Quizá fue Manuel Gago el gran proletario de la producción de tebeos españoles en los tiempos de Franco. Artista enormemente productivo por dolorosa necesidad económica, Gago es mayormente conocido y recordado por su
opus magnum El guerrero del antifaz, una obra que deberíamos redescubrir en serio en tiempos como éstos en que se olvida a genios locales como Manuel Gago mientras se exalta a discutibles “maestros” americanos de la Edad de Oro del comic-book.
Trifulcas y florido lenguaje tabernario
El Capitán España es una de las obras menos conocidas de Gago, pues no obtuvo nunca el reconocimiento de sus grandes fenómenos de masas como El guerrero del antifaz, Purk el hombre de piedra o El pequeño luchador. Quizá porque éstas, producidas en condiciones leoninas para Editora Valenciana, la empresa que le chupó la sangre durante décadas, fueron reeditadas también en los años 70. En cambio, la producción de Gago para Maga es difícil de encontrar y por tanto difícilmente evaluable. Serie de Gago de 1954 con guiones del mismo y de su hermano Pablo, El Capitán España es una serie de aventuras marítimas en los mares de China protagonizada por Jorge España, capitán del barco el Huracán. Su grumete Nina, francesita de
Indochina y enamorada sin remedio de su cetrino Capitán, lo definirá con singular gracia en 7/10, 7 como “mozo alto, fuerte, un poco bruto y otro poco desaliñado”.
Dipsomanía y relaciones laborales Le rodean, como no podía ser menos en todo héroe que se precie, una corte de fieles secundarios: su piloto Micaelo, borrachín perdido desde que su novia lo dejó plantado en el altar, hasta el carismático Rufo Tiburón, con quien el capitán España comparte una estruendosa rivalidad no exenta de amor platónico entre machos que les obliga literalmente a propinarse una paliza cada vez que se encuentran por esos mares y tabernas de Dios. Pero no seamos malpensados: en aquellos tiempos pre-almodovarianos con la derecha castiza y genocida en el poder, El capitán España no merece ser sospechoso de nada salvo de ser un poco cenutrio: si desdeña a Nina no es por falta de hombría, sino más bien porque su corazón pertenece a la dulce María, cuya mano le ha sido rechazada por el padre de la chiquilla, quien manifiesta ferviente encono contra Jorge España.
España y Rufo Tiburón: tal para cual La serie, que duró 32 cuadernos, tiene varios arcos argumentales. Entre los cuadernos 1-9, Jorge España lucha contra el malvado Estrella Amarilla, especie de Fumanchú con aires de Ming marinero que mantiene bajo secuestro al padre de España en la Isla de las Cobras. El malvado chino obliga a España, bajo la amenaza de acabar con su progenitor, con volar parte de la escuadra inglesa anclada en Hong Kong. El rajá, que ha oído hablar de la audacia del Capitán España, le pide acabar con los piratas, pues todos los gobiernos han fracasado por culpa de que “las convenciones diplomáticas han sido unas barreras constantes para la celeridad de la investigación” (7/6, 8). La idea de que el brazo de un héroe solitario puede llegar más lejos que el brazo de la ley inspiró numerosos hijos de papel antes de Harry el Sucio y otros epígonos.
Peligro amarillo y amor de padre En la segunda aventura (cuadernos 10-16), transporta unas cajas de maquinaria para minas hasta Malaita, lugar donde vive su ex novia María, con quien se reencuentra y a cuyo matrimonio se opone el padre de ésta, pero un tipo llamado Hammon Parker está dispuesto a impedirlo y a acabar con la vida del Capitán.
Consideración con esas escandalosas En la siguiente aventura (cuadernos 17-21) el capitán llevará desinfectantes y medicamentos a los enfermos de peste de una isla inaccesible por culpa de furiosas tormentas. Pero el médico de la isla, el doctor Percy, lleva 5 años esperando para vengarse de España por la muerte de su hermano Peter. Al llegar a la isla es interceptado por El gran Amo, quien le roba los medicamentos para obligar a los lugareños a cambiarlos por perlas sumergidas a gran profundidad. La peripecia consiste en que el Gran Amo no es otro que Peter McNulty, el hermano del doctor Percy.
