Pues que se murió el gran Nené Estivill. El padre de La terrible Fifí (niña malvada que donde las haya) y sobre todo de mi querido Agamenón (no el griego, con quien nunca simpaticé, sino este robusto paleto entrañable del que les pongo imagen). Y miren que no me gustaba nada Agamenón cuando lo leía de niño en la contraportada (creo) de Jabato Color. Como después no me gustó Ivá. Eran demasiado complejos para mi mente infantil. Me gustaron de adulto. O quizá lo que no me gustaban eran las comillas con que Editorial Bruguera marcaba todas las burradas de lengua de estos personajes, que eran millones. Se hacía fea la lectura. Agamenón era el típico paleto español, del que todos los españoles tenemos algo, porque todos somos un poquito paletos. Nos gusta ese rollo, y es que si no, no se podría comprender el fenómeno de ese Torrente de Santiago Segura. A mí me encanta Torrente. ¿Por qué? Porque soy paleto, ¿no les digo? Bueno, pues se nos ha muerto otro grande. Un maestro que a través de aquellos paletos entrañables de Agamenón nos retrataba a todos. Bueno, no a todos-todos, pero sí a una mayoría. Y es que semos igualicos igualicos que los defuntos de nuestros agüelicos.
Suscribirse a:
Enviar comentarios (Atom)
No hay comentarios:
Publicar un comentario