Hace unos días leí por vez primera El gran Gatsby, de Francis Scott Fitzgerald. La verdad, me dejó frío, y eso que la leí en este pleno ferragosto juarinense. Todavía me chorrea por la espalda la líquida plata de los últimos carámbanos. Es posible que la culpa sea mía, y me explico: Siempre he tenido un gran prejuicio con respecto a Hemingway, Steinbeck, Fitzgerald y toda esa bola. El prejuicio proviene de mi lectura adolescente de las memorias de Buñuel, Mi último suspiro, donde don Luis manifiesta su infinito desprecio por estos autores (añade a Dos Passos). No tengo el libro a mano, así que cito de memoria: "Todos esos autores no serían nadie si detrás no tuvieran los cañones americanos para defenderlos". La verdad es que mis lecturas de Hemingway y Steinbeck también me han decepcionado mucho a lo largo de mi vida. Siento simpatía por estos individuos, sobre todo por Hemingway, y de Fitzgerald me enamora su turbulenta y hermosa relación con Zelda, esa vida en común tan bella y llena de tabaco, alcohol y tormento. Creo que Hemingway y Fitzgerald son autores que, por lo general, tuvieron una vida que está por encima de su obra. Soy consciente, también, del entusiasmo que causan entre sus devotos, y que yo no comparto. En fin, seguro que el equivocado soy yo, al fin y al cabo... ¿Quién puede presumir de tener razón delante de los cañones americanos?
La viñeta que preside estas líneas está signada por K. Beaton (¿juego de palabras sobre B(uster) Keaton?), y está dedicada a la relación entre Scott y Zelda. Grandes personajes. Gracias, Llorch, por el enlace.