sábado, febrero 20, 2016

NUESTRA SEÑORA DE LA SANGRE, PRESENTACIÓN DE AGUSTÍN GARCÍA DELGADO


Nuestra Señora de la Sangre, de Ricardo Vigueras

Una característica destaca en la novela que comentaremos a continuación: sus personajes más importantes son mujeres. Ricardo Vigueras nos deja ver, nos lleva a sentir la potencia de lo femenino. Personajes que viven la poesía de ser mujer. Poesía intensa, no siempre risueña, pero sí siempre poderosa y triunfante frente a las adversidades.

Ricardo Vigueras comete un primer acierto de maestro narrador: comprime en una línea, de inicio, el carácter y misterio de un personaje. Esa línea dice lo siguiente: “La cierva altiva parecía estar mintiendo a primera vista”. Luego de este arranque, que siembra una curiosidad irresistible, un lector no puede separar sus ojos de la página. Lo que sigue, para colmo, hundirá más y más a ese lector en un mar de intrigas que, apenas resuelta cada una de ellas, dará paso a más incógnitas.

Desde los primeros párrafos, tenemos a la vista, casi al oído y al olfato, a varios participantes de la historia que viene enseguida. Y, pronto también, gracias a que el autor no escatima esfuerzos en ello, tenemos la atmósfera, el entorno físico, la temperatura ambiental y los objetos que construyen el primer escenario: la Delegación Liminar de Puntaloba, ciudad mítica construida a propósito para alojar a una serie de caracteres bien distintos entre sí, tanto que parecen vivos, como sacados de la existencia cotidiana en una ciudad no del todo ajena a la ciudad donde nació esta novela. Las locaciones donde ocurren los acontecimientos narrados, se presentan con igual intensidad y vida que los personajes. 

Otro acierto, es el de los cierres de capítulo. Son finales que dejan satisfecho al lector, que no hacen concesiones de ningún tipo, acordes con el desarrollo de las tramas, coherentes con el carácter de los personajes, carentes de toda intención efectista y, sin embargo, altamente eficaces.

Lo que sucede en el universo de esta obra, con toda su complejidad, es la simple vida humana de los lupenses (habitantes de Noche Nuestra Señora, capital de Puntaloba); cada cual producto de una historia, de un marco biográfico y social a cuyo influjo no escaparán. Es decir: todos somos producto del medio, lo mismo que los lupenses.
Aspecto sobresaliente: la novela de Vigueras aborda algunos temas delicados, y lo hace con un tacto que muestra a la persona sensible, con ética profesional y humana, que ha sido siempre el artista Ricardo Vigueras. El hombre Ricardo, lo puedo decir, es también querible y gran persona.

La razón por que acepté comentar en esta mesa el primer texto narrativo que se publica de él, es la de compartir con los presentes el disfrute de una lectura que, aunque amena y nítida, puede abordarse con mayor facilidad mediante ciertas claves. Espero contribuir a ello con mi experiencia lectora.

¿Pero, quién es Ricardo Vigueras?
De pronto, el acervo de personajes e instituciones culturales de Ciudad Juárez se ve engrosado con el nombre y los trabajos de un hombre simpático, ubicuo (no sé si es más de Iberia o de la Nueva España, pero lo reclamo para nosotros).
Formado en la cultura y filología clásicas, transeúnte de escenarios teatrales y docente apasionado, traductor de griego y latín, asiduo espectador y conocedor del mejor cine, amante de las historietas (o tebeos) pero, sobre todo, invaluable amigo: eso y más es Ricardo Vigueras. La UACJ abrió sus puertas a este maestro español, y fue por su bien. La ambigüedad de tal afirmación es adecuada.

Llegado a México, vía Ciudad Juárez, por sabe Dios qué extrañas artes o ataduras mágicas que hicieron del conquistador un conquistado, del viajero un sedentario, ahora se dice a sí mismo “juachupín”, perfecto patronímico para un verdadero ciudadano del mundo, asentado por casualidades de la vida en esta villa de Paso del Norte.

