lunes, mayo 11, 2009

CARNIVALE: CAUTIVOS EN BABYLON (PARTE 1 DE 4)

Los pocos afortunados que pudieron ver completa The Magnificent Ambersons (1942), la obra maestra mutilada de Orson Welles, aseguraban que esta película superaba con creces su film de referencia, el Ciudadano Kane (1941). Lo que nos queda hoy de esa hermosa película, aun con ser grandioso, no deja de ser un producto incompleto al que falta la mitad de su metraje original y que contiene un final precipitado. Digamos ahora que las dos temporadas de la serie Carnivàle (HBO, 2003-2005) son como la The Magnificent Ambersons de la televisión moderna: la obra maestra incompleta que nunca veremos concluir. LA Atlántida sumergida de la imaginación de un puñado de talentos en estado de gracia (directores, escritores, iluminadores, actores, músicos…) que se congregaron en Carnivàle para ofrecernos una de las obras maestras incontestables de la televisión mundial, y quizá la menos conocida. Como el fantasma de Dora Mae Dreifuss, los devotos de esta serie hemos quedado cautivos en Babylon para siempre.

A lo largo de su historia, la otrora llamada “caja tonta” ha ofrecido muestras de que el medio no era el fin. Las series de televisión podían ser malas, pero la culpa no la tenía el medio, cuyo largo alcance estaba por desarrollar. A pesar de todo, en cada época fue ofreciendo series que nos hicieron sospechar que no había algo intrínsecamente deleznable en el formato televisivo: Alfred Hitchcock Presents, Star Trek, Lou Grant, Hill Street Blues, Twin Peaks, Cheers y otras, sin olvidar los magistrales ejemplos novelescos ingleses (Yo, Claudio o Retorno a Brideshead suelen ser la referencia). No ha sido hasta hace unos años que la cadena HBO ha comenzado a desarrollar un producto nuevo que ha cuestionado el formato de la serie televisiva y ha revolucionado el medio: integrar la complejidad argumental de la gran novela con la calidad del mejor cine para construir grandes novelas contemporáneas cuya magnitud es sólo comparable a la de las grandes novelas del siglo XIX. Fue así como surgieron obras maestras como Los Soprano o Carnivàle.

Carnivàle, como tantas otras obras maestras, tiene un planteamiento simple y un desarrollo complejo. El planteamiento parte de la historia más vieja del mundo: la lucha entre Dios y el Demonio. El desarrollo de este combate a muerte tiene lugar en el Estados Unidos polvoriento y lleno de miseria de la Gran Depresión, entre parajes desérticos en la frontera con México. El planteamiento simple pronto se vuelve muy complejo: se nos cuentan dos historias paralelas que poco a poco van a ir encontrándose en el espacio y en el tiempo: la historia de Ben Hawkins (Nick Stahl), trasunto de Jesucristo, quien tiene el poder de sanar a los enfermos y hasta de resucitar a los muertos, y el Hermano Justin (Clancy Brown), un sacerdote, un hombre de Dios que poco a poco irá dándose cuenta de que no es sino la encarnación del Angel Caído, el mismísimo Satanás. Ben Hawkins será acogido por un circo ambulante (el Carnivàle al que alude el título de la serie), un circo muy especial dirigido por el enano Samson (Michael J. Anderson), quien recibe órdenes de un misterioso Gerente que jamás sale de su carromato y sólo se relaciona con Samson (¿un trasunto de la idea de Dios?). La llegada de Ben Hawkins, lo saben bien tanto el Gerente como Samson, no ha sido casual, sino que forma parte de un diseño divino que el circo ambulante debe encauzar por medio de una serie de escalas en remotos poblados, algunos fantasmales, hasta que Ben Hawkins asuma la milagrosa verdad de su auténtica naturaleza, acepte todos sus poderes y se enfrente al Maligno.

Continuabit...

1 comentario:

Francisco Ortiz dijo...

La caja es tonta cuando la toman por tonta.