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sábado, septiembre 06, 2025

JOSÉ ORTIZ EN MÁGICO VIENTO 3

 

Mágico Viento fue una serie de fumettis Bonelli que, desgraciadamente, nunca ha sido editada en nuestro idioma. Esto quiere decir que sus fans, entre los que me cuento, no podrán leerla a menos que sus viajes a Italia le permitan conseguir números atrasados, los compre por internet, o bien, para qué nos vamos a engañar, los pesque en versión digital en PDF o CBR. Casi todas las series Bonelli están digitalizadas completas, y además la misma editorial mantiene en su página, desde hace tiempo, su propia biblioteca virtual. Mágico Viento es una mezcla muy original de western y terror, fue creada en 1997 por Giancarlo Manfredi y la serie regular duró 130 números. En uno de mis viajes a Italia pude comprar precisamente el último, además de obtener algunos atrasados. 
Cuando llegó el desastre de la industria española de tebeos, la factoría Bonelli acogió de buen grado a numerosos dibujantes que, como Jesús Blasco o José Ortiz, habían demostrado su buen profesionalismo a lo largo de décadas tanto en España como el extranjero. Mágico Viento acogió con gusto al murciano Ortiz, lo mismo que Jesús Blasco fue acogido en el western Tex y Esteban Maroto dibujó números de la fantástica Brendon (otra serie magnífica que nunca ha sido publicada en español). 

El número 3 fue un formidable número de casi 100 páginas dibujadas completamente (salvo la portada) por el gran maestro José Ortiz (1932-2013). Debo confesar que Ortiz fue siempre uno de mis artistas favoritos de Warren Publishing, en cuyas revistas de terror Creepy, Eerie y Vampirella se prodigó durante muchos años. Si bien mi favorito, quién sabe por qué razones, fue siempre Rafael Auraleón, Ortiz fue de aquellos artistas que tenía también un estilo oscurantista que me resultaba de niño sumamente atractivos, como también podría afirmarse de otro oscuro de la época: Leo Durañona. He elegido aquí dos páginas como podían haber sido otras cualquiera, ya que el placer de contemplar el arte de Ortiz no da tregua a nuestro emocionado corazón. 
Viñetas como la de la barca surcando el agua con la ciudad y el puerto al fondo son magistrales por la calidad de su claroscuro con trama de plumilla o pincel, siempre tenebrista en el caso de Ortiz. El personaje que vemos en esta viñeta nos  resultará familiar incluso sin haber leído ningún ejemplar de esta serie protagonizada por el mestizo y ex soldado Ned Ellis, considerado como un traidor por los blancos, y respetado por los sioux como chamán. Su compañero de fatigas, su conciencia intelectual es el periodista Willy Richards, conocido como Poe por su gran parecido con el escritor. También podemos apreciar cómo Ortiz tomó como modelo a la siempre redituable  Joan Crawford, tan admirada hoy como ayer, que encarna a la mujer dura y de pocos sentimientos de este número. Mágico Viento (o Viento Mágico, como fue traducida una vez al español) es una serie que continúo leyendo, si prisa pero sin pausa. Como tantos otras maravillas de Bonelli que nunca verán la luz en español. Toca aprender italiano, no hay más. 

jueves, mayo 08, 2025

JAVIER PUERTO

Se trató de un esquivo y olvidado dibujante de tebeos de la edad dorada de Bruguera. Según Tebeosfera, debió de nacer en Aragón al principio de la década de los 30. La firmeza de su trazo y cierto preciosismo formal lo volvieron idóneo para historietas románticas pero también de acción y de vaqueros. Trabajó para la agencia Selecciones Ilustradas de Josep Toutain, lo que quiere decir que cultivó el mercado inglés, en revistas como Mirabelle, Valentine y Glamour. Como anécdota, nos queda el dato de que fue Puerto quien ocasionó el contacto entre Toutain y Pepe González en 1956, quien se haría mundialmente famoso dibujando Vampirella para James Warren. Por desgracia para nosotros, Puerto falleció prematuramente en Barcelona en 1969.

