Los días y el polvo, de Diego Ordaz.
Ricardo Vigueras-Fernández
Texto
leído el 17 de junio de 2011 en el Museo de Arqueología de El Chamizal, durante
la presentación del libro Los días y el
polvo, de Diego Ordaz.
*
Debemos agradecer a una prostituta el
estar todos hoy aquí.
La
novela corta, relato largo, que hoy presentamos ha nacido tanto de la
imaginación de su autor, Diego Ordaz (Hidalgo del Parral, Chihuahua, 1979),
como de toda una iconografía, que es la del western,
en el que su autor ha sabido inspirarse para hablar del hoy y del nosotros. De
Ciudad Juárez, Juaritos, Paso del Norte o Da Kwota del Norte, como la ha
llamado con sarcasmo la poeta Arminé Arjona. Creo que Diego Ordaz me ha
invitado a presentar esta novela porque sabe que mi género cinematográfico
favorito es el western, y que yo vivo
en Juárez porque siempre me han gustado las películas del Oeste. Esa es la
respuesta más honrada que puedo proporcionar, aunque los tiempos que hoy vive
Juárez, Da Kwota del Norte, sean más violentos y poco amables que los del
antiguo Oeste.
Esta
novela no hubiera sido posible sin el magisterio que durante décadas ejerció
Marcial Lafuente Estefanía (1903-1984) sobre la novela popular, de kiosco, que
desde España se producía para España y para el resto del mundo hispano. Diego
Ordaz evoca a Estefanía en la primera página de este libro brillante y
polvoriento. Volviendo al principio, he mencionado a una prostituta a la que
muchos debemos estar agradecidos. Al igual que les aconteció a Rómulo y Remo,
de quienes se cuenta que fue una prostituta, y no una loba, quien les amamantó
al encontrarles sobre un lecho del río Tíber, a Estefanía le gustaba contar la
siguiente historia: al ser tomado como prisionero por el ejército franquista
durante la Guerra Civil española, Estefanía fue conducido a un campo de
concentración cuyo general decidió comenzar a fusilar rojos cuanto antes. Pim
pam pum, uno menos; pim, pam, pum, otro al hoyo; bang, bang, crack, viva Franco
y viva España. Cuando le llegó el turno al pobre Estefanía, de profesión
ingeniero de caminos, canales y puertos, una bendita prostituta llegó, como
cada tarde a la misma hora, para cumplir con el general sus lúbricos
menesteres. “Anda, buen mozo” le dijo la lumis al general, “vamos echar un
polvete y deja a esos para mañana”. Y de
aquellos polvos, estos lodos; y de aquellos polvos, estos días y este polvo que
ahora Diego Ordaz comparte con nosotros. Al día siguiente, un nuevo general llegó
al cuartel para reemplazar al anterior, y así fue cómo Estefanía pudo
sobrevivir a la guerra, pero no a sus represalias. Incluido en las listas
negras del franquismo, ya no pudo jamás volver a dedicarse a su oficio, así que
comenzó a escribir novelas del Oeste para sobrevivir. A la primera de todas
ellas, La mascota de la pradera,
siguieron 3500 más, pero con Estefanía las cifras siempre son inciertas.
Y
sobrevivió muy bien, porque ganó mucha fama y dinero. Pero sobre todo, ejerció
un magisterio en la novela popular española como sólo otros dos narradores de
novelas de a duro pudieron ejercer: Corín Tellado para la novela romántica, y
José Mallorquí en una clase distinta de western,
el western latino. Durante aquellos
años Pascual Eguídanos (quien pasaría a la historia como George H. White)
inventó la ciencia-ficción española, en la que los españoles se lanzaban a
conquistar el espacio por medio de una dinastía de pioneros llamados Los Aznar.
Estefanía murió cuando llegó su gran
discípulo y némesis, a quien Diego Ordaz no menciona, lo cual le reprocho
porque fue mi favorito: otro escritor de novelas de kiosco llamado Francisco
González Ledesma, pero más conocido como Silver Kane. Hoy, laureado escritor de
novelas serias en Europa. Como les digo, me gusta Juárez porque me gusta el western, y tengo multitud de fotos de
niño vestido de vaquero. El western
es, más que nada, una iconografía, y esto lo sabía muy bien Estefanía, que era
un gran conocedor del teatro del Siglo de Oro y copiaba los argumentos para
convertirlos en novelas del Oeste. El desierto, las prostitutas, el héroe solitario,
el pistolero vengador que se pierde en el horizonte con los últimos rayos del
sol, son ingredientes innatos al género. Sin él, el género puede volverse cine
de romanos, novela histórica o ciencia-ficción, pero ya no sería western. Ciudad Juárez es territorio western porque siempre lo fue, porque para millones de personas
nombres como Paso del Norte, Río Bravo o El Paso están escritos con caracteres
de fuego en la memoria sentimental. De aquí viene el gran mérito de esta
formidable novela de Ordaz: como un mago versátil capaz de sacar tres conejos
de una sola chistera, Diego ha sabido entremezclar tres elementos aparentemente
irreconciliables pero unidos por un vínculo sentimental que se hunde en la
historia del Far-West: la prosa poética, la iconografía del western y la
memoria sentimental de un Juárez que no se fue, sino que sigue estando muy
presente en nuestros días y noches, en nuestros cantares y atardeceres. La
novela de Diego se lee con la vertiginosidad de una novela de Silver Kane, pero
debe paladearse con la dedicación que merece un licor perfectamente macerado y
destilado con amor. Me atrevo a decir que aquí es donde estaba y está el gran
reto de la literatura juarense del siglo XXI, en saber conjuntar poesía,
realidad brutal y territorio mítíco. Quizá esta novelita deliciosa que se
disfruta como un tequila frío al llegar la noche de un día caluroso y
mortificador sea la primera novela juarense del siglo XXI, el primer avance de
una revolución en ciernes sobre arquetipos que parecían gastados. Al contrario
de lo que piensa Diego Ordaz, yo estoy convencido (pero quizá yo nací
convencido y ustedes no deben hacerme caso) de que el western tiene hoy día toda la vigencia y actualidad posible. Sólo
hace falta que los poetas sepan beber de las turbias aguas de los periodicuchos
locales.
Diego Ordaz, Los días y el polvo. Puentelibre Editores. Ciudad Juárez, 2011.
[Colección Novela como nube].
2 comentarios:
Gracias por compartir Rick.
Me daría un honor y tremendo gusto degustar ese librito. ¡Felicidades Diego! Dicen que un libro es como un hijo.
Abrazo,
El Conde de Montecristo [en exilio]
Cuando yo iba a la escuela, ya en segunda enseñanza, lo que en España se llamaba el Bachillerato Elemental, recuerdo que uno de mis camaradas de aula aseguraba conocer a un tal Orlando García que firmaba sus novelas del Oeste como "Orlan Gar". Durante algún tiempo estuve en la duda de si aquello podía ser un invento de Carlos, que así se llamaba el muchacho, para impresionarnos. Pero años después, cayó en mis manos una novelita en cuya portada figuraba en letras claramente legibles, "ORLAN GAR" y eso me proporcionó una insospechada y serena alegría. ¡Ja, ja, ja!
También quisiera decirle, por si no lo sabía ya, que Enrique Sánchez Pascual, guionista y escritor de novelas de múltiples temas y padre del guionista de "Torpedo", Enrique Sánchez Abulí, firmaba muchas de sus obras, westerns incluidos, como "Alex Simmons".
¡Saludos afectuosos, Pobresor Gafapasta y felicitaciones por esos premios que va usted acumulando!
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