Me encanta Scorsese. Incluso cuando se aleja de sus temas mafiosos es un gran director que nunca decepciona. Creo que, en este aspecto, es como Hitchcock. Si te gusta su cine, unas películas te gustarán más y otras menos, pero difícil será que una te decepcione. Incluso filmes como El aviador (2004) tienen un excelente pulso de maestro en contar historias. Bendito el día en que este italoamericano decidió abandonar su vocación sacerdotal. El rey de la comedia (1982) fue rodada inmediatamente después de otro de esos filmes prodigiosos que recorren su carrera, Toro salvaje (1980), e inmediatamente antes de otra comedia magistral: After Hours (1985). Quizá para deshacerse de la mala vibra que le pudo dejar el rodaje de aquel film oscuro, violento y visceral, pergeñó dos comedias simplemente maravillosas.
El rey de la comedia nos cuenta cómo dos
chalados, el estrambótico y un poco afectado Rupert Pupkin y su delirante amiga
Masha deciden secuestrar a su gran ídolo, el cómico Jerry Langford (Jerry
Lewis). Pupkin le perdona la vida a cambio de una oportunidad para debutar en
el mundo del espectáculo. El rey de la comedia es un delicioso film, muy
centrado y muy clásico, alejado de los habituales delirios operísticos de ritmo
y música que tanto nos gustan a los scorsesianos (Casino, 1995). El film
contiene todavía parte de ese encanto de unos años 70 que se resistían a
marcharse del todo a través de un sentido crítico que propone el mundo del
espectáculo como excusa para atacar la sociedad biempensante americana.
Estéticamente, todavía no incurría en ese engolosinamiento de la imagen que
acabó por asentar el cine ochentero hasta hoy. La acidez que contiene la
reflexión sobre esa industria de quita y pon que es la del mundo del
espectáculo está desarrollada con un sentido hilarante gracias a la brillantez
de tres actores que funcionan de manera ejemplar: Rober de Niro, Lewis y Sandra
Bernhard. La contención de De Niro en esta película, muy alejada de los
habituales registros expresivos que le darían fama durante muchos años,
contribuyen a componer un personaje formidable, cretino y obtuso, del que nunca
sabremos si es más tonto que loco, o viceversa. Jerry Lewis, en el ocaso de su
carrera profesional como actor de cine, regresó con esta brillante película
para demostrar que él podía ser tan antipático en la pantalla como ya lo era en
la vida real. Hasta un desolado Pupkin, incombustible hasta la saciedad, se lo
echará en cara en una escena al recriminarle que en esa clase de personajes
abyectos era en lo que les convierte la fama. “Yo antes ya era así”, responde
Lewis. Al decir esa línea de texto Lewis escribió su lápida, la ubicó sobre su
tumba y se marchó a dormir hasta el siguiente teletón.
No hay comentarios:
Publicar un comentario