El texto que leí durante la presentación de Territorios impunes, de Alfredo Espinosa, fue publicado el domingo anterior por el Diario de Chihuahua. Clicando aquí.
domingo, septiembre 30, 2012
viernes, septiembre 21, 2012
CORDIALMENTE INVITADOS: PRESENTACIÓN DE GROTEXTO
Grotexto es una revista juvenil porque es impulsada y confeccionada por gente joven, aunque haya algún fósil como yo publicando en sus páginas como invitado. Debemos apoyar a los jóvenes que tienen algo que contar y tienen el arrojo de querer hacerlo y sacar adelante su proyecto. Mañana presentamos el número 2. Quedan todos cordialmente invitados.
jueves, septiembre 20, 2012
LA FRONTERA QUE VINO DEL NORTE, DE CARLOS GONZÁLEZ HERRERA
La frontera entre México y Estados
Unidos, esa realidad compleja y abstracta que algunos han llamado Mexamérica,
vuelve a ser hoy una herida abierta que supura todo el pus de la nación
mexicana. Y como el título de este libro apunta con el dedo a los vecinos del
norte, acusándoles de cómplices o demiurgos en la sombra de esta realidad
fronteriza, debemos reconocer que la frontera también supura a ambos lados de
la línea el pus de la nación caput mundi[1].
La frontera que vino del norte no es un
libro sobre esta llaga abierta de hoy mismo, pero no cabe duda de que presenta
el escenario en que se desarrolla hoy la vida económica, cultural y política de
una región en constante derramamiento de sangre. No es un libro sobre las
ciudades fronterizas, sino una obra sobre la reflexión política, cultural y
económica que subyace bajo la vida diaria de esta enorme franja de tierra que
obliga a los dos países a fingir relaciones de buena vecindad.
La
frontera, como bien señala González Herrera, va mucho más allá de una división
política llevada a cabo mediante una línea imaginaria[2],
sino que es un territorio de frontera cultural y moral que se construye día a
día por medio de un proceso de ósmosis. Desde este punto de vista, sus vínculos
son más profundos de lo que a simple vista podría entenderse, ya que, al
contrario de lo que sucede en otras fronteras del mundo, ambos países son
representantes de la civilización occidental y ambas fueron construidas sobre
hondas raíces religiosas (protestante la una, contrarreformista la otra) cuyos
pilares ideológicos se hunden hasta el fondo de unas raíces grecolatinas comunes.
La frontera, nos recuerda González Herrera citando a Turner, se construyó a la
par que se construía un espacio mítico magnificado por la cultura popular del
siglo XX (la conquista del oeste), que, como no podía ser menos, banalizó aquel
teatro de operaciones reduciendo al mínimo las consecuencias que tuvo para los
indios nativos y los vecinos del sur. La llamada épica del western (que tuvo
sus grandes “cantores de baladas” en la literatura y sobre todo en el cine)
creó también una serie de paradigmas y estereotipos que viajan en el tiempo
hasta hoy mismo, donde en palabras de González Herrera se creó “la invención de
un territorio virgen y vacío colonizado gracias al arrojo, el espíritu pionero
y la visión de futuro de hombres blancos” (p. 30). Quiero enfatizar aquí los
adjetivos “virgen y vacío”, ya que, desgraciadamente, vuelven a aflorar en las
conclusiones de este libro iluminador, pero ahora, como conceptos atribuibles a
la visión del centro de México con respecto a la frontera: “El carácter
periférico y marginal que se le ha dado a la región en el proyecto de
construcción nacional, desde el siglo XIX, ha promovido la imagen de espacio
vacío y donde todo, o casi todo, se vale” (p. 258). Periférico. Marginal.
Vacío. Salvaje. La conclusión parcial sólo puede ser una: la frontera sigue
siendo, en el imaginario colectivo de mexicanos y estadounidenses, un territorio
mítico que, como tal, sigue gozando de buena salud, ya que la cultura popular
sigue insistiendo en el carácter sórdido y peligroso de la vida en esta
frontera. Es decir: que la border
deja de ser border para transformarse
en frontier; la línea imaginaria deja
de ser una frontera física para transformarse en teatro de exploraciones del
alma humana en territorios sin ley donde todo es posible. González Herrera
desarrolla muy bien la diferencia entre ambos vocablos en el primer capítulo de
su libro (pp. 29-41).
