La frontera entre México y Estados
Unidos, esa realidad compleja y abstracta que algunos han llamado Mexamérica,
vuelve a ser hoy una herida abierta que supura todo el pus de la nación
mexicana. Y como el título de este libro apunta con el dedo a los vecinos del
norte, acusándoles de cómplices o demiurgos en la sombra de esta realidad
fronteriza, debemos reconocer que la frontera también supura a ambos lados de
la línea el pus de la nación caput mundi[1].
La frontera que vino del norte no es un
libro sobre esta llaga abierta de hoy mismo, pero no cabe duda de que presenta
el escenario en que se desarrolla hoy la vida económica, cultural y política de
una región en constante derramamiento de sangre. No es un libro sobre las
ciudades fronterizas, sino una obra sobre la reflexión política, cultural y
económica que subyace bajo la vida diaria de esta enorme franja de tierra que
obliga a los dos países a fingir relaciones de buena vecindad.
La
frontera, como bien señala González Herrera, va mucho más allá de una división
política llevada a cabo mediante una línea imaginaria[2],
sino que es un territorio de frontera cultural y moral que se construye día a
día por medio de un proceso de ósmosis. Desde este punto de vista, sus vínculos
son más profundos de lo que a simple vista podría entenderse, ya que, al
contrario de lo que sucede en otras fronteras del mundo, ambos países son
representantes de la civilización occidental y ambas fueron construidas sobre
hondas raíces religiosas (protestante la una, contrarreformista la otra) cuyos
pilares ideológicos se hunden hasta el fondo de unas raíces grecolatinas comunes.
La frontera, nos recuerda González Herrera citando a Turner, se construyó a la
par que se construía un espacio mítico magnificado por la cultura popular del
siglo XX (la conquista del oeste), que, como no podía ser menos, banalizó aquel
teatro de operaciones reduciendo al mínimo las consecuencias que tuvo para los
indios nativos y los vecinos del sur. La llamada épica del western (que tuvo
sus grandes “cantores de baladas” en la literatura y sobre todo en el cine)
creó también una serie de paradigmas y estereotipos que viajan en el tiempo
hasta hoy mismo, donde en palabras de González Herrera se creó “la invención de
un territorio virgen y vacío colonizado gracias al arrojo, el espíritu pionero
y la visión de futuro de hombres blancos” (p. 30). Quiero enfatizar aquí los
adjetivos “virgen y vacío”, ya que, desgraciadamente, vuelven a aflorar en las
conclusiones de este libro iluminador, pero ahora, como conceptos atribuibles a
la visión del centro de México con respecto a la frontera: “El carácter
periférico y marginal que se le ha dado a la región en el proyecto de
construcción nacional, desde el siglo XIX, ha promovido la imagen de espacio
vacío y donde todo, o casi todo, se vale” (p. 258). Periférico. Marginal.
Vacío. Salvaje. La conclusión parcial sólo puede ser una: la frontera sigue
siendo, en el imaginario colectivo de mexicanos y estadounidenses, un territorio
mítico que, como tal, sigue gozando de buena salud, ya que la cultura popular
sigue insistiendo en el carácter sórdido y peligroso de la vida en esta
frontera. Es decir: que la border
deja de ser border para transformarse
en frontier; la línea imaginaria deja
de ser una frontera física para transformarse en teatro de exploraciones del
alma humana en territorios sin ley donde todo es posible. González Herrera
desarrolla muy bien la diferencia entre ambos vocablos en el primer capítulo de
su libro (pp. 29-41).
La
frontera que vino del norte vino del norte porque así quedó marcada para
siempre a partir del tratado de Guadalupe-Hidalgo (1848), en que México perdió
dos millones de kilómetros cuadrados. Yo, a manera de juego, completaría el significado
del título indicando que esa pérdida territorial y su consecuente frontera
impuesta vinieron a estrellarse contra la frontera que vino, no del sur, sino
del centro, ese México centrípeto que, todavía hoy, recuerda tanto al viejo
Saturno mientras devora a sus hijos. Hay que agradecerle a González Herrera el
recordarnos que no toda la culpa de los problemas de la frontera se deben al
vecino del norte, abusador y poderoso, sino también al desinterés y absoluto
desprecio que desde siempre ha existido en el centro de México por sus regiones
fronterizas. El cogollito cultural de los habitantes del Sur, donde se funden
las tradiciones locales y herencias precolombinas con la herencia española, ha
creado también una mentalidad hasta cierto punto nativista y eugenista en
México no sólo atribuible a los estadounidenses, sino también a los propios
mexicanos, que miran hacia el norte con desprecio como si éste no fuera nada de
ellos ni su destino económico y social responsabilidad directa de los
gobernantes de la nación. Este nativismo, este eugenismo, este racismo sin
signos de interrogación, es analizado en la ideología estadounidense por
González Herrera en el capítulo 3 de su libro (pp. 57-64), y el buen lector
sabrá ver en qué medida estas teorías también han tenido mucha prosperidad en
un país como México donde, desde el centro, se ningunea la personalidad del
norte que ha logrado una simbiosis especial con la cultura norteamericana a la
que, en buena medida, han contribuido la nefasta centralización del país y el
desinterés por su frontera norte.
La
construcción de la frontera como espacio mítico en el imaginario colectivo
global goza de buena salud, y quien lea este valioso libro encontrará muchas de
las claves que hoy torturan a una región abandonada por todos a su destino. La
obra de González Herrera, profunda y amena a la par, es una valiosa aportación
donde se hace un repaso no tanto de la historia de la frontera, sino de la
historia de la percepción de la frontera en ambos lados de la cicatriz
divisoria. Sólo hubiera deseado que su autor hubiese abordado el tema de la
industria maquiladora, una fuente laboral de gran importancia para toda la zona,
que generó una cantidad de riqueza de la que estas ciudades nunca se
beneficiaron y que no supo traducirse en más cultura y mejores condiciones de
vida permanentes para sus habitantes. Las consecuencias de la frontera que no
sólo vino del sur, sino que vampiriza el centro, están hoy día en la primera
plana de todos los periódicos del planeta. Y en cómics, novelas, películas que
gozan de amplia fama y distribución internacional proporcionando una imagen de
la frontera como espacio mítico del que los principales responsables políticos
harían bien en avergonzarse. Si tuvieran vergüenza.
González Herrera, Carlos, La frontera que vino del norte.
Taurus/Colegio de Chihuahua. México, 2008.
Reseña publicada en Archipiélago,
número 66, p. 16. Archipiélago A.C./UNAM, octubre-diciembre 2009.
[1]
“El territorio fronterizo sigue siendo, en más de un sentido, el espacio que
nos separa del vecino poderoso y abusivo”, p. 258.
[2]
“La legislación migratoria de Estados Unidos fue pensada en los puertos
marítimos y no en la frontera de México, cuyos límites son fundamentalmente
imaginarios” (Cita de F.W. Berkshire, Inspector de inmigración en El Paso, p.
85).
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