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La cosmología que apuntaba Spiegelman sobre la obra de Deitch, vista en su conjunto, tiene en Shadowland uno de sus más importantes exponentes. Sorprende y perturba pasearse por las páginas de esta volumen grande y rudamente editado, con rusticidad premeditada (cubiertas de gruesa cartulina más bien vulgar, papel áspero al tacto) que encaja muy bien con la ruda poesía de Deitch, con su onírica y perturbadora recreación de las taras del ser humano, pero también con la interpretación lúdica y grotesca de sus fantasías.
Shadowland nos cuenta la historia de un feriante, un grotesco payaso siniestro rodeado de unos personajes excéntricos y perdidos en un contexto alucinado a lo que contribuye enormemente el estilo agreste de contar las historias de Deitch, así como su dibujo rudo, torpe, feo… y tan atractivo. A veces sorprende analizar las viñetas de Kim Deitch y encontrar escorzos imposibles, perspectivas infantiles, dibujos tan mal concebidos y ejecutados, pero todos envueltos en una sucesión de tramados genialmente resueltos en un estilo clásico de trama manual que hoy se encuentra casi completamente en desuso. El resultado es una forma tosca y bella de presentar un mundo feo poblado de personajes y seres feos, de una fealdad tan fea como la de Frankenstein, que en definitiva, era una fealdad hermosa y tierna, artística y cargada de contenido humanizador. Pues todo esto, y mil chingonerías más, es Shadowland. Imprescindible.
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