Hace tiempo descargué por Internet la serie Los
mercenarios, de Carrillo. Antonio Pérez García (Málaga, 1931) eligió como
nombre artístico el segundo apellido de su padre, y a partir de entonces firmó
como Carrillo. Tiene especial querencia por los Mares del Sur, donde ha
ambientado series como Los mercenarios, El Javanés, Rex de los Mares del Sur o
Gora-Gopal. No leí aquella edición descargada, así que con alegría recibí la
noticia de que EDT (antes Glénat España) publicaba un integral con todas las
aventuras protagonizadas por el imbatible Tom Rowe y la turgente Guillermina
van Deer. Se trata de un volumen muy bien editado, de 264 páginas y tapas en
cartoné, cuya relación precio-calidad es razonable: quince euros. Lo he
devorado con fruición, disfrutando a cada momento con las andanzas de esta
simpática pareja (al final, emparejada) por esos Mares del Sur más soñados que
vividos por todos nosotros, incluyendo al autor.
Completan el volumen un texto
autobiográfico de Carrillo y una introducción de Enrique Sánchez Abulí donde
reflexiona sobre cómo cada dibujante de historietas lleva dentro su propio
ideal de mujer, aquella mujer que dibuja una y otra vez para repetirse hasta el
infinito. La mujer, el sueño de la mujer: como aquel rayo de luna becqueriano,
es una fantasía evanescente, parece decirnos Abulí. Yo conocí la obra de Carrillo
en mis años de adolescencia, cuando en 1981 Producciones Editoriales reeditó El
Javanés, serie que ya había presentado al mercado Toray en 1971. Me
impresionaron no tanto sus aventuras como sus chicas, sensualmente rollizas,
incómodas en tiempos anoréxicos. En Los mercenarios no están tan pasaditas de
kilates (hay que reconocer que en El Javanés estaban un poquito jamonas), pero
el gran atractivo de estas aventuras sigue siendo, no sólo los formidables
paisajes y escenarios diseñados por Carrillo, sino sus chicas. Con Guillermina
van Deer a la cabeza, la reciente edición de EDT nos invita a congratularnos
con un narrador visual formidable, con un romántico empedernido que visualizó
con singular encanto un mundo de aventuras caballerescas donde los marineros
rudos y desencantados mataban dragones marinos para damas de ensueño.
1 comentario:
Ah, el gran Carrillo... Recuerdo perfectamente las frecuentes masturbaciones a las que me empujaban sus "ajamonadas" bellezas a la edad de nueve o diez años; e incluso más tarde, a qué negarlo. Estupendo dominio del pincel, con blancos y negros magistrales. Con respecto a Carrillo, tengo una divertida anécdota de ésas con las que usted, Doctor, disfruta de lo lindo; es el caso que hará unos treinta años, me personé en casa del artista, en un pueblito costero cercano a Barcelona, con una amiga de la época. Era verano y hacía muchísimo calor, con lo que Carrillo, que no esperaba visitas, nos recibió con unos sucintos calzoncillos de los llamados aquí "slips", o sea no de tipo boxer. Como fuera que los slips estaban bastante dados de sí, holgados, vaya y añadiendo a esto el considerable aparato reproductor del Sr. Carrillo, pues la situación era un poco violenta para nosostros y para la señora de Carrillo que tuvo que llamarle la atención al respecto. El único que parecía encantado de la vida, era el estupendo artista, que nos hablaba sin ningún complejo. Más tarde, cuando abandonamos la casa y ya en el coche, mi amiga me obligó prácticamente a un coito salvaje, ya que la visión anterior la había calentado como el pico de una plancha, de lo que yo saqué gran provecho. Mucho tiempo después, aún nos reíamos recordando esta historia...
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