La
frontera que vino del norte vino del norte porque así quedó marcada para
siempre a partir del tratado de Guadalupe-Hidalgo (1848), en que México perdió
dos millones de kilómetros cuadrados. Yo, a manera de juego, completaría el significado
del título indicando que esa pérdida territorial y su consecuente frontera
impuesta vinieron a estrellarse contra la frontera que vino, no del sur, sino
del centro, ese México centrípeto que, todavía hoy, recuerda tanto al viejo
Saturno mientras devora a sus hijos. Hay que agradecerle a González Herrera el
recordarnos que no toda la culpa de los problemas de la frontera se deben al
vecino del norte, abusador y poderoso, sino también al desinterés y absoluto
desprecio que desde siempre ha existido en el centro de México por sus regiones
fronterizas. El cogollito cultural de los habitantes del Sur, donde se funden
las tradiciones locales y herencias precolombinas con la herencia española, ha
creado también una mentalidad hasta cierto punto nativista y eugenista en
México no sólo atribuible a los estadounidenses, sino también a los propios
mexicanos, que miran hacia el norte con desprecio como si éste no fuera nada de
ellos ni su destino económico y social responsabilidad directa de los
gobernantes de la nación. Este nativismo, este eugenismo, este racismo sin
signos de interrogación, es analizado en la ideología estadounidense por
González Herrera en el capítulo 3 de su libro (pp. 57-64), y el buen lector
sabrá ver en qué medida estas teorías también han tenido mucha prosperidad en
un país como México donde, desde el centro, se ningunea la personalidad del
norte que ha logrado una simbiosis especial con la cultura norteamericana a la
que, en buena medida, han contribuido la nefasta centralización del país y el
desinterés por su frontera norte.
La
construcción de la frontera como espacio mítico en el imaginario colectivo
global goza de buena salud, y quien lea este valioso libro encontrará muchas de
las claves que hoy torturan a una región abandonada por todos a su destino. La
obra de González Herrera, profunda y amena a la par, es una valiosa aportación
donde se hace un repaso no tanto de la historia de la frontera, sino de la
historia de la percepción de la frontera en ambos lados de la cicatriz
divisoria. Sólo hubiera deseado que su autor hubiese abordado el tema de la
industria maquiladora, una fuente laboral de gran importancia para toda la zona,
que generó una cantidad de riqueza de la que estas ciudades nunca se
beneficiaron y que no supo traducirse en más cultura y mejores condiciones de
vida permanentes para sus habitantes. Las consecuencias de la frontera que no
sólo vino del sur, sino que vampiriza el centro, están hoy día en la primera
plana de todos los periódicos del planeta. Y en cómics, novelas, películas que
gozan de amplia fama y distribución internacional proporcionando una imagen de
la frontera como espacio mítico del que los principales responsables políticos
harían bien en avergonzarse. Si tuvieran vergüenza.
González Herrera, Carlos, La frontera que vino del norte.
Taurus/Colegio de Chihuahua. México, 2008.
Reseña publicada en Archipiélago,
número 66, p. 16. Archipiélago A.C./UNAM, octubre-diciembre 2009.
[1]
“El territorio fronterizo sigue siendo, en más de un sentido, el espacio que
nos separa del vecino poderoso y abusivo”, p. 258.
[2]
“La legislación migratoria de Estados Unidos fue pensada en los puertos
marítimos y no en la frontera de México, cuyos límites son fundamentalmente
imaginarios” (Cita de F.W. Berkshire, Inspector de inmigración en El Paso, p.