Poco conocido y menos recordado, Puerto se encargó de la historieta central de algunos números de Bisonte Gráfico, una colección de Bruguera de buena factura artística que albergó a grandes pinceles del tebeo de la época como Darnís, Ambrós, Ángel Pardo, Eugenio Giner y otros. Publicada en 1955 dentro de la colección Dan, duró apenas 24 números. Desde este punto de vista, es una colección de gran belleza. En cambio, releída hoy completa, sus guiones dejan mucho que desear por el férreo control de la censura de la época y el giro romántico de sus desenlaces.

Presento aquí una aventura corta ejecutada con maestría por Javier Puerto para Bisonte número 7, en la que destaca el cuidado realismo de las viñetas, inspiradas claramente en los pintores del naturalismo de Estados Unidos como Norman Rockwell, Andrew Wyett, Harold N. Anderson y otros, que causaban furor en aquellos años. 

jueves, marzo 13, 2025

EL GUERRERO DEL ANTIFAZ CUADERNOS 74 Y 75





Siempre fui más de Víctor Mora y su Capitán Trueno que de El Guerrero del Antifaz, obra cumbre de don Manuel Gago (más familiares, parientes y amigos). Durante mi infancia leí muchos de los cuadernos semanales que Editorial Valenciana publicaba cada semana con las viejas aventuras de los cuadernillos coloreadas, retocadas y, en algunos casos, censuradas. Como pasó con Trueno Color o Jabato Color, el nuevo Guerrero Color fue un desastre desde el punto de vista del respeto a la obra original. Leí Guerreros color, muchos, y en algún mercadillo llegué a comprar un original apaisado y amarillento en el que pude olfatear el tiempo transcurrido desde la tremenda posguerra civil española, la autarquía siniestra del país en manos del dictador Franco. Muchas tonterías se han dicho de El Guerrero del Antifaz, como que era una serie franquista mientras que el Capitán Trueno era "democrática". En los años 80 este discursito se volvió recurrente, pero el tiempo transcurrido demuestra que la pesadumbre, gravedad y tristeza generales de la serie no tenían que ver con lo político, sino con una manera triste y acongojada de vivir la vida. Pienso que Gago debió de ser un hombre muy atormentado, y que ese tormento, ese pesimismo, lo transmitió a una serie que entusiasmaba  a los niños por el vértigo de sus acciones y el dinamismo de sus peleas, cabalgadas y combates. Gago era dueño de un trazo veloz muy sugestivo, heredado de otro grande: Emilio Freixas. Véanse las muestra seleccionadas: portada del cuadernillo 74, viñeta detalle de p. 9 y la misma viñeta en la página en que se inserta; portada de cuadernillo 75 ,viñeta detalle de p. 6 y misma página completa. En ambas viñetas podemos sentir el torbellino de las acciones (en la viñeta de p. 9 casi podemos oír el grito de angustia y dolor del contrincante herido de muerte; ¿y qué decir de la perfecta construcción visual de la viñeta 1 de la misma página?). Dicen que Gago dibujaba tan rápidamente una sola página que superaba en tiempo de ejecución al ayudante que entintaba la parrilla de viñetas de la página siguiente. Debo confesar que por primera vez en mi vida estoy leyendo la serie original completa. Voy por el número 77 y no sé si llegaré al final (el 668). Me pesa en su lectura el abigarrado y confuso dibujo de Gago et al., que paradójicamente también encuentro fascinante. Debo confesar que leerlo en esa maravilla de nuestro tiempo llamada iPad me permite ampliar viñetas y recrearme en los detalles. Ya no podría leer la serie directamente en papel, no tengo ojos. Me pesa sobre todo el oscurantismo de sus planteamientos y personajes. La oscuridad del Guerrero es antecedente de muchos personajes oscuros de nuestros días. Que tu mayor enemigo en el mundo sea el asesino de tu madre, el hombre a quien amaste creyéndolo tu propio padre es algo que marca al más pintado. En el fondo, El Guerrero del Antifaz es una serie sobre el revanchismo feroz que siguió a la contienda española.

