jueves, enero 31, 2013

BONIFAZ

Ha muerto Rubén Bonifaz Nuño, uno de los poetas que yo más he admirado. Como estudioso del griego y del latín, desde muy joven frecuenté sus traducciones, verdaderas versiones rítmicas y muy personales de las obras originales. Era posible aprender un caudal hermoso de vocabulario castellano, y mucho ritmo broncíneo y audaz, en sus hermosas versiones de Ovidio, Catulo, Virgilio, Homero y un largo etcétera. Por las noches me gusta dormirme tras una sonrisa y un poema, por eso sobre mi mesilla siempre hay un libro de poesía y un tebeo que, como Mafalda, Krazy Kat o Peanuts, me ayudan a cerrar los ojos con una caricia y una sonrisa. Durante muchos meses del año pasado estuvo la obra casi completa de Bonifaz, De otro modo lo mismo, en cuyo título sintetizaba tantos siglos de creación y recreación literaria. Fue un poeta grande, pero también un gran humanista de los que hoy ya faltan (reciente está la muerte del también enorme Agustín García Calvo), alguien que no se casó nunca con la idea del escritor profesional: 

Todos decíamos que éramos genios, pero yo me diferenciaba de ellos en una cosa: los demás pensaban que tenían que vivir de la literatura cuando fueran grandes, y yo pensaba -y lo sigo pensando- que la literatura era como una diversión, como una especie de ámbito para la libertad personal, que aparte estaba la manera de ganarse la vida. Por eso, mientras los otros estaban fiándose a la literatura, yo me fui al Derecho... toda mi vida, hasta hoy, he visto a la literatura como una cosa marginal; repito, como un acto de libertad. Mi trabajo es el de profesor universitario. Yo siempre pensé que mi vida iba a estar orientada profesionalmente, no literariamente. 

Aquí les dejo el enlace a una conversación con Bonifaz en El Universal. Descanse en paz. Nos quedará su verbo pulido, sus traducciones que resuenan en el oído como el fragor del ponto vinoso contra la proa de las mil eternas naves.



NUEVO BLOG SOBRE CÓMIC MEXICANO

Descubro la existencia de un nuevo blog dedicado al cómic mexicano llamado, precisamente Cómic Mexicano. Reseñas, notificación de nuevas publicaciones, entrevistas y un interesante compendio de lo más relevante acaecido durante 2012 en el vilependiado, ofendido y olvidado pepín mexicano.

martes, enero 29, 2013

GIL BREWER: THE VENGEFUL VIRGIN



Entre mis grandes descubrimientos del año pasado estuvo la colección de novela negra Hard Case Crime. Se trata de una editorial que comenzó su andadura en 2004, de la mano de Charles Ardai (semblanza aquí) y Max Phillips, y cuya intención es publicar novelas negras en el más puro estilo pulp de los años dorados del género: libritos de bolsillo impresos en papel barato y con portadas espectaculares. Esta clase de literatura fue muy popular en Estados Unidos y el resto del mundo durante el siglo pasado (noveletas fáciles de encontrar en estaciones de autobuses, listas para leer y olvidar durante un solo viaje). Tenían calidad variable según autores y títulos, y en estas colecciones publicaron no sólo insignes olvidados, sino autores considerados hoy de culto (Jim Thompson). Dentro de la historia de la novela negra, estas novelas pulposas vinieron a reemplazar la publicación de novelas negras por entregas que se produjo durante la edad dorada del género en revistas como Black Mask, Dime Detective y otras. Hard Case Crime no sólo recupera clásicos enterrados del género, sino que también publica material nuevo (hasta ahora, su más grande hit es The Colorado Kid, de Stephen King). Sus cubiertas pulposas son formidables, pues retoman el espíritu de  la portada espectacular del medio siglo pasado: portadas realizadas ex profeso para Hard Case Crime: mujeres impresionantes e iluminación dramática confluyen por lo general en unas portadas donde se recupera la importancia del ilustrador y no del diseñador, como viene siendo habitual en el portadismo literariio y cartelismo cinematográfico desde hace algunas décadas. Hasta la fecha, HCC lleva publicadas ciento y pico novelas de autores clásicos y modernos. 
            Y uno de esos clásicos es Gil Brewer, autor de The Vengeful Virgin, novela cuyo eufónico título (que yo traduciría por La virgen vengativa, no La virgen vengadora) viene a reivindicar a uno de los más prolíficos y olvidados autores de novela negra de mediados del pasado siglo en Estados Unidos. Reivindicación más que necesaria y en la cual HCC no está sola: University Press of Florida acaba de publicar una antología de relatos de Brewer que, bajo el llamativo título de Redheads Die Quickly (título de uno de los cuentos antologados) encierra una veintena de relatos rescatados de revistas pulposas y amarillentas. La portada, más políticamente correcta y no tan cárnica las de HCC, invita a descubrir por qué las pelirrojas mueren con tanta celeridad, y, de paso, a sumergirnos en el universo de Brewer, un autor tan olvidado que ni siquiera Rosemary Herbert en su valioso y completo diccionario (Crime and Mystery Writing, Oxford, 1999) le dedica piojosa entrada. 


            Una injusticia que, esperamos, remedie el tiempo. La lectura de The Vengeful Virgin causó gran solaz en mí durante las pasadas navidades. La historia no es nada original y retoma el mito de la Circe que tantos novelistas de hard boiled explotarían en el novela y que luego inmortalizó el cine: la mujer hermosa que convierte a los hombres en cerdos, o, como suele ser habitual en la novela negra, en asesinos. En este caso, la novela es una variación de los clásicos El cartero siempre llama dos veces, o Double Indemnity, ambas de James M. Cain: una bella mujer seduce a un hombre para conseguir de éste la complicidad en asesinar al marido. En The Vengeful Virgin no se trata del marido, pero sí de un padrastro cuya minusvalía impide que Shirley Angela disfrute del esplendor de sus sabrosos dieciocho añitos y de una fortuna no menos sabrosa. Hasta que aparece, como es natural, el amante propiciador del crimen, es decir, el tonto de turno habitual en esta clase de dramas criminales. El inglés de Brewer es fluido y ágil, como lo son sus oraciones breves, concisas, de violenta contención y rudo dramatismo. Pero lo mejor es una trama obsesiva, caliente y precipitada, donde cada acción conduce a nuevas acciones sin que exista un solo momento para una narrativa ensimismada o la ausencia de acontecimientos dramáticos que hagan decaer la concatenación de acciones hasta el dramático final, redondeado por una culminación de la prosa amarga y llena de desengaño de Brewer. 
            Brewer fue, como me gusta a mí llamarlos, uno de esos seres del crepúsculo a caballo entre el mundo romántico, decimonónico, que heredaron los primeros hijos del siglo XX, y el mundo de pragmatismo ramplón en que ahora vivimos ahogados. Él prefirió, como algunos otros sabios, ahogar en alcohol esa progresiva degeneración ideológica y de las costumbres. Su dramática vida, minada por la botella y la superproducción literaria mal pagada y destinada a expositores de noveletas de los aeropuertos, está bien documentada en algunas páginas internáuticas dedicadas a su memoria. Es un autor a descubrir y reivindicar, uno de aquellos proletarios de la tecla que tanto hicieron por la cultura popular del siglo XX. Y Hard Case Crime es una editorial y una colección a seguir y disfrutar.