Lector selectivo de poesía y comentador de textos poéticos, Vigueras ha publicado decenas de artículos en revistas y páginas electrónicas del mundo, capítulos de libros, reflexiones acerca de la multitud de temas en que se ocupa desde hace varios años. Sus aportaciones han sido principalmente académicas y especializadas. La obra narrativa, aunque lo ha ocupado desde ya un buen tiempo, no es sino hasta 2013 que ve por vez primera la luz. No obstante, como trabajador incansable que ha sido, de los que trabajan sin prisa y sin pausa, pronto veremos más productos, en libro impreso, de su pluma privilegiada.

Por qué vale esta escritura
La economía verbal de su prosa eficaz y amena, permite que el vocabulario empleado sea preciso; no muchas veces resbala entre sus líneas una expresión procaz. Si ocurre, será como un oportuno condimento y en el espacio adecuado. No obstante, la esperanza en lo mejor que habita en las profundidades de la gente prevalece como trasfondo y como la pátina que da su mejor brillo a esta pintura ficcional.

La primera novela publicada de Ricardo Vigueras rezuma preocupación por lo humano. Es arte ético, y no estoy seguro de que lo sea de manera intencional, porque todo escritor desea, ante todo, construir una buena obra literaria.

No sé si estoy en lo cierto, pero encuentro en Nuestra Señora de la Sangre cierto matiz fatalista, aunque me parece hermoso, natural, el modo en que la novela consigue asumir ese carácter de los acontecimientos y relaciones en su peculiar universo. Un ejemplo sería cuando Abdul Alire Khlayel, soñador de ideas izquierdistas, consulta a un viejo quiromántico: este, después de observar las líneas del destino en su mano, tratando de pescar igual que a peces los signos de la vida, comienza a reír, dice el narrador, “como si hubiese descubierto que, prendido al anzuelo, sólo había una bota vieja llena de barro y caracolas rotas”. Otro ejemplo, en voz del mismo personaje: “…Abdul Alire Khlayel se decía que este mundo era como una vasta plantación sin alambradas donde casi todos eran esclavos, en apariencia libres de acción, pero no lo suficiente para cambiar su destino”. Hablo, sin embargo, de un matiz ocasional, no del tono general de la novela.
Un recurso excelente para volver peculiares, memorables a los personajes, es el de dotarlos de manías —¿quién hay que no las tenga?—. Por ejemplo, la costumbre del policía llamado “Ratón”: atar su auto a un árbol cada vez que lo estaciona, utilizando cadena y candado.

Es una novela, a momentos, con rasgos de guión cinematográfico. Muchas veces visual, sería, con buena fortuna y director capaz, convertida en película.

Nuestra Señora de la Sangre reúne tres episodios, tres capítulos en la vida de Puntaloba, isla mítica situada en el Caribe o en el Golfo de México. Pero no son propiamente tres historias, como sería si nos encontráramos frente a una colección de relatos. Se trata más bien de una multitud de historias entrelazadas, personajes vivos durante el transcurso de unas vidas intensas. Con frecuencia, extremadamente intensas. Y esto se logra sin exceso de violencia, virtud agradecible al tacto con que el novelista nos lleva por las páginas. Como lector, me siento también agradecido por la notable coherencia interna de las partes, el orden y armonía con que debe escribirse una pieza sinfónica. Aunque no soy músico, siento esa coherencia al escuchar. Aunque no soy novelista, advierto esa cualidad en el texto de Ricardo Vigueras. Por ejemplo, la primera parte, que lleva por título “Todo lo marchita el tiempo poderoso”. A pesar de que ahí ocurre un crimen, la intensidad está magistralmente llevada hacia otro tema: los efectos del tiempo en el devenir humano, en la historia de cada personaje y sus actos voluntarios o instintivos, por intensos y graves que sean. Tanto el desarrollo de la historia como el final, se mueven como entre una extraña suavidad, es decir, en la tragedia que se ve atemperada por, precisamente, el paso del tiempo, como anuncia el título. El olvido, el adormecimiento paulatino de dichas y desdichas, logran dominar el relato por sobre la muerte o el dolor, en esta parte de la novela.