miércoles, noviembre 23, 2011

TEBEOTECA X: EL TENIENTE NEGRO

Editorial Glénat se desvive siempre por darnos gratas sorpresas a los gafapastas. Su ya larga tradición de rescate de clásicos del tebeo español es de quitarse el peluquín y el sombrero. Recientemente ha estrenado la colección Vintage, con Juan Furia, y en realidad se había estrenado poco antes con un integral que recopilaba todas las entregas de una serie ciertamente curiosa, El Teniente Negro. Ecos de John Ford y de tomahawk.

El Teniente Negro nos contaba las aventuras de Richard Blake, uno de aquellos "pies tiernos" del viejo Oeste que, a pesar de sus aparentes modales de mojigato y su naturaleza cobarde, esconde en el fondo una personalidad bronca y singular que le lleva a adoptar la doble personalidad del Teniente Negro, un soldado yanqui de raza negra que lucha contra el Sur en los tiempos de la Guerra Civil de Estados Unidos. Blake es, siguiendo el modelo de El Zorro y de El Coyote (que había triunfado durante décadas en España y otros rincones del mundo) un artista del transformismo de personalidad que lucha por causas nobles. Pronto se le unirán en sus andanzas el joven Ricky y el sudista renegado Ursus hasta completar un trío a lo Capitán Trueno (Ursus incluso luce camiseta a rayas como Goliath).

El Teniente Negro debió de pasar con más pena que gloria durante su primera edición en 1962 por Editorial Bruguera. Aseguran las crónicas que aquellos fueron los años aciagos del fin del cuaderno de aventuras español, aquel que durante décadas había traido pan y tomate a los más jóvenes de la casa. Los guiones empezaron firmados por Silver Kane, un nombre que imagino habrá tenido mucho peso a la hora de reeditar en volumen el ciclo completo de El Teniente Negro. Silver Kane, seudónimo de Francisco González Ledesma fue uno de los tigres de la Malasia brugueril, y hoy día uno de sus pocos supervivientes. Como es sabido, González Ledesma se dedicó, bajo el seudónimo Silver Kane, a producir ingentes cantidades de novelas del Oeste, de terror y de espionaje, pero sobre todo, destacó como escritor de westerns vibrantes y dinámicos, concisos y un poco cínicos, en los que con el paso de los años fue aflorando una socarronería y un sentido del humor muy de agradecer. Silver Kane ha sido hoy objeto de reivindicación desde muchos frentes, sobre todo porque desde el fin del franquismo pudo explotar su vena literaria de “autor serio” de novela negra y hoy es un novelista reivindicado entre los más grandes del medio ibero tanto en España como en Francia (de donde, por cierto, vino su reivindicación). Pero en los tiempos en que Ledesma no tenía derecho a ser Ledesma (estaba en varias listas negras del franquismo) y sólo era Silver Kane, autor de bolsilibros a destajo y brillante argumentista, hizo felices a millones de españoles con las tramas de sus novelas de a duro, donde se posicionó en su género como el más popular y llamativo después de Estefanía. Quienes leímos las novelas de aquel Silver Kane le debemos todavía muchos grandes ratos de emoción y entretenimiento.