85).
martes, septiembre 18, 2012
PASO DEL RÍO GRANDE DEL NORTE 11
Presentamos el 11 este jueves en el Bump´s. Hablará doña Maquila. Cordialmente olvidados, you know. Paso del Río Grande del Norte número 11. ¡Pídalo a su voceador!
lunes, septiembre 17, 2012
SOLARÍSTICA
Acaba de aparecer en la red la revista Ombligo, dedicada a la promoción del arte y la cultura en Ciudad Juárez. Sus responsables me invitaron a colaborar con una reseña cinematográfica. En este caso escribí sobre las dos adaptaciones de Solaris, de Stanislaw Lem. Puedes leer Solarística clicando aquí. Pasen y lean, si ustedes gustan.
jueves, septiembre 13, 2012
UN JUÁREZ NUEVO PARA NUEVOS TIEMPOS CONVULSOS
Dicen que la novela histórica es
un género de tiempos de crisis. Si tal cosa es cierta, la novela Juárez, el rostro de piedra llega en un
momento muy crítico para la sociedad mexicana. En un tiempo como éste en que la
violencia ejercida por el narcotráfico ha hecho saltar la gobernabilidad del
país y puesto en severo riesgo todos los derechos humanos, Parra recupera a
Juárez como el singular constructor de una gobernabilidad ni fácil, ni exenta
de guerras y peripecias políticas. En las páginas 374-5 de su novela, Benito
Juárez reflexiona sobre González Ortega, uno de tantos personajes que a lo
largo de su devenir político acabaría por decepcionarle:
González
Ortega nos dio mucho, es verdad, pero ¿cómo no temerle por eso mismo? Así son
los gigantes, admirables y temibles a la vez, su sombra nos protege y nos
oprime, nos sostienen sobre sus nombres fuera del alcance del enemigo, pero en
el momento menos pensado pueden caernos encima y aplastarnos.
El pasaje invita a una reflexión
más seria que la que puntualmente recae sobre González Ortega. De 1872, fecha
del deceso de Benito Juárez, hasta hoy, queda la reflexión de si ese gigante
político que fue Benito Juárez no es hoy un gigante que no sólo sostiene a los
mexicanos sobre su nombre, sino que también puede oprimirlos hasta aplastar.
Desde este punto de vista, Parra nos entrega a lo largo de 440 páginas un
Juárez renovado gracias al milagro de la literatura, que es la forma más
estilizada posible de contar verdades por medio de mentiras: ni es el héroe
oficioso del oficialismo político, ni ese personaje cruel que otros han
querido ver en su persona. El rostro de piedra es una metáfora, y como tal
tiene al menos dos lecturas: por un lado, alude a ese hieratismo que era tan
propio de Benito Juárez y que Parra recuerda varias veces a lo largo de las
páginas de esta novela; por otro lado, alude a ese gran personaje de la
historia de México tan omnipresente como desconocido: el rostro de piedra que
desde multitud de esculturas ubicadas en tantas plazas y rincones del país se
presenta ante los mexicanos como un símbolo a desentrañar lleno de mensajes
útiles pero desconocidos.
La novela de
Eduardo Antonio Parra tiene la mayor virtud que puede tener toda novela
histórica: a la luz de la literatura convierte en carne los mármoles de épocas
pretéritas: los rostros de piedra. Se trata de un ejercicio notable. Un autor
de la trayectoria de Eduardo Antonio Parra no hubiera apostado nunca por la
simplicidad ni el maniqueísmo. Lejos de triunfalismos nacionalistas, los
personajes históricos que se desenvuelven por las páginas de esta novela
seducen por su humanidad, por esa oscilación entre el bien el mal, la gravedad
y la alegría, la firmeza y la duda, de la que estamos compuestos los seres
humanos. Los protagonistas de El rostro
de piedra, sin ser trágicos en sí mismos, conmueven porque persuaden desde
la honda verdad de la tragedia, que consistía en humanizar a los antiguos reyes
y dioses. Al identificarnos con ellos, podemos sentir como ellos la inmersión
en ese vaivén de experiencias y sentimientos que es la vida.
Es por esto
que El rostro de piedra es una obra
doblemente compleja. Es compleja en cuanto a contenidos, sabiamente reflexiva y
filosófica cuando conviene, ligera o dramática cuando es preciso. Su
equilibrio es uno de sus grandes méritos. Pero además, es una obra literaria destacable donde Eduardo Antonio Parra ha sabido distribuir en 19 capítulos que no
siguen una narración lineal toda la experiencia vital, familiar y humana de un
personaje complejo que se enfrentó a tiempos convulsos. El ir y venir en la
temporalidad de la vida de Juárez permite a su autor, por medio de numerosos
saltos en el tiempo, conceder una dimensión novelesca a la vida de sus
personajes, la cual se presenta destacada por momentos climáticos según los
mecanismos de la ficción, aunque sea al servicio de la Historia. Resultan
ejemplares capítulos como el 9 (el terrorífico “Las tinajas de San Juan de Ulúa”,
donde Parra nos relata lo que debieron ser las vivencias de Juárez en aquella
terrible prisión) o el 16 (“El camino del desierto”), donde nuestro personaje
conoce aquel remanso de cordialidad que fue Paso del Norte mientras medita en
la figura bobalicona y trágica de Maximiliano, o conoce la muerte de dos de sus
hijos más pequeños durante el exilio de la familia en Nueva York.
