sábado, julio 31, 2004

SED DE CHAMPÁN

Su actitud es decidida y gallarda, el porte es elegante, fino el andar; correcta la manera de acercarse. Con un arte garboso y su debido respeto a las reglas clásicas, le abre las piernas en abanico y carga la suerte. Ella, desbaratada sobre la colcha le recibe. Él, atento y en su línea de siempre, pasa antes por el felpudo y ella, con la voz mojada, le pide más. “¿Cómo te llamas, sirena?” Y ella pronuncia su nombre en un susurro de agua: “Dolores Laredo”. La cabellera de algas, el regazo de espuma, los mechones salados, al sur de la cintura. Y la boca del Charolito, que no sabe estarse quieta. Sombra envuelta en sombra. Presente, pecado y futuro. Quejidos indecentes que rompen en llanto venéreo, en lamento de animal saciado, incendiándolo todo con llamas de lujuria (...). Podía escuchar sus jadeantes sollozos acariciándole las orejas, el arrebato volcánico que nace de su vientre y que le hace volver al exceso de castigo que ella agradece con espasmódicas citas a Dios. “No metamos a Dios en esto, sirena —va y le suelta el Charolito, resabiado, varilarguero y confidencial, al oído—. No metamos a Dios en esto, que uno es muy tradicional y no le gustan los tríos.” Y ella, con un violento recorte, levanta sus cuartos traseros y, segura de su presa, se deja rematar la faena. Emite suspiros que quiebran el tallo de la mañana y que le manchan la taleguilla. Con un tiritón de piernas descuaja, no pudiéndose contener por más tiempo, su ya licuada templanza. Y suena el clarín.

Un cigarrillo compartido, una leve y dulce fiebre. “Tus labios me saben a almíbar, sirena.” Y así, rueda que te rueda, atornillados, correosos y flexibles, les cae la tarde encima, entre quiebros de cintura, retorcimientos y trompetería; entre besos, rosquillas de humo y lenguas de fuego, les cae la tarde encima. Y es con la tarde encima, a la hora de la siesta, cuando ella desaparece. Y se esfuma.

Montero Glez, Sed de champán, pp. 39-40.

Llevaba más de un año esperando en edición de bolsillo la novela Sed de champán, de Montero Glez. Podía haberla comprado antes en edición popoff, pero soy fiel a mi costumbre de adquirir primero en bolsillo las obras de autores que no conozco. Esto lo hago por dos razones: en primer lugar, porque las primeras ediciones ocupan más espacio en la maleta, y luego en la librería; en segundo, porque me salen más baratas (sí, no soy más que un pobre maestro de latín, nada nado en la abundancia). Cuando apareció Sed de champán numerosos capitostes de la literatura española formaron traca y alharaca para celebrar la llegada de un joven autor que se desvelaba como un maestro del idioma, un individuo que escribe historias de parias y olvidados de Dios con lenguaje barroco y valleinclanesco, lo cual quiere decir que no se trata de alguien exento de cierto sentido del humor (bastante cáustico, todo sea dicho).

Montero Glez (Madrid, 1965) vive en un garaje en Tarifa y se defiende de su fama de autor maldito afirmando que él es un bendito, que las malditas son sus novelas. Montero Glez escribe a mano, y a mano lía sus propios cigarrillos (igual fumamos la misma marca) y su literatura viaja en un tren que se detiene en las estaciones Quevedo-Valle-Cela-Umbral. A Montero Glez le han llamado navajero de la literatura, porque Glez escribe a mandoblazos afilados, parte bocas y descerraja cráneos, pero en un tono literario de altos vuelos que le convierte en uno de los grandes imagineros de la narrativa española actual. Cuando la lengua de la literatura es fiesta, y la fiesta es muerte, la muerte se va de fiesta en esta novela de Montero Glez.

Arturo Pérez-Reverte ha llorado lágrimas de cocodrilo al bramar a los cuatro vientos que ojalá él mismo, con sus elevadas cifras de ventas, pudiese pergeñar algunas de las imágenes que ha leído en Sed de champán, y a continuación, este otro navajero de la literatura ha retado muy en su estilo: “Y ahora vayan y léanselo, si tienen huevos”. ¡Pues andando, cojones! ¡Maricón el último!