Coqueteó Ledesma/Kane con la escritura de tebeos. No por gusto, imagino, sino por imposiciones editoriales. Kane era sobrino del legendario Rafael González Ledesma, braccio di ferro de las oficinas Bruguera y recientemente aupado a la mitología popular gracias al simpático film El gran Vázquez (Óscar Aibar, 2010) y el imprescindible tebeo El invierno del dibujante, de Paco Roca. Hombre de claroscuros ideológicos más que notables, Ledesma fue el creador de El Inspector Dan y guionista de muchos de sus episodios. Años después, también don Silver Ledesma asumiría el oficio escritural de los siniestros casos de este personaje londinense. Sus guiones para el publico infantil que leía esta serie son ingenuos, y no tan chispeantes como los de Víctor Mora (a quien consciente o inconscientemente se imita, incluso en las irritantes burlas sobre señoras gordas), pero hoy se siguen leyendo bien, con la fluidez que proporciona saber contar historias que también se escriben con la misma fluidez con que sin duda se escribieron sin ánimo de trascendencia. A partir del número 24, sin embargo, fue sustituido en los guiones por el arcano Mark Gilbert.

Mayor placer produce la contemplación de los dibujos de José Grau (1914-1998), quien a la sazón se encontraba en sus años de madurez gráfica. Artista destacado por Juan León, el guerrillero de Sierra Morena (1954) o Rey Furia (1961), pasó también por El Capitán Trueno durante una breve etapa. Grau era ya para entonces dueño de un estilo lleno de dinamismo y de poderío que a veces recuerda a Ambrós en los escorzos, aunque sin la natural grandeza de éste. Agilidad para las figuras, atractivos tramados y mucha fuerza en el trazo fueron marca de Grau durante la realización del Teniente Negro. Es una pena que la serie fuera cancelada en el número 30, cuando el buen hacer de este artista resultaba tan destacable y atractivo. Sobre todo destaca en la segunda parte de las aventuras de este Teniente Negro, aquella en que Silver Kane introduce a los protagonistas en una serie de peripecias donde se mezclan el western con el género gótico, una variante del western que Silver Kane desarrollaría con maestría en muchos de sus bolsilibros, hasta el punto de que hoy día uno de ellos, Rancho Drácula, resulta ser una codicida pieza de coleccionista entre los amantes del bolsilibro. Rancho Drácula no fue la única incursión de Kane en esta vertiente gótica del western. Se disfrutan las ambientaciones góticas de Grau, era magnífico para los juegos de luces y sombras. Flotaba todavía el recuerdo de la mejor época del Inspector Dan, y su influencia resulta notoria en algunas páginas de la serie que parecen salidas de aquellas páginas del inspector de Scotland Yard que Eugenio Giner dibujaba con tremebundo poder de persuasión.

Glénat reedita ahora este Teniente Negro en plena presidencia de Obama como imperator de la Recaput Mundi. Llama la atención el parecido que nuestro Teniente guarda en algunas viñetas con el inquilino de la Casa Nostra. ¿Habrá alguna clase de ironía en la propuesta de Glénat? Nuestro Teniente es, como Obama, un Negro con el alma blanca. ¿No será Richard Blake un blanco con el alma negra? Treinta números no dieron para revelarnos tanto. Nunca lo sabremos.

Silver Kane/José Grau, El Teniente Negro. Ediciones Glénat. Barcelona, 2010. Colección Vintage.

jueves, septiembre 08, 2011

TEBEOTECA IX: EL SHERIFF KING

Con guiones de Víctor Mora (bajo el seudónimo de Víctor Alcázar) y dibujada con elegancia y soltura por Francisco Díaz, la serie El Sheriff King fue publicada por entregas en los años 60 y 70 en la revista Pulgarcito (treinta páginas repartidas en siete entregas de cuatro páginas, y una octava entrega final de dos). Más tarde las aventuras completas eran recopiladas dentro de la colección genérica Grandes Aventuras Juveniles, compartida con El Corsario de Hierro fundamentalmente, pero también con Supernova, Roldán sin Miedo, Astromán y Dani Futuro. Desde que Bruguera se hundió a principios de los años 80, El Sheriff King no ha sido reeditado hasta hace poco, en que Ediciones B recopiló algunas aventuras de la serie en apenas dos tomos.

