Entre mis grandes descubrimientos del año
pasado estuvo la colección de novela negra Hard Case Crime. Se trata de una
editorial que comenzó su andadura en 2004, de la mano de Charles Ardai (semblanza aquí) y Max
Phillips, y cuya intención es publicar novelas negras en el más puro estilo
pulp de los años dorados del género: libritos de bolsillo impresos en papel
barato y con portadas espectaculares. Esta clase de literatura fue muy popular
en Estados Unidos y el resto del mundo durante el siglo pasado (noveletas fáciles
de encontrar en estaciones de autobuses, listas para leer y olvidar
durante un solo viaje). Tenían calidad variable según autores y títulos, y en
estas colecciones publicaron no sólo insignes olvidados, sino autores
considerados hoy de culto (Jim Thompson). Dentro de la historia de la novela
negra, estas novelas pulposas vinieron a reemplazar la publicación de novelas
negras por entregas que se produjo durante la edad dorada del género en revistas
como Black Mask, Dime Detective y otras. Hard Case Crime no sólo recupera
clásicos enterrados del género, sino que también publica material nuevo (hasta
ahora, su más grande hit es The Colorado Kid, de Stephen King). Sus cubiertas
pulposas son formidables, pues retoman el espíritu de la portada espectacular del medio siglo
pasado: portadas realizadas ex profeso para Hard Case Crime: mujeres
impresionantes e iluminación dramática confluyen por lo general en unas
portadas donde se recupera la importancia del ilustrador y no del diseñador,
como viene siendo habitual en el portadismo literariio y cartelismo
cinematográfico desde hace algunas décadas. Hasta la fecha, HCC lleva
publicadas ciento y pico novelas de autores clásicos y modernos.
Y
uno de esos clásicos es Gil Brewer, autor de The Vengeful Virgin, novela cuyo
eufónico título (que yo traduciría por La virgen vengativa, no La virgen
vengadora) viene a reivindicar a uno de los más prolíficos y olvidados autores
de novela negra de mediados del pasado siglo en Estados Unidos. Reivindicación
más que necesaria y en la cual HCC no está sola: University Press of Florida
acaba de publicar una antología de relatos de Brewer que, bajo el llamativo
título de Redheads Die Quickly (título de uno de los cuentos antologados)
encierra una veintena de relatos rescatados de revistas pulposas y
amarillentas. La portada, más políticamente correcta y no tan cárnica las de
HCC, invita a descubrir por qué las pelirrojas mueren con tanta celeridad, y,
de paso, a sumergirnos en el universo de Brewer, un autor tan olvidado que ni
siquiera Rosemary Herbert en su valioso y completo diccionario (Crime and Mystery Writing, Oxford, 1999) le dedica piojosa
entrada.
Una
injusticia que, esperamos, remedie el tiempo. La lectura de The Vengeful Virgin
causó gran solaz en mí durante las pasadas navidades. La historia no es nada
original y retoma el mito de la Circe que tantos novelistas de hard boiled
explotarían en el novela y que luego inmortalizó el cine: la mujer hermosa que
convierte a los hombres en cerdos, o, como suele ser habitual en la novela
negra, en asesinos. En este caso, la novela es una variación de los clásicos El
cartero siempre llama dos veces, o Double Indemnity, ambas de James M. Cain:
una bella mujer seduce a un hombre para conseguir de éste la complicidad en
asesinar al marido. En The Vengeful Virgin no se trata del marido, pero sí de
un padrastro cuya minusvalía impide que Shirley Angela disfrute del esplendor
de sus sabrosos dieciocho añitos y de una fortuna no menos sabrosa. Hasta que
aparece, como es natural, el amante propiciador del crimen, es decir, el tonto
de turno habitual en esta clase de dramas criminales. El inglés de Brewer es
fluido y ágil, como lo son sus oraciones breves, concisas, de violenta
contención y rudo dramatismo. Pero lo mejor es una trama obsesiva, caliente y
precipitada, donde cada acción conduce a nuevas acciones sin que exista un solo
momento para una narrativa ensimismada o la ausencia de acontecimientos
dramáticos que hagan decaer la concatenación de acciones hasta el dramático
final, redondeado por una culminación de la prosa amarga y llena de desengaño
de Brewer.
Brewer
fue, como me gusta a mí llamarlos, uno de esos seres del crepúsculo a caballo
entre el mundo romántico, decimonónico, que heredaron los primeros hijos del
siglo XX, y el mundo de pragmatismo ramplón en que ahora vivimos ahogados. Él
prefirió, como algunos otros sabios, ahogar en alcohol esa progresiva
degeneración ideológica y de las costumbres. Su dramática vida, minada por la
botella y la superproducción literaria mal pagada y destinada a expositores de
noveletas de los aeropuertos, está bien documentada en algunas páginas
internáuticas dedicadas a su memoria. Es un autor a descubrir y reivindicar,
uno de aquellos proletarios de la tecla que tanto hicieron por la cultura
popular del siglo XX. Y Hard Case Crime es una editorial y una colección a
seguir y disfrutar.