Mi presentación de Carta del apóstol San Blas a los parralenses, por Blas García Flores. 13 de noviembre de 2010.
*
Ahí
te Blas
Después
de la lectura de Carta del apóstol San Blas a los parralenses recordé con toda
nitidez aquella ocasión en que devolví a Blas García Flores un trabajo que me
había entregado para la materia que yo impartía en la Maestría en Cultura e
Investigación Literaria, que él cursaba por aquellas fechas. Se lo devolví todo
rayoneado de rojo por mi parte, y en la portada, también en rojo agresivo, le
puse en letras muy grandes: “Déjate de gracietas y guárdalas para la
literatura”. Blas García Flores es un hombre muy serio para las bromas, ya que
forman parte integral de su carácter. Evoco esto aquí y ahora porque,
afortunadamente, Blas me hizo caso y guardó el sentido del humor para su
literatura. Desde entonces, afortunadamente, han corrido muchas botellas de vino
entre él y yo, y espero que sigan corriendo en el futuro. Espero que Blas me
haya invitado a presentar hoy su libro, no por haber sido su profesor durante
un corto periodo de tiempo, sino por el verdadero valor que me conceden esas
botellas de vino que hemos compartido y que espero sigamos compartiendo en el
futuro: el valor de la amistad.
Quiero
declarar que me he divertido muchísimo leyendo esta Carta del apóstol San Blas
a los parraleneses, título que en sí mismo encierra ya una broma deliberada y contundente.
Creo que la mayor virtud de muchas que contiene este libro de cuentos es un
sentido del humor absolutamente connatural a su autor, pero ese sentido del
humor consiste también en una extraña singularidad dentro de la literatura. Por
lo general no suele haber escritores divertidos. Los escritores los hay
solemnes, intrascendentes, entretenidos, pedantes, confusos y un largo
etcétera, pero pocos realmente son capaces de hacerte reír. Y sobre todo, de
hacerte temblar después de haber reído, que es la virtud que caracteriza el
sentido del humor de Blas, un sentido del humor desprovisto de todas las
características de la literatura de humor.
Pero
si pienso que ésta es la mayor virtud de esta obra, no es la única. Imagino
que, como todo libro de cuentos, este libro es una miscelánea que arranca desde
los tiempos en que Blas formaba parte del taller literario del INBA-ICHICULT.
Se trata de un libro compuesto por textos diversos, desde el microcuento como
La Tía (formidable texto de humor negro donde parecen resonar ecos de Ambrose
Bierce) al relato de estructura y extensión más tradicional, donde a mi parecer
destaca el formidable cuento Puente 1989, donde Blas nos hace temblar después
de hacernos reír al contarnos una historia que se desarrolla mediante el
procedimiento literario de las cajas chinas, donde una sorpresa conduce a otra
sorpresa hasta la sorpresa definitiva, en el final de un cuento emotivo y
divertido, pero también dotado de una sorprendente tristeza mágica.
Blas
García Flores es un narrador cálido y versátil, su prosa es sencilla y está
llena de las voces de la calle, que refleja con fino oído y un gran sentido de
la propiedad estilística. Su escritura no es por ello bronca o vulgar, no está
llena de juarismos estridentes o chirriantes, sino que la preside un habla
popular recreada con elegancia y buen tono, tan próxima a la calle como a la
depuración estilística que resulta necesaria para dejar de ser simplemente
habla y volverse buena literatura, testimonio de una ciudad y de un tiempo que
es nuestra ciudad y nuestro tiempo.
El
título de este libro resulta ser en sí mismo un microcuento que no tiene
correspondencia alguna con otro relato de los recopilados en el libro, por
cuyas páginas pululan una multitud de blases que tampoco parecen tener cierta
correspondencia con el verdadero Blas autor, ni mucho menos con ningún apóstol
San Blas. La blasitud de los cuentos de este libro es una blasitud impostada
como la de un Pedro Juan Gutiérrez, que se inventa a sí mismo mientras inventa
la vida cotidiana de la Habana en que él vive, una Habana que deja de ser real
en cuanto se convierte en cierta clase de literatura.
La
gran protagonista de este libro es precisamente su decorado: Ciudad Juárez,
aquella Ciudad Juárez que todos conocimos y que hoy ya no existe al haber sido
arrasada por toda clase de federales, soldados y sicarios que han destruido una
ciudad que no pudieron amar ni comprender, una ciudad que nunca les perteneció
y que hoy sólo les pertenece en una insoportable relación de necrofilia con una
novia cadáver. Pero Blas García Flores nos habla de una Juárez próspera y
feliz, internacional y provinciana al mismo tiempo, una ciudad llena de
rincones familiares y personajes pintorescos y reconocibles. Blas García Flores
no es narrador del marasmo contemporáneo, sino de aquella urbe donde el
moderado caos era parte reconocible de su idiosincrasia, mucho antes de que el
rencor de la extrema derecha, la codicia de los narcotraficantes y la necesidad de mucho dinero negro en Estados
Unidos la empujasen al apocalipsis cotidiano en que hoy habita y languidece.
Cuentos como Ciudad Chicle 1982, Parque Borunda o Tríptico hacen de la ciudad
un gran escenario donde se explaya con gusto el alma humana con sus apetencias
y sus miserias. En otros cuentos, como en Vino de honor, Blas reescribe la
realidad y la potencia enriqueciéndola con la fantasía y de nuevo ese sentido
del humor que tergiversa la realidad para labrarla y darle un nuevo sentido por
medio de la verdad de las mentiras.
Este
libro es una blas-femia, dicho en sentido cotorrón y etimológico para quien
sepa entenderlo. Le debo a su lectura un buen puñado de deliciosos ratos e
invito a los demás a gozar de la misma visión lúdica, mágica y nostálgica que
Blas García Flores arroja sobre Ciudad Juárez y sus habitantes. Espero con
ganas, amigo Blas, nuevas blasfemias de tu parte.
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