Se trataba de una serie alejada tanto del western crepuscular, bronco y sangriento, de Sam Peckinpah como del westen épico de John Ford. El gran encanto de las historias del Sheriff no se basaba ni en el revisionismo del primero ni en la poética del segundo. La serie reproducía, en realidad, los esquemas de las series de televisión familiares ambientadas en el Viejo Oeste, conflictos dramáticos más bien edulcorados y problemas menores resueltos sin virulencia por King y sus ayudantes, “Dandy” Evans (siempre al corriente de la moda de París) y “Gordo” (obsesionado por engordar su delgadísimo cuerpo). La serie tampoco intentaba emular las grandes sagas de la época como Blueberry o Comanche, pues El Sheriff King nació sin la vocación ambiciosa de El Corsario de Hierro o de otras series de Mora.

Pronto se convirtió en una obra coral con numerosos personajes secundarios de naturaleza simpática y entrañable: el mexicano Nepomuceno, un buhonero que mantiene diálogos constantes con su propio burro, y que en los niños de entonces evocaba las populares películas de la mula Francis; la señorita Cynthia, maestra de la escuela de Tolima (pueblito donde transcurre la acción), y su tía Abigail, una corajuda ancianita de armas tomar; el extravagante Celacanthus Peef, distribuidor de Bromas Flatsby; el vendedor de potingues “Curalotodo” Sam, e incluso, el apache Jerónimo como un modelo de civilización que poco tiene que ver con aquel espíritu de venganza que juró odio eterno al hombre blanco desde que el ejército mexicano masacró a su familia en Janos (Chihuahua). La amistad entre King y Jerónimo se convertirá, a lo largo de la serie, en el modelo conciliador que Mora nos presenta entre americanos autóctonos y descendientes de colonos. A veces presenta personajes que introducen subtramas dentro de la historia principal y dan origen a gags en la línea de la mejor comedia americana (por ejemplo, en La muerte espera en Crumble City).

Los temas, a pesar de ser profundos en ocasiones, son abordados siempre desde el lado más amable y con concesiones a la moral “para toda la familia”: el tráfico de “mojados” de un lado a otro de la frontera entre México y Estados Unidos (Disparos en la frontera), la fragilidad de la paz entre rostros pálidos e indios (Venganza apache) o la guerra entre ovejeros y ganaderos (Clanton contra Mac Diver).

Los habituales mensajes acerca de la justicia y la integridad moral son propios de toda la obra “pedagógica” de Víctor Mora orientada al público juvenil; pero incluso dentro de esta misma, el desarrollo general de la serie y su no-adscripción al modelo de novela río, la alejan de las series juveniles más representativas de Mora: la primera época de El Capitán Trueno y, en la misma época que el Sheriff King, su obra maestra El Corsario de Hierro. En el dibujante Francisco Díaz hay un predominio del cuidado por la figura humana sobre los fondos, e imitación del estilo del argentino Arturo del Castillo (sobre todo de la serie Kendall). Las bonitas chicas de Francisco Díaz, muy recatadas por culpa de la censura de la época, no lucieron todo lo que hubiera sido deseable procediendo de la mano de este delicado dibujante de mujeres.

Las portadas de El Sheriff King en Grandes Aventuras Juveniles fueron, como casi siempre en esta colección, del gran portadista Antonio Bernal. Su pincel siempre rápido y eficiente las hizo brillar con singular encanto. Reproduzco a continuación una aventura corta completa publicada en Pulgarcito Extra de Vacaciones de 1968.







miércoles, junio 22, 2011

TEBEOTECA VIII: SIMBA-KAN

Simba-Kan es otra de esas series castizas del tebeo español que aprovecharon el tirón cinematográfico del péplum para servir a los jóvenes lectores de la época aventuras trepidantes ambientadas en el viejo mundo romano. Publicada por Editorial Marco dentro de la colección Cheyene en 1959, aprovechaba además el tirón que entre la chiquillería de la época tenía la simpar saga de El Jabato (Mora y Darnís). No fue la única serie de su tiempo de temática greco-latina, y por esta sección de Tebeoteca irán desfilando algunas más.