Sed de champán nos narra los últimos días de El Charolito, robacoches y camandulero que acaba sus días en una reyerta entre gitanos y mafiosos argentinos. Glez es un autor que se documenta para sus obras, y llevado de su admiración por Galdós (quien para recrear Misericordia se disfrazó de mendigo y pidió limosna durante dos días en la puerta de una iglesia), Glez pasó una buena temporada rodeado de yonquis en un exhaustivo trabajo de documentación ambiental y espiritual. Dividida en tres grandes bloques, la novela nos enhebra tres historias paralelas que desembocan en una matanza final que no hubiese desagradado a Peckinpah ni a Tarantino, pero en cañí y en post-esperpento. La narración, que salta del presente al pasado con la misma desenvoltura con que un ladrón de tumbas salta la tapia de un cementerio, nos sumerge en una confusión narrativa llena de colorido, donde la fuerza de las imágenes dentro de cada cuadro desborda, por sí sola, un conjunto que se contagia del mismo frenesí, a veces muy confuso, en que viven sumergidos los protagonistas del relato. La novela es una fiesta del idioma, donde encontramos perlas del siguiente jaez cada dos por tres, perlas que mucho le deben a dos Ramones egregios, Valle-Inclán y Gómez de la Serna: “Todo empezó una noche de luna fecunda, reluciente, como recién comprada” (p.36), o “El cuchillo de la luz traspasaba ya las funerarias cortinas de mi alcoba” (p. 79). A pesar de la atmósfera extremadamente realista de la trama (que podría ser la de cualquier novela negra industrial), Montero dota a sus criaturas de esa extraña compostura lingüística que en cualquier novela realista se caería por sí misma, pero que entre el andamiaje festivo de Sed de champán quedan tan propias como en el mejor Valle-Inclán: “Fue como si la noche se hubiera quedado afónica, dijo el camarero en el sumario” (p. 140).

Sed de champán rezuma imaginería barroca por los cuatro costados. Los recursos de Montero dinamitan la realidad y la convierten en otra cosa, no en vano la misma voz narradora de la obra afirma en la página 158: “Ya sabemos que lo real no es más que una de las múltiples formas en las que se nos presenta lo ficticio”. La novela, arte caníbal de la literatura, alcanza también en algunos momentos altos grados de lírico simbolismo, como cuando se nos describe el encuentro sexual entre el Charolito y Dolores Laredo, donde el autor recurre al vocabulario taurino para deshumanizar a sus personajes y otorgarles una aureola extrema de animalidad mítica. Se trata del párrafo que encabeza este comentario.

Autor también de las novelas El sur de tu cintura y Cuando la noche obliga, Montero Glez, el hombre que se lía cigarrillos con los dedos, escribe a mano y no tiene pelos en la lengua ni piedritas en la pluma, es un autor que merece ser tenido en cuenta.

jueves, julio 29, 2004


Interior del mercado Cuauhtémoc, hoy. Posted by Hello

ADIÓS, CUAUHTÉMOC

Parece que una ley no escrita estipula que todo en Ciudad Juárez debe terminar a sangre y fuego. El lunes ardió el mercado Cuauhtémoc por los cuatro costados, y de aquel entrañable y mexicanísimo lugar ya sólo quedan ruinas tambaleantes y malolientes. No he querido acercarme a verlo, pues me reconcomería la rabia. Era uno de los pocos lugares que amaba de esta ciudad. Ya no podré volver a zamparme un caldo de camarón en uno de sus restaurantitos, y mira que ya me lo pedía el estómago.

Vamos poniendo los puntos sobre las íes. No es que el mercado Cuauhtémoc fuera una maravilla arquitectónica, o que sus restaurantitos populachones sirviesen viandas gastronómicas de indescifrable código culinario. No, era un edificio feo, sexagenario, lleno de parches por todas partes en el más puro Juarez style. No, sus caldos de pescado o camarón no eran platos de diseño ni curas milagrosas contra la tristeza ni el mal de ojo. Curaban, sí, el hambre con la ayuda de una chela bien helada.

