Dicen que la novela histórica es
un género de tiempos de crisis. Si tal cosa es cierta, la novela Juárez, el rostro de piedra llega en un
momento muy crítico para la sociedad mexicana. En un tiempo como éste en que la
violencia ejercida por el narcotráfico ha hecho saltar la gobernabilidad del
país y puesto en severo riesgo todos los derechos humanos, Parra recupera a
Juárez como el singular constructor de una gobernabilidad ni fácil, ni exenta
de guerras y peripecias políticas. En las páginas 374-5 de su novela, Benito
Juárez reflexiona sobre González Ortega, uno de tantos personajes que a lo
largo de su devenir político acabaría por decepcionarle:
González
Ortega nos dio mucho, es verdad, pero ¿cómo no temerle por eso mismo? Así son
los gigantes, admirables y temibles a la vez, su sombra nos protege y nos
oprime, nos sostienen sobre sus nombres fuera del alcance del enemigo, pero en
el momento menos pensado pueden caernos encima y aplastarnos.
El pasaje invita a una reflexión
más seria que la que puntualmente recae sobre González Ortega. De 1872, fecha
del deceso de Benito Juárez, hasta hoy, queda la reflexión de si ese gigante
político que fue Benito Juárez no es hoy un gigante que no sólo sostiene a los
mexicanos sobre su nombre, sino que también puede oprimirlos hasta aplastar.
Desde este punto de vista, Parra nos entrega a lo largo de 440 páginas un
Juárez renovado gracias al milagro de la literatura, que es la forma más
estilizada posible de contar verdades por medio de mentiras: ni es el héroe
oficioso del oficialismo político, ni ese personaje cruel que otros han
querido ver en su persona. El rostro de piedra es una metáfora, y como tal
tiene al menos dos lecturas: por un lado, alude a ese hieratismo que era tan
propio de Benito Juárez y que Parra recuerda varias veces a lo largo de las
páginas de esta novela; por otro lado, alude a ese gran personaje de la
historia de México tan omnipresente como desconocido: el rostro de piedra que
desde multitud de esculturas ubicadas en tantas plazas y rincones del país se
presenta ante los mexicanos como un símbolo a desentrañar lleno de mensajes
útiles pero desconocidos.
La novela de
Eduardo Antonio Parra tiene la mayor virtud que puede tener toda novela
histórica: a la luz de la literatura convierte en carne los mármoles de épocas
pretéritas: los rostros de piedra. Se trata de un ejercicio notable. Un autor
de la trayectoria de Eduardo Antonio Parra no hubiera apostado nunca por la
simplicidad ni el maniqueísmo. Lejos de triunfalismos nacionalistas, los
personajes históricos que se desenvuelven por las páginas de esta novela
seducen por su humanidad, por esa oscilación entre el bien el mal, la gravedad
y la alegría, la firmeza y la duda, de la que estamos compuestos los seres
humanos. Los protagonistas de El rostro
de piedra, sin ser trágicos en sí mismos, conmueven porque persuaden desde
la honda verdad de la tragedia, que consistía en humanizar a los antiguos reyes
y dioses. Al identificarnos con ellos, podemos sentir como ellos la inmersión
en ese vaivén de experiencias y sentimientos que es la vida.
Es por esto
que El rostro de piedra es una obra
doblemente compleja. Es compleja en cuanto a contenidos, sabiamente reflexiva y
filosófica cuando conviene, ligera o dramática cuando es preciso. Su
equilibrio es uno de sus grandes méritos. Pero además, es una obra literaria destacable donde Eduardo Antonio Parra ha sabido distribuir en 19 capítulos que no
siguen una narración lineal toda la experiencia vital, familiar y humana de un
personaje complejo que se enfrentó a tiempos convulsos. El ir y venir en la
temporalidad de la vida de Juárez permite a su autor, por medio de numerosos
saltos en el tiempo, conceder una dimensión novelesca a la vida de sus
personajes, la cual se presenta destacada por momentos climáticos según los
mecanismos de la ficción, aunque sea al servicio de la Historia. Resultan
ejemplares capítulos como el 9 (el terrorífico “Las tinajas de San Juan de Ulúa”,
donde Parra nos relata lo que debieron ser las vivencias de Juárez en aquella
terrible prisión) o el 16 (“El camino del desierto”), donde nuestro personaje
conoce aquel remanso de cordialidad que fue Paso del Norte mientras medita en
la figura bobalicona y trágica de Maximiliano, o conoce la muerte de dos de sus
hijos más pequeños durante el exilio de la familia en Nueva York.
También es El rostro de piedra una reflexión cruda
sobre las exigencias de la necesidad de poder y de sus excesos. El Juárez de
Eduardo Antonio Parra se vuelca en la obsesión del poder tras la muerte de su
esposa, Margarita, y Parra parece darnos a entender que, sin el balance del
amor, incluso un hombre idealista y justo puede acabar convertido, no sólo en
objeto del odio de numerosos enemigos, sino también en su propio enemigo, que siempre
resulta ser el peor enemigo de todos.
El rostro de piedra rebosa vida,
política, buen hacer literario y conocimiento de la estructura
novelesca y de sus recursos más expresivos. Seduce la manera en que Parra alterna
el monólogo interior con la tercera persona gramatical del narrador
omnisciente, y ésta con la segunda persona, quizá la del autor, o incluso, la
de la propia conciencia de Benito Juárez, aquella que dialoga y debate con él a
lo largo de su acontecer político y
humano. El diálogo retrata siempre a los personajes, pues esquiva en todo
momento el ornamento decadentista de una imitación del siglo XIX, pero sin caer
nunca en una contemporaneidad ramplona, vicio tan común en tantas modernas
novelas históricas. Es en este sentido que la novela resulta una especie de
polifonía para la cual merece la pena prestar un oído atento y exigente. Creo
que los riesgos eran muchos y evidentes; Eduardo Antonio Parra ha sabido
sortearlos para construir un testimonio literario muy notable a
la altura del personaje retratado a lo largo de sus páginas.
Eduardo
Antonio Parra, Juárez, el rostro de
piedra. Editorial Grijalbo. México, 2008 (1ª reimp., enero 2009).
Texto leído durante la presentación del libro en Chihuahua y Ciudad Juárez y publicado en Cuadernos Fronterizos, 13, otoño 2009.
2 comentarios:
Excelente reseña que resalta las virtudes de la novela, su relevancia en los tiempos que corren en la entidad que lleva su nombre, y, sobre todo, la complejidad del personaje, que, como lo mencionas, es visto tradicionalmente por la historia oficial y sus detractores desde una luz muy maniquea. Me gustaría conseguirlo; como buena reseña, me vendió el libro!
Una novela muy recomendable, y hace un retrato muy arcádico de aquel Paso del Río Grande del Norte.
Saludotes, Omar.
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