Marcha bien la reedición que Hermes Press está llevando a cabo de Buck Rogers en el siglo XXV y que hoy está siendo recuperada en buenas condiciones por esta editorial. Poco a poco, Estados Unidos se pone al día con sus propios clásicos de la historieta. Con los grandes, quiero decir, porque después debería tocarle a los clásicos menores, esos de los que nadie habla y que tampoco están tan mal a juzgar por lo que uno va encontrando por la Red. Por cierto: cliquen sobre las imágenes para ver a buen tamaño (sobre todo las estrechitas como ésta que sigue).
Buck Rogers fue creada por Philip Nowlan a petición de John Flint Dille, quien dirigía un sindicato de cómics en Chicago. Se trataba de adaptar un relato suyo titulado Armagedon 2419 A.D. y que había sido publicado en la legendaria mater matrona de la ciencia-ficción: Amazing Stories. Hubo algunos cambios en la traslación. El protagonista pasó, por ejemplo, del aséptico nombre de Anthony Rogers al más dinámico de “Buck” Rogers (pretendían aprovecharse del tirón que tenían las películas del cowboy Buck Jones). Como responsable de la parte artística, encontraron a Dick Calkins, quien durante los primeros meses firmaba las tiras como Lt. (teniente) Dick Calkins, pues había servido durante la I Guerra Mundial en el United States Air Service. Nunca viajó a ultramar, pero desde entonces no dejó de presumir aquel grado militar.
Buck Rogers fue la primera space-opera de la historia. Antes del pulp Amazing Stories y de Buck Rogers, la ciencia-ficción había permanecido en estado larvario, con influencias de H.G. Wells, Julio Verne y otros precursores notables que, desde el Romanticismo y antes, habían esbozado un género que se definiría en las primeras décadas del siglo XX en Estados Unidos. Buck Rogers, aparecida el 7 de enero de 1929 (el mismo día que apareció el primer Tarzán de Foster, que pueden descargar desde aquí) nis cuenta cómo fue que Buck, después de dormir durante 500 años, despierta en un siglo XXV muy cambiado: Estados Unidos ha sido dominada por los Mongoles Rojos y los gringos de pura cepa habitan como salvajes en las selvas. Ni qué decir tiene que Buck, con su acendrado carácter de chicarrón del siglo XX, volverá a poner las cosas como Diosito manda. Como puede verse, la ingenuidad de los planteamientos apuntan precisamente a una space-opera de carácter balbuceante, una proyección hacia el futuro de las neurosis de su tiempo a medio camino entre la comedia, la aventura y la fantasía escapista al estilo de los seriales radiofónicos y cinematográficos de la época.
Hoy día la lectura de Buck Rogers es dura. Los guiones son demasiado ingenuos, pero no siempre son encantadores, y el dibujo del teniente Calkins ha sido criticado a lo largo de las décadas con floridos y desdeñosos adjetivos que yo no repetiré. Desde luego, Calkins no era un maestro de la pluma y del pincel, y quizá la ausencia de pretensiones de su arte se deba a la pretendida fugacidad del experimento que debería haber sido Buck Rogers. Insisto en que fue la primera serie de SF de la historia, pero tuvo un enorme tirón popular en los periódicos donde se publicaba y pronto hubo reacciones al respecto. No tardarían en aparecer otras obras que supondrían una progresión notable en la space-opera del cómic de prensa de aquel entonces, como Flash Gordon o Brick Bradford. La SF comenzó a evolucionar hacia un desarrollo más complejo, más estético.
El gran valor de Buck Rogers consiste en distintos elementos. En primer lugar, en su valor de obra seminal, pues sus influencias se notan en distintos artistas de diversos ámbitos. Desde un enamorado Ray Bradbury (que afirmó “Buck Rogers soy yo”) hasta la influencia que tendría en el mismo pulp y en el mismo cómic. No es difícil advertir influencias de Calkins en artistas como Basil Wolverton o el hoy tan reivindicado (para mí, incomprensiblemente) Fletcher Hanks. Esto convertiría a Calkins en una especie de “paleopadre” del undeground americano, y a su estilo (el llamado charlestón: un realismo que no quiere ser realista) en uno de esos estilos gráficos que con el tiempo tuvo aprovechamientos múltiples y se diversificó garantizando una gloria que nadie podía prever. Digamos que Calkins supo sacar provecho de sus limitaciones.
Pero Calkins también debió rodearse de un equipo formidable, porque la lectura del primer volumen de Hermes Press arroja el resultado de unos comienzos muy precarios desde el punto de vista estético que evolucionan hacia cierto preciosismo muy encantador. Se sabe que las dominicales eran mucho mejores porque en ellas colaboraba el gran Russell Keaton. Buck Rogers es una especie de teatro de marionetas espacial, es space-opera tanto como space-gignol, y en cierto modo se adelanta a aquellas entrañables series de Gerry Anderson como Thunderbirds. Algunas naves espaciales parecen pepinos y otras carrozas del Entierro de la Sardina. Toda la serie goza de una especie de alegría agrícola-festiva que la relaciona de manera galáctica con ciertos rituales primitivos prehistóricos. En cierto modo, Buck Rogers es un perfecto resumen de la prehistoria de la ciencia-ficción y su alegría, su goce, radican mucho más en las fantasías espaciales de George Meliés que en todo lo que vino después. Como primer capítulo de la ciencia-ficción en los cómics, hoy su frescura sigue siendo imperfecta y entrañable como la de los pioneros.
Los guiones de Nowlan se ajustan a la perfección a los dibujos de Calkins, y los unos realzan a los otros. Calkins y Nowlan fueron algo así como los aventureros Simplicíssimus de la travesía espacial, de la aventura entre las estrellas. No existe esa fisura que advertimos en Flash Gordon entre las majestuosas viñetas de Raymond y los rutinarios, meramente entretenidos y de compromiso, guiones de Don Moore. Si bien en Flash Gordon advertimos una cierta fisura gráfica con el presente de su tiempo, no la hay tanto en Buck Rogers. En esta serie vemos a tipos de los años 30 vestidos de aventureros del siglo XXV, y en ningún momento tenemos la sensación de no estar asistiendo a una especie de inmensa y duradera fiesta de disfraces donde las modas y las costumbres de los años 30 son representadas filtradas por cierto aire de comedia hollywoodense de su tiempo. Brindo por todo ello. El resultado es hoy estridente, pero no por ello menos valioso.
Ha habido muchas versiones cinematográficas de Buck Rogers. En los 80 tuvo bastante éxito cierta serie de televisión basada en aquellas viejas aventuras. También hoy se está rodando una nueva versión cinematográfica en 3-D, la nueva gallina de los huevos de oro. Tengo mis dudas al respecto de un nuevo Buck Rogers, y no creo que funcione. Es verdad que alguien debería llevar Buck Rogers al cine, pero no al estilo ampuloso de Star Wars. Me gustaría que los peinados siguieran siendo retro y que las naves espaciales parecieran pepinos. Que todos llevasen en la cabeza los mismos gorros de baño convertidos en casquete especial. Que todo fuera retro, pasado de moda, estridente. Sólo de esa forma puede conservarse su encanto. Tim Burton podría filmar un Buck Rogers inmejorable, pero qué pena que el viejo Buck no sea lo suficientemente oscuro para el tío Burton.
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