Lo que a mí me encantaba del mercado Cuauhtémoc era que se tratase de un mercado del pueblo y para el pueblo. Era populachero, único, irrepetible. En el mercado Cuauhtémoc nunca te encontrabas un turista desbrujulado, pero estaba siempre lleno a rebosar de las familias juarenses más humildes, ésas que llegaban con todos los lepes, la esposa y hasta la suegra para hacer la compra de la semana y luego comerse un plato de comida económico y gustoso. Y con mucho picante, mano, como manda el pueblo.

El mercado Cuauhtémoc me encantaba porque olía a autenticidad por todas partes, a verduras, a fritangotas, a guisotes, a especias, a mercancías de toda clase, a botas de cuero, a papel de piñatas, y en algunos rincones hasta a sobaco. Sí, señores, a sobaco made in Mexico relamido por lengüetazos de sol y crasa humanidad de rutera. Era un lugar mexicano como sólo en México podía encontrarse. Un lugar del pueblo para el pueblo, insisto. Nada de chorraditas tipo Pueblito Mexicano, Ajúa y la chequera que los parió. El Cuauhtémoc era un lugar que no encontrarás en Madrid, ni en Lisboa, ni en Nueva York; un lugar no globalizable, no exportable, no reproducible fuera del entorno sociocultural en que había nacido y estaba ubicado. Y en el que ardió como una vieja casa de muñecas.

Ahora ya sólo me quedan los recuerdos de aquellas ricas y abundantes comidas en el Cuauhtémoc en compañía del malogrado Octavio Trías y demás raza de Alborde Teatro. Bien regadas a cubetazos de coronas heladas y contemplando, por el rabillo del ojo, los ires y venires de aquella mesera cuyas nalgas, lo juro, eran tan prominentes que desafiaban las leyes de la gravedad y nos llenaban de estupefacción.

En fin, un lugar más que se nos va. Un lugar más que sólo volveremos a habitar en nuestros sueños.

martes, julio 27, 2004

FIN DE PARTIDA

Esta obra de teatro encierra algo horrible que proyecta una angustia claustrofóbica. Toda la pieza, una de las más importantes de Samuel Beckett, transcurre dentro del símbolo: después del ocaso de la Humanidad, los pocos supervivientes mueren paulatinamente, encerrados en moradas donde se descomponen las costumbres y valores de lo que una vez fue vida social en un mundo habitable. En una pequeña habitación, el ciego y paralítico Hamm convive con su criado Clov intentando reproducir hasta la saciedad las rutinas que sólo en un mundo vivo podrían tener algún sentido: mirar el cielo, oler la tierra, escuchar el mar o tomar un calmante a la hora convenida ya no tienen razón de ser, y a estas rutinas recurren sólo para olvidar, durante la cascada de instantes mortecinos en que se ha convertido la vida, que el cielo ya no puede verse, que la tierra ha dejado de oler, que el  mar se ha secado, que no tiene sentido aguardar durante el largo día la hora de abrir un frasco de calmantes que se ha quedado vacío. El hombre es un ser de costumbres, parece decirnos Beckett durante la obra, y las costumbres deben permanecer aun cuando, como el recuerdo de las últimas flores, han perdido su sentido y su olor. Mientras Nag y Nell, los padres de Hamm, aguardan la muerte habitando dentro de botes de basura, los cuatro protagonistas hablan por hablar y recurren a rutinas que nos recuerdan las pesadillas repetitivas que causan durante la noche las digestiones pesadas. Todo en la obra es símbolo, y en este diálogo entre sordos se nos insiste en la idea de que el ser humano vive una soledad vacía de contenido para la cual no parece existir consuelo alguno.

