
Por si andaban con el pendiente, les confieso que me ha gustado la
versión de El Eternauta de Oesterheld y Solano López, la considero muy
afortunada. Ricardo Darín como Juan Salvo y César Troncoso como Favalli están
enormes. Por supuesto, adaptar un clásico del cómic de 1957 al formato
audiovisual de 2025 ha debido obligar a bastantes modificaciones. Muchos
extrañamos el mítico comienzo del tebeo, con el eternauta Juan Salvo
materializándose ante un asustado Oesterheld en su estudio. También hay cambios
en cuanto a personajes: crecen las mujeres (excelente Carla Peterson como
Elena); crece literalmente Martita: de niña pequeña a adolescente Clara (Mora Fisz); hay incorporación de representantes de minorías, lo cual no debería
molestar a nadie; hay cambios en cuanto a motivaciones, hilo argumental,
atmósferas, intenciones ideológicas, conformación de un público receptor, y un
larguísimo etcétera que, mutatis mutandis, convierten el concepto originario de
El Eternauta en casi-casi otra cosa. Por no mencionar que el simple hecho de
transformar un tebeo argentino de 1957 que se publicó en Hora Cero, revista humilde
de limitados recursos, en éxito televisivo de una multinacional todopoderosa es
un trippi lisérgico que alucina, vecina.
Pero ojo, entendamos que el prestigio de El Eternauta no dejó de crecer
en el mundo desde aquel remoto 1957, y que no todo se debe al vil asesinato (que
no “desaparición”, ya no jodamos) de Oesterheld y de sus cuatro hijas en la
abyecta dictadura argentina. Oesterheld fue, esto lo sabe cualquiera que haya
leído los grandes cómics que en el mundo han sido, un narrador y dialoguista
superdotado que se dedicó a escribir historietas como Shakespeare se dedicó a
escribir teatro o Raymond Chandler novelas policiales. Los comics de Oesterheld
(y no sólo El eternauta) están entre lo más grande jamás escrito para el medio:
Sargento Kirk, Ernie Pike (dibujados por
Hugo Pratt, el padre de Corto Maltés), Mort Cinder, Sherlock Time, El Loco
Sexton, Roland el Corsario, Randall the Killer, Kendall y otros son, todavía,
fuente infinita de placer lector, pero también de sabiduría, por el
conocimiento profundo que tenía Oesterheld de la naturaleza humana.
No exagero cuando
digo que El Eternauta, en aquella periferia del mundo occidental que era Buenos
Aires en el remoto 1957 quizá inventó lo que hoy llamamos con grandilocuencia
“novela gráfica” y que inunda las librerías y hasta los suplementos literarios
de los más culteranos periódicos. Pero ahí les va lo más importante, amiguitos
y amiguitas: El Eternauta se publicó en una época de totalitarismos y de guerra
fría; El Eternauta presagió algunas de las más feroces y sangrientas dictaduras
de América Latina; El Eternauta nació en el tiempo en que la especie humana
vivía bajo el miedo enorme de ser exterminada. El gran éxito mundial de la
serie de televisión El Eternauta, hoy, en nuestro aquí y ahora, demuestra que
los totalitarismos y los mismos miedos han regresado. Juan Salvo regresa, ahora
como símbolo global, para recordarnos que sólo el héroe colectivo nos ayudará a
luchar contra los Cascarudos, los Gurbos, los Manos, los Hombres-robot y los
Ellos.