Una deliciosa película para el sabatino la nuit. Cary Grant, en esta ocasión, demasiado templado para mi gusto. Mi "prima" Audrey Hepburn (el parentesco es porque mi hermana tiene empapelada su casa con fotos de la bella señorita, así que ya es casi de la familia) está perfecta, como casi siempre. Saca a relucir su ironía belga, y en la escena de la traducción simultánea hubiera preferido verla hablar en el idioma de Hergé. Todavía hoy resulta increíble y sofisticada su mezcla de erotismo y distanciamiento, cómo supo hacer de la vulgaridad y de sus pasiones infraumbilicales un licor destilado con esa exquisitez tan suya. Stanley Donen efectuó con este film una de las comedias más raras y tramposas de la historia, donde todo es quietamente absurdo, pero con un suspense continuo bien maquinado. Se cita a sí mismo al mencionar Un americano en París por la boquita mazapán de la Hepburn. Alguien dijo que es la comedia de suspense que hubiera rodado Hitchcock, pero no estoy de acuerdo. El gordito inglés era demasiado solemne para rodar ciertas escenas de Charada, pero si lo hubiera hecho, hubieran resultado mucho más malévolas en lo infraumbilical y técnicamente más fieras (perdona, Donen, pero también más perfectas). Como quiera que sea, Charada es como cenar una tabla de deliciosos patés acompañados de una impagable botella de vino. Ver y beber para soñar.
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