Dejémonos de dramatismos. Incluso Samuel Beckett se tomaba una buena cerveza cuando hacía tanto calor como ahora. Posted by Hello

domingo, julio 25, 2004

LO QUE ME TRAJE EN LA ALFORJA

Por fin me hallo en mi pobrecita casita mexicana, con mis dos orejas en su sitio y mi nariz donde corresponde. La noche en el Holiday Inn Plaza Dalí de México Deefe resultó agradable, a pesar de que por el desbarajuste horario sólo pude dormir cuatro horas. Por la tele me tragué un documental sobre Neruda y una película italiana con Ben Gazzara y una ragazza de muy buen ver que no desperdiciaba ninguna ocasión para espatarrarse y lucir muslamen, pechuga y colita de pavo. El charco lo crucé junto a un simpático alicantino de sesenta años. Viajaba con su esposa, una oronda mexicana prietita treinta años más joven, y los dos retoños habidos de su amor: un niño de siete y una chica de trece, morenitos también. La familia viajaba... con 230 kilos de maletas. ¡Y luego se quejan de mí los abyectos taxistas españoles! En Madrid le exigieron que descargase de algunos kilos una de las maletas, que rebasaba el peso permitido por viajero (50 kilos en vuelo internacional; 25 en vuelo nacional), y el hombre, con el alma rota, tuvo que desprenderse de tres kilos de caramelos pictolines.

Yo no cargaba caramelos pictolines, pero sí películas en deuvedé, algunos libros y algunos tebeos.
—Trae usted muchos libros —observó el guardia que me revisó la maleta en la aduana de Juárez—. ¿Son de muestra?
Quizá me había visto cara de vendedor de Avon y pensaba que los tebeos eran catálogos de potingues para la piel.
—No, son para mí.
—¿A poco son para leer? —preguntó educadamente.
—Ya ve usted, es que soy maestro.
El guardia aduanal me dirigió una mirada de extrañeza.

En México se lee tan, pero que tan poco (maestros universitarios incluidos) que cualquier persona que tenga quince libros juntos en su casa ya puede presumir de tener una gran biblioteca y ganarse una buena reputación en el vecindario.

Como hoy no tengo las neuronas muy bien puestas porque estoy recién llegado, sólo voy a hacer una relación de lo que me he traído de España  para mi solaz durante los próximos seis meses. Queda pendiente de envío desde Murcia una cajota llena de más libros y tebeos, entre los cuales vendrán los tres primeros tomos de las obras completas de Pérez Galdós. Pero de esto hablaré otro día.

Películas en deuvedé: la serie Yo, Claudio, en seis discos; El guateque, de Blake Edwards; El ángel exterminador, de Luis Buñuel; París, Texas, de Wim Wenders; La diligencia, de John Ford; Mullholland Drive, de David Lynch; Amarcord, de Fellini; Sed de mal, de Welles; El perro del hortelano, de Pilar Miró; Con la muerte en los talones, de Hitchcock; El viaje a ninguna parte, de Fernando Fernán-Gómez; La pianista, de Michael Haneke; Tener y no tener, de Howard Hawks; El más allá, de Masaki Kobayashi; La caída de los dioses, de Luchino Visconti; Bodas de sangre, de Carlos Saura; El sur, de Víctor Erice; Rompiendo las olas y Europa, de Lars Von Trier; Irreversible, de Gaspar Noe; Germinal, de Claude Berri.

Libros: el teatro completo de Lorca en cuatro tomitos; una  nueva edición con interesantes notas (ya tengo tres) del libro que estoy memorizando ahora: Veinte poemas de amor y una canción desesperada, de Neruda; El perro de terracota, de Andrea Camilleri; Fin de partida, de Samuel Beckett; Los perros de Riga, de Henning Mankell; el tomo 1 de las obras completas de Galdós y Shakespeare, en Aguilar; Sed de champán, de Montero Glez.

Cómics: el tomo 4 de Los profesionales, de Carlos Giménez; un tomo en italiano con cuatro fumettis de Dylan Dog; el tercer álbum de Bouncer, de Jodorowsky y Boucq; La marca amarilla, de Edgar P. Jacobs; La metamorfosis de Lucio, de Milo Manara; el último número de U; los números 3 y 4 de La edad de bronce, de Eric Shanower; El mediador, de Joe Sacco; la colección completa de Dani Futuro, de Mora y Giménez, en seis revistas editadas por Planeta hace unos años. Y... la caja que vendrá en camino a partir de septiembre.

