targaryen, quien en la primera temporada nos descubre un tremendo secreto de su naturaleza que habrá de dar mucho juego en adelante. Dos mujeres de las que da gusto ver. Y en la segunda temporada aparecen más: Oona Chaplin (hija de Geraldine, nieta de O´Neill y Charlot), y sobre todo Natalie Dormer, recién re-capitadita después de pasar por Los Tudor


Y por último, la moraleja, la lectio: en estos tiempos en que las democracias occidentales no son más que cadáveres en estado de descomposición, en que los gobernantes viven sólo para lavar los calzones de los grandes poderes económicos, Juego de tronos parafrasea esta realidad y plantea como tesis que siempre ha sido así: que quienes se toman la molestia de gobernar el mundo no lo hacen para que nadie les tosa encima. Que el poder, el sexo y el dinero, o vienen juntos y a lo gordo, o no valen para nada, y que, en definitiva, el juego de tronos, sin dragones ni reminiscencias medievales, de fantasía heroica, ni artúricas ni shakesperianas, sigue siendo el pan nuestro de cada día. Al fin y al cabo, si uno lo mira con un poco de imaginación, los siete reinos de Juego de tronos se llevan tan mal entre ellos como los estados de la Unión Europea. Sólo fingen consenso ante el rey más fuerte, un rey al que todos, en el fondo, les encantaría acabar degollando. 

jueves, febrero 21, 2013

PLINIO (1972), UN CLÁSICO DEL POLICIAL IBÉRICO

Hay un consenso al asegurar que los creadores de la novela policiaca española fueron Mario Lacruz, con su fundacional El inocente, y Francisco García Pavón (1919-1989) con su ciclo de cuentos y novelas de Plinio, jefe de la policía de Tomelloso (de donde Pavón era originario). Este jefe de policía, con la ayuda del pintoresco don Lotario, veterinario del pueblo y contrapunto cómico a la gravedad de Plinio, fueron protagonistas en la resolución de múltiples casos que transcurren en esa España cañí y todavía del subdesarrollo. Paralelamente a estos Lacruz y Pavón se desarrolló en España una línea alterna de novela negra “a la americana” que sólo hoy parece ser reivindicada desde ciertos ángulos: me refiero a las numerosas colecciones de kiosco que produjeron durante décadas “proletarios de la tecla” como Silver Kane, Louis G. Milk, Clark Carrados o Lou Carrigan, nombres anglosajones todos que escondían a escritores españoles. Eran aquellos bolsibros que, una vez leídos, se cambalacheaban unos por otros en kioscos, librerías de segunda mano y tenderetes diversos. Luego llegarían los Vázquez Montalbán, Juan Madrid o Andreu Martín; González Ledesma se quitaría la máscara de Silver Kane, y en fin, arribaría el moderno policial a la España que salía del franquismo y se introducía por los ilusionantes vericuetos de la transición. 
Y hete aquí que, durante estos días pasados, estuve repasando la miniserie (doce episodios de media hora) que RTVE dedicó al genial policía de Tomelloso, interpretado por Antonio Casal, y Alfonso del Real como don Lotario. Se trata de una serie estrenada en 1972 y rodada durante todo el año anterior, aunque los relatos de Plinio comenzaron ambientados durante la dictadura de Primo de Rivera, de ahí dieron un salto hacia el franquismo y las últimas historias creadas por García Pavón transcurrieron en los primeros años de la democracia. En algunos episodios chirrían un poco las referencias anteriores a la Guerra Civil. Ni el gran Plinio ni don Lotario envejecieron durante este trayecto, como abstracciones geniales que fueron de la novela policiaca española, más símbolo y mito que entidades de carne y hueso y retrato sociopolítico de su tiempo. 


La dirección fue siempre de Antonio Giménez Rico, los guiones de José Luis Garci, y la Fotografía de José Luis Alcaine, funcional por lo general, y excelente cuando puede permitirse el hacer postalismo de un Tomelloso del tardofranquismo, rural y pobre, que tantos recuerdos puede traernos a quienes ya deambulábamos por esa España a principios de los años 70.

Lo más grande de esta serie son las inolvidables caracterizaciones como Plinio y don Lotario de los grandísimos actores Antonio Casal (1910-1974) y Alfonso del Real (1916-2002), actores de los de antes de pura cepa, hechos a sí mismos en decenas de películas, innumerables obras de teatro y Estudios 1 de aquellos años, hoy absolutamente mitológicos por apostar por poner al alcance de todos la alta cultura teatral. Hacía poco, por ejemplo, que veía a Antonio Casal en ese film extraño y mágico, mucho más citado que conocido: La torre de los siete jorobados, del heterodoxo Edgar Neville. Quizá la serie Plinio sólo tuvo una temporada porque, a pesar de su éxito, Antonio Casal fallecería poco tiempo después. Y en esta serie sobre todo es Casal quien compone un Plinio humilde, tozudo, sentimental, hogareño, de un provincianismo dulce; pero firme en el seguimiento de sus intuiciones o “pálpitos”, como él los llama, y a veces, llevado por su buena fe, involuntaria pero definitivamente torpe. El largo primer plano con que cierra el último episodio, con un Antonio Casal/Plinio reaccionando ante lo que le escribe su hija desde Tomelloso demuestra la versatilidad de este actor para expresar emociones con la mirada, con el gesto que se demuda poco a poco, del patetismo a la ternura. Un tour de force actoral impagable.

Aunque hoy pueda parecer una serie demodé por la época en que fue rodada, lo cierto es que toca de puntillas algunos temas escabrosos (como los “topos” de la “cáscara amarga” que debieron esconderse después de la Guerra Civil), y ofrece al menos un par de imágenes que podríamos considerar “fuertes” para su tiempo, aunque no fueran más allá de la imaginería habitual de El Caso. Los episodios cortos de la serie son los más flojos, quizá por la dificultad de comprimir un relato en apenas veintitantos minutos. Bueno el del asesino de la actriz La Flor de Montmartre (El huésped de la habitación número 5), muy regular el del extorsionador, definitivamente malo el de la actriz de Hollywood que se esconde en un cortijo (Fusiles en Tampico) con sus tópicos sobre la bondad de los animales y la maldad humana, imprecisa y fallida El Hombre lobo. En cambio, en las historias largas en dos partes, y en la única de tres (Las hermanas coloradas) los personajes respiran mejor y las situaciones son más disfrutables, así como se captan mejor las atmósferas y ambientes.

Buenos guiones, buena dirección, formidables interpretaciones. En general, el visionado resulta una delicia, un clásico a repescar por todos aquellos interesados en la historia y evolución de la novela policiaca española.