La trampa diabólica (1960) pasa por ser
el álbum más flojo de Edgar P. Jacobs para su magna serie Blake y Mortimer. Es
inmediatamente anterior a El caso del collar (1965), publicada cinco años
después. Dos años antes había salido uno de sus tours de force, SOS Meteoros
(1958), quizá el último gran álbum de la serie: una obra maestra que siempre quiero
revisitar en domingos de lluvia, como releer a Marcel Proust o las Epístolas a
Lucilio de Séneca. Jacobs no se tomaba el oficio con prisas. Cada álbum es una
obra maestra, guste más o menos. Su trazo elegante y minucioso, su seguridad
en la línea, su perfección formal, cautivan y no producen sensación de recargamiento
o frialdad. Vean.
La trampa diabólica es como un tebeo “de tesis”. ¿Qué quiero decir con esto? Pues que el planteamiento del problema es este, el de las primera viñetas del álbum, y durante toda la trama Jacobs intentará demostrar si esto es verdad o mentira.
Blake
sólo aparece al principio y al fin. Mortimer viaja en el tiempo: primero a la
prehistoria (es la parte más vistosa del álbum), luego al siglo XIV (parte más
documentada) y por fin al siglo L (o sea, cincuenta), donde sin gran alarde de
fantasía Jacobs presenta ese remoto futuro muy oriental, siguiendo los
preceptos del “peligro amarillo” que tanto prosperó en el siglo XX. La
explicación de Focas sobre cómo la civilización se fue a hacer puñetas está en dos
páginas que son puro Jacobs cuando le gana la logorrea. Vean la página que adjunto a continuación. Perverso para un lector actual, ¿verdad?
Jacobs
parece olvidarse durante el álbum de su tema de tesis hasta que al fin,
concluida la lectura, el profesor Mortimer nos hace saber que el pasado ya no
es lo que era, quizá porque nunca lo
fue. Es la misma conclusión de otra obra de tesis, la simpática
Medianoche en París, del amiguito Woody Allen.
El
tiempo. Es la energía con que está hecha la vida. Y la energía ni se crea ni se
destruye. El tiempo puede ser sólido, líquido y gaseoso (pasado, presente,
futuro). Jacobs nos invita a aprovechar la liquidez de la vida mientras
podamos, por aquello de que nunca nos bañaremos en el mismo río.