La serie fue escrita por Joaquín Berenguer Artés (1924), autor entre 1952 y 1960 de numerosas colecciones, entre los cuales destacan El diablo de los mares (Toray, 1947; ilustraciones de Ferrando), Zarpa de León (Toray, 1949; dibujos de Ferrando) o las tres series de la space-opera Red Dixon (Marco, 1954, 1955 y 1957; dibujos de Martínez Osete). Escribió sobre todo para su cuñado Ferrando y para Martínez Osete, un honesto artesano de la época hoy día poco y encima mal recordado, sobre lo cual volveremos más adelante. Simba-Kan fue precisamente dibujada por Martínez Osete hasta el número 40, donde fue sustituido por A. Pérez (quizá Antonio Pérez Barrera) desde el 41 al 60 y último. Fue publicado además un extraordinario, el Almanaque para 1962.

La acción de Simba-Kan transcurre durante el imperio de Vespasiano, lo cual encierra no poco disparate, pues este emperador gobernó entre los años 69 y 79 de nuestra era y la acción de los primeros cuadernos abarca una mayor extensión de tiempo (el nacimiento y desarrollo del expósito Marco Valerio hasta convertirse en Simba-Kan), pero ya sabemos que en el tebeo tradicional (que no aspiraba a pasar a la historia) la Historia se comprime y descomprime al gusto popular. Uno de los dos hijos gemelos de Valerio Máximo, pretor de Tebas (Egipto) es secuestrado por el jefe de bandidos Halakem y posteriormente arrojado a los leones, pero éstos, en vez de devorarle lo crían como a uno de los suyos. Con los años se convierte en su líder y es llamado por los pobladores de Nubia como Simba-Kan, rey de los leones.

Curado de unas fiebres por la bella Ramah, hija del jefe de beduinos Akhbar, Simba-Kan permanece entre ellos hasta aprender a hablar, pero en el ínterin miembros de su familia leona ha sido capturada por los romanos para abastecer de fieras sus circos. Simba-Kan parte a Roma para rescatarlos, y este es el comienzo de una saga donde los aspectos más relevantes de la misma consistirán en cómo Simba-Kan inicia una dilatada revuelta contra el Imperio Romano durante la cual se cruzará con su hermano gemelo y con sus propios padres, a quien él cree durante todo este tiempo sus enemigos. En la segunda parte de la serie cobrarán un gran significado la rivalidad con su hermano, tanto en lo personal como en lo militar, y los sueños con su propia madre, con quien coincide brevemente en un cuaderno de la serie. La llamada y llamarada de la sangre no conducirán a Simba-Kan, como bien le hubiera gustado a Freud (y a nosotros mismos) a cierta clase de tormento edípico nocturno, sino más bien a una añoranza sensiblera y mortificadora (madre sólo hay una, aunque sea una perra romana) que convertirá a la segunda parte de esta serie en una dilatada anagnórisis sólo resuelta hasta el final.

Los planteamientos de Simba-Kan, como puede verse, son formidables, y si alguien los retomase hoy día podría construir una formidable saga llena de recovecos psicológicos y tormentos existenciales varios. Para empezar falló la época: aquel franquismo timorato y sexualmente reprimido que produjo incontables colecciones de tebeos para un público inocente que nunca iba más allá en lecturas subliminales. Seguramente porque tenían razón en no hacerlo. Todo en Simba-Kan es arrojado e inocente como una II Guerra Mundial en el patio de escuela durante el recreo. Se trata de una versión de Tarzán de los Monos (o de cualquiera de sus epígonos) cruzada con el Imperio Romano, sus legiones y sus obstinadas conquistas de un mundo que sólo quiere vivir en paz.

