Mi amigo José Antonio Ortega Anguiano me ha enviado un emotivo texto donde explica las razones sentimentales por las cuales Lo que el viento se llevó es su película . No he podido dejar de pedir permiso a José Antonio para reproducirlo aquí sin quitar ni poner una coma. Gracias, José Antonio.
MAMÁ Y LO QUE EL VIENTO SE LLEVÓ
José Antonio Ortega Anguiano
José Antonio Ortega Anguiano
Yo fui uno de aquellos mortales afortunados que tuvieron la suerte de verla en un cine de pantalla enorme...
La primera vez fue cuando tenía unos once o doce años y en una de las reposiciones. Fui con mi hermana y mi madre al Cine Magdalena, la sala de mi barrio. Como no tenía aún la edad reglamentaria, ambas debieron convencer al portero para que me dejase acceder a la sala. Era un día de invierno, laborable, la segunda y última sesión y era poco probable que apareciese un inspector de aquellos del franquismo que se habían atribuido la patria potestad de la limpieza de conciencia de un país entero. De la proyección sólo recuerdo la sensación de estar viendo algo que ni remotamente se parecía al cine al que estaba acostumbrado. Era “la película de ambas” y salí del cine haciéndola también mía...
Años después la vi otra vez en TODD-AO cuando al adaptar la imagen del formato ¾ a 70mm los primeros planos cortaban la frente y el mentón de los protagonistas y los colores aparecían desvaídos debido al aumento de la imagen, pero, el sonido estereofónico conseguido por medios técnicos a partir de un original en mono hacían de aquella obra algo tan grande que ni sus hacedores hubieran podido soñar jamás.
Luego, como no existía el vídeo, maté la espera de una ocasional reposición leyendo la novela y aún me gustó y la disfruté más.
Hasta fuimos mi madre y yo a verla por enésima vez cuando casi la quitaban debido al tiempo que llevaba en cartel en los primeros setenta. Íbamos tarde y para no perdernos la música de la obertura del reparto, saqué las entradas con tanta prisa que no me di cuenta que ya no la ponían hasta que no estábamos dentro y sentados en la butaca. En su lugar, vimos el spaghetti western más deplorable que haya podido salir de las tierras de Almería. Pero, ésta no fue la última vez que (no) la vi en el cine.
Hubo alguna reposición más. Rosa, mi mujer, no la conocía. En nuestro viaje de novios, en Londres, nos topábamos en cada esquina y en los muros del metro con su arrebatador cartel, pero, no la vimos en versión original porque se estaba proyectando en nuestra ciudad y hubiese sido una “traición” hacia mi madre irnos al cine sin ella. Pocos días después de nuestro regreso, fuimos los tres a verla.
Después, el vídeo mató la estrella del cine y sólo pudimos disfrutarla en TV. En las ocasiones en que se proyectó tras ésta, siempre, como un ritual, nos acompañó mi madre.
Pocos años antes de morir, compré una copia en vídeo de dos cintas en la que venía un impagable "cómo se hizo" y aún recuerdo cómo disfrutó la abuela viendo ambas cintas y cómo volvió a hacerme aquellos vehementes comentarios de alguien que amaba el cine...
Después de morir el 5 de febrero de 2002, no conseguí ver la película completa ni en los pases por TV ni en la copia que compré en DVD porque mamá no estaba ya para lanzarme su mirada cómplice cuando Belle Watling hablaba con Melanie en el coche y se quitaba o ponía la toca convirtiéndola en un símbolo de la impureza o el pudor de una mujer pública; cuando Escarlata movía sus increíbles ojos a derecha e izquierda mientras el borracho y atormentado Rhett trataba de sacarle a Ashley Wilkes de la cabeza; cuando ocultaba la pistola antes de matar al yanqui desertor que había tenido la osadía de tomar el costurero de su madre; cuando sucia y desgreñada acababa de hacer su juramento; o cuando canturreaba recreándose en la noche pasada con Rhett tras subirla en brazos escaleras arriba en aquella escena increíblemente llena de sensualidad.
Durante varios años tuve un inmenso deseo de volver a verla, pero, me dolía enfrentarme a sus imágenes como quien se reencuentra con una antigua amante a la que aún quiere, por lo que la quitaba del reproductor de DVD al poco de iniciada.
No hace mucho la he visto en una pantalla de televisión de más de un metro, sin dolor, pero con la admiración de siempre. Mi madre ya no estaba, pero, de alguna manera, volví a sentir cómo la pasión que sentía ella por el filme se mezclaba con la mía.
Entonces, supe con certeza que “Lo que el viento se llevó” fue, es y será siempre "nuestra película".