Bueno, me desconecto. Llego en loor de multitudes, nada menos. Esta tarde, a las siete, queda inaugurado el Festival de Teatro de la Ciudad, y tengo que actuar en el Retablo de la avaricia, la lujuria y la muerte. Vaya coña marinera. Pues eso, a descansar hasta las siete.

También la traje en mi alforja. Posted by Hello

miércoles, julio 21, 2004

EL LUNES SERÁ OTRA VIDA

No nos leeremos hasta el lunes. Mañana parto a Madrid; y de Madrid, al cielo, pero el viernes. El viernes me bebo el charco (sí, ya sé que voy a criar ranas en el estómago, ¿y qué?) y llegaré a México Deefe alrededor de las once de la noche. Deberé pasar la noche en ese lindo poblachón latinoamericano, ¿qué hacer para no acabar desorejado y desnarigado? Bueno, yo ya tengo reservada habitación bien popoff en el hotel-pastel más pipirisnáis de los que rondan el Agropuerto Internacional: Holiday Inn Salvador Dalí, nada menos, chincha y rabia. Para protegerme de desnarigadores y desorejadores (que como todo el mundo sabe, son colegas de los encajueladores y encobijadores profesionales), un chofer del hotel-pastel Salvador Dalí me esperará al volante de una buena camioneta a cambio de casi nada ( sólo un puñado de dólares) para conducirme a la linda habitación de este hotel que ya conozco. En este hotel monotemático, todas las habitaciones lucen reproducciones de cuadros de Dalí, hay esculturas de Dalí por todas partes y hasta la taza del wáter reproduce un viejo sueño daliniano: dos delfines engarzados en círculo perfecto con las boquitas bien abiertas. El maestro pensaba que los fluidos corporales no deben mezclarse: una cosa es hacer del uno, y otra muy distinta hacer del dos. Cada cosa en su sitio, compadre, que Dalí era mucho Dalí y pensaba en todo.

Lo mejor, sin duda, son los desayunos, que reproducen a la perfección los gustos del genio de Cadaqués: uno puede comerse los huevos fritos directamente sobre la espalda de una bella muchacha desnuda que representa a una millonaria neoyorquina de los años cincuenta. Como todos sabemos, estampar dos huevos fritos sobre la espalda de sus conquistas era la más grande apoteosis erótica de Dalí durante un buen tiempo de su vida.

Lo malo es que el domingo tengo que interpretar a Simeón Julepe en "La rosa de papel", de Valle-Inclán. Lamentablemente, el Retablo compite en el Festival de Teatro de la Ciudad. Oh, espero que no me dé un infarto de emoción mientras Julepe profana el cadáver de su querida Floriana.

Y a partir del lunes, a descansar, pero también a retomar esta bitácora en esa pobre ciudad que existe tan lejos de Dios, y tan cerca de los Estados Unidos... Ah, compadre, el lunes será otra vida.

martes, julio 20, 2004


Página 3000 de la saga Príncipe Valiente dibujada por John Cullen Murphy Posted by Hello

JOHN CULLEN MURPHY

El 2 de julio falleció John Cullen Murphy, quien fuera el sucesor de Harold Foster como responsable de la serie Príncipe Valiente. Pocos artistas han tenido una responsabilidad tan gigantesca y tan ingrata como la de Cullen Murphy. Si sustituir a cualquier gran artista que abandona una serie señera es siempre problemático, sustituir nada menos que al gran maestro del clasicismo romántico del cómic era nada menos que una vocación de fracaso. Y no es que Cullen Murphy hiciese mal su trabajo, no es eso. Fogueado con una gran serie realista como Big Ben Bolt, Murphy era uno de los dibujantes más capacitados de la generación de los 50; a pesar de esto, el lirismo exacerbado del Príncipe Valiente, la meticulosidad de las viñetas de Foster y esas características de artista bigger than life que aún nadie ha superado, convirtieron a Cullen Murphy en el artista de un arte incompleto. Donde en Foster había todo un estudio a fondo de la naturaleza y de la figura humana, además de un despliegue documental y arquitectónico apabullante, en Cullen Murphy sólo podía haber profesionalidad, enorme talento y eficacia, dignidad... Cullen Murphy comparado con Foster era como la tragedia de Séneca frente a la tragedia de Eurípides, una prolongación artificial, una belleza prestada, un resplandor opaco, una catarsis fría y racionalista... Si bien nadie niega su mérito a Cullen Murphy, y su obra es digna de estudio por sí misma, también es cierto que los dioses tienen el doble de divinidad que sus hijos los héroes. En el Olimpo del cómic mundial, el rayo de Zeus Foster resplandece todavía como un fuego no arrebatado.