También es El rostro de piedra una reflexión cruda
sobre las exigencias de la necesidad de poder y de sus excesos. El Juárez de
Eduardo Antonio Parra se vuelca en la obsesión del poder tras la muerte de su
esposa, Margarita, y Parra parece darnos a entender que, sin el balance del
amor, incluso un hombre idealista y justo puede acabar convertido, no sólo en
objeto del odio de numerosos enemigos, sino también en su propio enemigo, que siempre
resulta ser el peor enemigo de todos.
El rostro de piedra rebosa vida,
política, buen hacer literario y conocimiento de la estructura
novelesca y de sus recursos más expresivos. Seduce la manera en que Parra alterna
el monólogo interior con la tercera persona gramatical del narrador
omnisciente, y ésta con la segunda persona, quizá la del autor, o incluso, la
de la propia conciencia de Benito Juárez, aquella que dialoga y debate con él a
lo largo de su acontecer político y
humano. El diálogo retrata siempre a los personajes, pues esquiva en todo
momento el ornamento decadentista de una imitación del siglo XIX, pero sin caer
nunca en una contemporaneidad ramplona, vicio tan común en tantas modernas
novelas históricas. Es en este sentido que la novela resulta una especie de
polifonía para la cual merece la pena prestar un oído atento y exigente. Creo
que los riesgos eran muchos y evidentes; Eduardo Antonio Parra ha sabido
sortearlos para construir un testimonio literario muy notable a
la altura del personaje retratado a lo largo de sus páginas.
Eduardo
Antonio Parra, Juárez, el rostro de
piedra. Editorial Grijalbo. México, 2008 (1ª reimp., enero 2009).
Texto leído durante la presentación del libro en Chihuahua y Ciudad Juárez y publicado en Cuadernos Fronterizos, 13, otoño 2009.
martes, septiembre 11, 2012
RECORDANDO A EUGENIO GINER
El Inspector Dan, creación de Rafael González (el famoso sr. González que fue director de publicaciones en Editorial Bruguera) es más que nada recordado por sus historietas de fines los años 40 dibujadas por Eugenio Giner. Se publicaban aquellas aventuras de terror en Pulgarcito, y pronto adquirieron enorme fama en la España de la posguerra. Quizá el ambiente tenebroso y francamente terrorífico de Giner reflejaba muy bien, mutatis mutandis, la penuria y el oscurantismo de la época. Dejemos tal teoría para sociólogos. Entre 1951 y 1954 se publicó una serie de 71 cuadernillos de calidad media excelente donde, además de los dibujos de Giner, pudimos disfrutar del buen hacer de otros profesionales de la viñeta como Julio Vivas, Macabich o Pedro Alférez. Como el Inspector Dan fue uno de los héroes favoritos de mi infancia (ya hablé de él aquí) les dejo esta entrevista ya clásica que Manuel Darias, decano de la crítica de historieta en España, sostuviese con Giner. Descargar para ver a buen tamaño.
Vía Entrecómics.
Vía Entrecómics.
domingo, septiembre 09, 2012
EL INDIO FERNÁNDEZ, SEGÚN PACO TAIBO I
María Félix, El Indio Fernández y Dolores del Río durante el rodaje de La cucaracha (Ismael Rodríguez, 1958)
Acabo de leer el análisis que en su día
publicara Paco Ignacio Taibo I sobre la obra de Emilio Fernández (El Indio Fernández, Planeta, 1991). Parcialmente
biográfico. Tengo que reconocer que guardo una gran simpatía por Emilio “el
Indio” Fernández, director y actor del cine clásico mexicano. Mi simpatía
proviene de que, como en el caso de otros personajes como Louis Ferdinand
Celine u Orson Welles, eran personajes desmedidos, por encima no sólo de su
tiempo, sino de cualquier otro tiempo. Personajes que hoy mismo serían
imposibles. En estos días de corrección política, individuos así se me antojan
gigantes que en este siglo de patanes y de enanos son francamente inconcebibles.