Legible y clara como lo es, la trama resulta compleja como la vida y, mérito adicional, el narrador no se alza como juez contra nadie, porque su mirada es amplia, universal. Por eso me parece que esta novela está llamada a colocarse entre la mejor literatura escrita en español. Con frecuencia me parece un texto con profundas raíces en lo mexicano, en la cultura e incluso en la historia literaria mexicana, aunque no se parece a Rulfo, a Yáñez, Fuentes o Arreola. Lo siento más cercano a escritores recientes como Eduardo Antonio Parra, pero, en justicia, la prosa de Vigueras resulta bastante peculiar: es el estilo Vigueras.

El registro tan diverso de los tres grandes capítulos, en este libro, llega al extremo de presentarnos, sin que apenas se advierta, la maravillosa recreación de un mito clásico, el mito de Nictímene, mencionado por Ovidio en sus Metamorfosis, poderoso por su ligazón con una parte triste y frecuente de la historia humana. Para los lectores que quieran buscar esta relación, y como un modo de comprender más cabalmente la lectura de Nuestra Señora de la Sangre, comparto el dato: se trata del canto segundo en la obra ovidiana, versos 569 a 596, según la versión de Rubén Bonifaz Nuño, publicada por la SEP, en su colección “Cien del Mundo”.

Me pregunto: ¿cómo puede ser que algo terrible se cuente de manera tan hermosa? Esa es precisamente la virtud del arte, el gran teatro, la gran literatura, los poemas épicos y la tragedia griega clásica: todo ello consiste en historias de enorme intensidad y dolor, presentado con belleza singular, con un conocimiento asumido de la naturaleza humana. Así, esta novela nos presenta situaciones intensas, amores nada ortodoxos, ausencias, todo dentro de la consideración estética, en primer lugar, sin olvido de las dimensiones terrenal, carnal y humana.

Conclusiones
Característica sobresaliente de la literatura que, además de sus vuelos universales, busca raigambre en la cultura que le sirve de asiento y cuna, es su valor documental o testimonial. Como dato escogido al vuelo, pero con gran carga idiosincrática, podemos afirmar que quizá esta novela contenga la primera mención mundial, en literatura, del sotol con chuchupaxtle, ideación juarense, si no es que la importamos de no sé dónde. Pero, sin duda, lectores más atentos encontrarán otras peculiaridades, otras mil sorpresas en las más de 250 páginas de Nuestra Señora de la Sangre, donde no hay línea de más, donde no hay palabra que no sea regalo para la imaginación y el espíritu.

Una de las razones porque esta novela se puede leer con agrado, es que sus tres partes están escritas de un modo distinto cada una. Se diría que utilizan técnicas diferentes, lo que nos da la ganancia de una lectura diversa, como pieza musical con variaciones temáticas y rítmicas. Veremos enfoques e intenciones distintas para cada caso de los que habrán de enfrentar los policías, principalmente el capitán apodado “Caballo Ciego”, y su eterno ayudante, el teniente Bauer, más conocido como “el Ratón”. Pero, ojo cuando digo técnica: la técnica no es el arte, sino una herramienta al servicio del arte. Quizá el arte sin técnica sea pobre, pero la técnica sin arte es poco menos que nada. Aquí encontraremos una obra de arte. O bien, tres obras de arte que juntas forman una mayor.

Cuando ustedes lean esta novela, lectores afortunados, cambiará su vida, su modo de pensar sobre algunas cosas. Incluso, creo que en nuestro idioma cambiaremos algunos nombres cotidianos y tradicionales. A los policías de a pie, los llamaremos “patatines”. Agregaremos un platillo de albóndigas a nuestro menú, que quizá ya existía, pero desde ahora se llamará “Campanela” y lo hemos de considerar invento de Ricardo Vigueras. Algunos restaurantes lo van a ofrecer con orgullo, asociando su nombre a la novela Nuestra Señora de la Sangre. Muchas expresiones del libro nos resultarán audaces, novedosas, pero no debemos considerarlas extrañas, sino frescas, monedas que vienen a enriquecer la alcancía de nuestra lengua. Aportaciones de un célebre y muy talentoso “juachupín” que nos brinda generoso, este día, su primera novela. 

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