En Simba-Kan, al igual que en El Jabato, los malos de la función son los romanos, pues oprimen al mundo pre-civilizado tan cerca de la naturaleza que constituye, aquí como en tantas otras series de romanos, el peculiar paraíso perdido de cada cual. Pero también como en El Jabato, una vez que el leonino Marco Valerio en busca de sí mismo se convierta en Simba-Kan, azote de legiones de Roma, conquistará a una bella patricia romana. La lectura subliminal de Simba-Kan, como la de El Jabato, es la misma: aquel rebelde de las provincias remotas de la caput mundi sólo demostrará su verdadera valía cuando pueda llevarse a la chica que, por cultura y sociedad, le debía haber pertenecido a otro. Es la primera fase de la integración del rebelde en el contexto contra el cual supuestamente lucha mientras se ve alejado de él, pero no cuando se gana un rincón dentro del mismo. En este sentido apunta, precisamente, el final de la serie, tan abrupto y mal hilvanado que debemos pensar que Simba-Kan fue una serie clausurada antes de tiempo, aunque su tiempo fue el de la clausura de tantas series de tebeos.

Ya hemos dicho que los dibujos corrieron a cargo, durante los cuarenta primeros números, del denostado Juan Antonio Martínez Osete (Los Cantareros, Murcia, 1921). Fue Osete un autor todoterreno que participó en multitud de series, a veces de creación personal, pero a veces de otros, y que también hizo las tintas de algunos de los grandes de las galeras Bruguera (Ambrós, Angel Pardo). No dejó de cultivar con gracia el dibujo humorístico, de lo cual se presenta aquí una muestra. Toda su obra se encuentra relegada al olvido, quizá con poca justicia. El calificativo de “denostado” le viene, por desgracia, de su paso por la legendaria serie El Capitán Trueno, donde se encargó de buen número de cuadernillos y entintó otros. Osete, artesano de su oficio, tuvo la desgracia de tener que medírselas con el recuerdo que en los lectores habían dejado dos titanes del pincel como lo fueron Ambrós y Ángel Pardo. Mientras que Ambrós y Pardo eran artistas de gran fuerza, elegancia y sensualidad, Osete hacía lo que podía para desazón de varias generaciones de chiquillos que conocíamos a Martínez Osete como “el dibujante menos bueno” de El Capitán Trueno.

La continua reedición de esta serie a lo largo de las décadas (al igual que El Jabato, donde también participó) no han hecho disminuir esta leyenda negra de quien fue un dibujante con mucha fuerza y singular personalidad, un poco agarrotado para dibujar la figura humana (pero quizá por eso, afortunado para dibujar personajes rudos o siniestros) que sobre todo se esmeraba en las escenas de combate en grupo. Desgraciadamente, durante su paso por Bruguera fue relegado a una especie de segundo plano del que sólo salía cuando podía dibujar (sin ser víctima de comparaciones) a sus propios personajes, como en Simba-Kan o en Thorik el invencible (Marco, 1959). Osete demostró en ambas series que era un artesano eficaz de la viñeta, y en muchas páginas de Simba-Kan su trazo está dotado de gran limpieza y mucha fuerza. Por ejemplo, las escenas del pequeño Marco Valerio con los leones son encantadoras, y algunas de las portadas, con aquellos llamativos colores de su época, nos devuelven un Martínez Osete a quien habría que reivindicar en su justa medida, sin que sobre él gravite más la pesada losa de haber sido un segundón en aquella añorada y ya perdida para siempre saga de cierto caballero español en la corte de la reina de Thule.


miércoles, noviembre 25, 2009

TEBEOTECA VII: JINETE DEL ESPACIO, DE MALLORQUÍ Y DARNÍS

Jinete del espacio es una historia de aventuras siderales publicada en 1948 como serial en la revista El Coyote (Ediciones Cliper) entre los números 12 y 37, con la salvedad de los números 25 y 29. Destaca principalmente por haber sido la primera colaboración del novelista José Mallorquí (quien firma como José Carlos M.), creador del legendario Coyote que daba título a la revista, y el gran Francisco Darnís (quien trascendió sobre todo con El Jabato). En el comentario 1 verán por qué no fue la única, como en su momento dije aquí (¡cómo soy innorante!). Gracias, Dionisio.