Soy consciente de que el Indio fue un individuo cuyo carácter tormentoso (y
atormentado) le granjeó no sólo la antipatía, sino el desprecio y hasta el odio
de muchos, pero fue un producto extremo de su tiempo, un tiempo (el del México
bárbaro) cuya sombra se alarga con las décadas y también hoy cobija a muchos
bárbaros encorbatados. El Indio estaba poseído por una mitomanía narcisista e
infantil, más que machista era mega-macho y golpeador, alcohólico de los de
cargar su biberón de litro a todas partes, y por ser sociópata y extremo, fue
hasta asesino (al menos en dos ocasiones). Dirán algunos que con estos
antecedentes todos sus méritos son papel mojado, y quizá así sea, pero tener
méritos tuvo también más que la mayoría. Quizá porque tenía una exacerbada sensibilidad
a flor de piel, quizá porque supo rodearse de talentosos colaboradores (o quizá
por las dos cosas) el Indio construyó una filmografía cuya primera mitad fue
asombro del mundo entero y recreación artificial de un México que nunca
existió. Le cabe, por tanto, el honor de haber sido mucho más que la mayoría:
un demiurgo que inventó un mundo a su manera, en el mejor estilo de los
artistas visionarios e iluminados que podían ver lo que sólo ellos veían y que
nadie más podía ver hasta que él lo mostraba. Su representación infantil del
mundo, llena de ternurismo y violencia, entroncó a la perfección con el buen
hacer literario de Mauricio Magdaleno, uno de los grande artesanos de la
palabra ausentes cuando se hace historia de la literatura mexicana, y con las
imágenes de Gabriel Figueroa, que con dos cinceles (uno de luz y otro de sombra)
esculpió aquel mundo fantástico que habitaba en la mente del Indio. Como toda
obra maestra cinematográfica, la mejor obra del Indio fue una suma de talentos,
el producto de un genio colectivo en estado de gracia en un contexto histórico
y artístico que lo hizo posible.
La obra de Taibo I es displicente con la
personalidad del Indio. Con no poca frecuencia adquiere cierto tono desdeñoso.
Debían estar hartos sus contemporáneos de aquel Indio malencarado y violento,
presumido hasta lo indecible y egocéntrico como él solo. Como un Dios
prehispánico, moldeó a hombres y mujeres de barro a su imagen y semejanza, y
luego les concedió un paraíso maldito. Al contrario que en el relato bíblico,
sus criaturas expulsaron al indio demiurgo y para ellos solos quedó el recinto
hermético de una obra, un mundo, hoy de imposible acceso y acaso comprensión.
sábado, septiembre 08, 2012
jueves, septiembre 06, 2012
HOJAS SECAS XXVII
Mientras espero un volumen que recopila cinco novelas de David Goodis, aquí pego esta hoja seca. Escritor maldito de la novela negra, al igual que Thompson un lírico de la desesperación, Goodis dejó un puñado de novelas formidables. La novela que aquí presento se tituló también The Dark Chase y data de 1947. Sus obras mayores son Street Of No Return (1954) y la lírica Down There (1956), que Truffaut inmortalizaría con el título de Shoot the Piano Player. David Goodis, un escritor olvidado (mas no lo suficiente) a reivindicar con fuerza frente a otros de sus contemporáneos en estos principios del siglo XXI.
martes, septiembre 04, 2012
HISTORIETA PELANGOCHA MEXICANA
Durante principios de julio los cuates de Tebeosfera colgaron, como parte de su número 9 dedicado a la mujer en los cómics (miren en el enlace el prolijo contenido) un jugoso artículo mío dedicado a reivindicar (¿por qué no?) el cómic popular mexicano de carácter erótico y pornográfico. El título es La historieta pelangocha mexicana: una aproximación (de ser posible) reivindicativa. Y lo pueden leer clicando aquí.
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