El pasado tortura al Capitán España En la última aventura (22-32), el Capitán salva a una chica de sufrir un asesinato, pero resulta ser la hija de Estrella Amarilla, pirata contra quien combatió en los primeros cuadernos. Su venganza ahora no se hará esperar pues Flor Amarilla se jacta de ser más cruel que su padre. Flor Amarilla se convierte en su némesis, España es drogado, pierde un barco y es llevado a juicio y condenado a quince años. Después huye. Es acogido por Yosi Nim, la chica a quien salvó de ser asesinada y que en realidad no es otra que Flor Amarilla. El mismo Rufo Tiburón se pone de su parte para ayudarle a escapar. Es la mejor historia de la serie, quizá porque la desgracia se ensaña con el héroe hasta que éste resurge y se restablece el orden establecido.
Manuel Gago: el rey del trazo suelto Los estereotipos raciales, tan normales en el cómic mundial de aquellos años, funcionan a tutiplén, sobre todo en insultos: “Sardinas amarillas” o “Monos untados de azafrán” (23/2, 1-3)
son sólo dos entre muchos que suelen usarse habitualmente. Abunda en el tópico del peligro amarillo tanto como en el tópico de las mujeres cotillas y charlatanas (las chicas de aquellos años no leían a Gago, y en el fondo estaban locas por irse con el Capitán Trueno). Lo mejor del Capitán España está en el ruido y la furia de sus viñetas, tramas y diálogos, llenas del florido lenguaje de bergantes marineros (“¡No quiero oír tu voz de sapo de cieno!”, en 8/4, 9), así como de peleas y borracheras en tabernas pestilentes llenas de marineros que parecen gigantes infantiles a lo largo de muchas viñetas con profusión de diálogos y textos explicativos. Por lo demás, los cuadernos no daban pie a sorpresas gráficas a lo largo de la serie, donde predominaba un eterno esquema: diez páginas de historieta por cuaderno y siempre el mismo diseño de página: tres hileras de viñetas por página con tres viñetas por hilera (menos la primera página de cada cuaderno, dos viñetas en la primera hilera para incluir título cuaderno).
Manuel Gago: ejecución vertiginosa de página Como siempre en esta época de Manuel Gago, el dibujo es abigarrado hasta el extremo de parecer confuso por todo cuanto quiere meter en la viñeta y no cabe. Resulta muy interesante ver cómo hoy día su estilo de trazo suelto y rápido, muchas veces precipitado y otras muchas apenas esbozado y pasado a tinta, puede resultar tan atractivo. La “garra” de Gago siempre fue
su mayor reclamo entre la chiquillería española de aquellos tiempos, y con total injusticia vimos cómo con la llegada de la democracia los tebeos de Manuel Gago fueron injustamente tachados de fascistas y de subcultura artística. Creo que estas radicales apreciaciones de su arte en un tiempo que, sin lugar a dudas, ya no era el suyo, amargaron sus últimos años de trabajador explotado para Editora Valenciana dando cauce a Las nuevas aventuras del Guerrero del Antifaz, que debieron quedar inconclusas por su pronta muerte a los 55 años. Ni éstos son los tiempos de la España de Franco, ni tampoco son los de aquel Nuevo Cómic que no respetaba a los ancestros. Es por esto que la obra de Gago merece, cuanto menos, una reconsideración a la luz de los nuevos tiempos de la post-posmodernidad en que las mismas oportunidades merecen de atención o reivindicación las películas de luchadores mexicanos, los cómics de Fletcher Hanks o los tebeos de don Manuel Gago.
España y Nina: las barreras mentales del Capitán Extraño exiliado era España tan lejos de España en la España de Franco. Perdido por ahí, en los mares de China, no hay asomo en él de hombre de izquierdas, sólo a veces de domesticado anarquista individualista, un hombre de bondad bovina y mentalidad ciertamente obtusa. España cree en Dios y en la palabra de honor, odia profundamente a los cobardes y su amor por María es tan de plástico como su relación paternal con Nina. En realidad, sospechamos, a quien amaba España era a Rufo Tiburón.