Su argumento es tan sencillo como cualquier otro tebeo de aventuras espaciales de la España de la época, aunque quizá más por la escasa duración de este serial ciertamente estimable por la personalidad de sus autores: Se rueda un film español de ciencia-ficción en el desierto de Sáhara. El actor Carlos de Lara y el operador Toño vagan por el desierto durante una tormenta y creen refugiarse en la maqueta de una nave espacial, abandonada tras el rodaje del film, pero en realidad lo hacen dentro de una verdadera nave extraterrestre. Esta nave pertenece a los seres de Ulamia, una de las lunas de Júpiter, donde el rey de Astra 1 quiere conquistar los demás reinos. Para impedirlo, una comisión dirigida por el hombre-perro Godar viaja hasta la tierra para conseguir armas antiguas, ya que en su mundo las armas se anulan unas a otras y no sirven para hacer la guerra. Carlos y Toño se unen a la misión de derrocar al rey de Astra 1, y mientras Carlos se convierte en enésima versión de Flash Gordon y Toño rueda los combates, entre la reina Clea y Carlos surge cosmonáutico amor. Derrotadas las fuerzas de Clea por las del pérfido Ulus, Carlos se trae desde la Tierra nada menos que a los novios de la muerte de la Legión Española, una fuerza de 80,000 hombres comandada por el General Martínez que enseñará a los jupiterinos quiénes son los hijos de España. El obeso Estross, quien desea integrar a la princesa Klea en su harén de concubinas, perderá la cabeza por su concupiscencia. Al final, serán los celos de Mysta, esposa de Estross, quienes jugarán a favor de los protagonistas.
Las inevitables influencias del primer Flash Gordon con ario protagonista, y algo de Wilson McCoy (pag 31, viñ antepenúltima) se entremezclan con la recreación de la vida cotidiana y el confort, la moda y recreación de otros accesorios de los años 30 y 40. Por supuesto, se trata de una ciencia-ficción que, fiel a la tradición del popurrí de épocas y costumbres, plantea el futuro (aunque éste sea un presente alienígena) como mezcla intergaláctica de arquitecturas, armas y vestimentas de todos los siglos de la civilización humana. En esto el Flash Gordon de Raymond y Moore fue modélico e imitado hasta la saciedad. Lejos de ser una rémora para la verosimilitud, como han querido ver algunos listos, se trata de una proyección hacia el futuro de nuestra humanidad, juzgándolo heredero y síntesis de todo nuestro pasado. Ya lejos de obras de juventud, como Los vampiros del aire, destaca aquí Darnís en ese sombreado en que llegó a ser maestro, y la ejecución de apretadas y bien resueltas viñetas. Y sin olvidar uno de sus más destacables encantos: aquella habilidad y especial chispa para dibujar chicas, aunque fuesen alienígenas.

El guión de Mallorquí tiene nervio y resulta trepidante por la enorme concatenación de acciones que tienen lugar una detrás de otra. Se nota que fue concebido para ser publicado en entregas de dos páginas en un tiempo en que dos páginas daban para mucho más que muchos coleccionables mensuales de hoy día. La historia se desarrolla a través de viñetas pequeñas, con diálogos y textos explicativos prolijos. Son la obra de un escritor que incursiona en un género infantil, pero que no renuncia a “hacer literatura”, y la realiza con dignidad cuando no puede remontar hasta cimas mayores. Las pinceladas de costumbrismo ibérico, como en 2,7 cuando Toño dice de una bella alienígena: “Parece la locutora de Radio Madrid” llega a su más descacharrante y lúdico apogeo cuando la legión española conquista el espacio y demuestra a los extraterrestres que los españoles no sólo somos bravos y aguerridos, sino como afirma uno de los personajes (34, 12) muy buenos para hacer milagros. Un tebeo de otra época, con todo lo bueno y lo malo que eso pueda entrañar para lectores de todas clases.