Para mí John Cullen Murphy, sin comparaciones odiosas por delante, siempre será el formidable artista de aquella gran serie realista sobre el boxeo que fue Big Ben Bolt. La excelente mezcla de rudeza y contención de los trazos de Murphy fueron el llamativo reclamo de aquellas tiras diarias de un tiempo también extinguido, en que alcohol, boxeo y tabaco formaban parte de una vida cotidiana desaparecida.

No deja de ser irónico que la muerte de Cullen Murphy haya sobrevenido pocos días después de que Fantagraphics Books editase el número 50 (y último) del Prince Valiant tras publicar la última plancha de Harold Foster. La editorial norteamericana ha decidido no continuar la publicación de la saga con el material dibujado por Cullen Murphy desde 1970. Es como si, en menos de un mes, John Cullen Murphy hubiese muerto dos veces. Descanse en paz el hombre y el gran artista.

viernes, julio 16, 2004

ATOCHA EN TINTA PROPIA

El sábado 3 de julio tomé el tren de las 9.35 que me condujo a Murcia. Tuve suerte de encontrar pasaje en ese tren, ya que la huelga de Renfe tuvo como consecuencia la cancelación de numerosos viajes por toda la piel de torete. Como siempre, lo tomé en Atocha, adonde el tren llega pocos minutos después de su partida de Chamartín.

La estación de Atocha es un lugar por el que siento reverencia. ¡La de veces que he tomado el mismo tren en el andén 6! Camino de Murcia o camino de Madrid, para regresar a los orígenes o para volver al presente, que en cierto modo es el futuro. El tren se detiene en el andén 6, punto de llegada o de partida según se mire, el mismo andén que tenía como destino uno de los trenes de cercanías que estallaron durante los atentados del 11 de marzo.

Es imposible regresar a la estación de Atocha y no sentir todavía, como un pálpito lleno de una furia ciega, la reverberación de aquella tragedia sangrienta y cobarde. La sociedad española se manifestó contra la masacre como un solo hombre (o mujer), y como un solo hombre (o mujer) salió a votar para defenestrar a un gobierno. El problema de la democracia representativa (o sea, de cualquier democracia) es que el pueblo dividido en individuos vota a unos partidos que supuestamente les representan. Cuando el gobierno deja de representar la voluntad popular (como sucedió con la guerra de Irak), a ese gobierno hay que expulsarlo de su trono. Por supuesto, los señores del PP no fueron ni “asesinos” ni “cómplices” en la matanza de Atocha; pero con su actitud incondicional a favor de la guerra de Irak, acabaron por ganarse la repulsa del país y la pérdida del gobierno. Con razón o sin ella, no conviene que los países en vías de desarrollo olviden gestos como éste cuando se lamentan de sus democracias-patito, que también son responsabilidad de todos y cada uno de sus ciudadanos. Quien no protesta no tiene derecho a quejarse del transcurso de los acontecimientos.

Muy posiblemente será en Noviembre cuando se presente la revista 11 M (coordinada por Víctor Alós), donde algunos de los artistas del cómic más jóvenes y brillantes de España se han apiñado para entonar su personal canto de lamento por las víctimas. Invitado por el dibujante Paco Nájera, también yo he colaborado con un pequeño relato del que no me siento precisamente satisfecho. Sin embargo, no podía dejar de contribuir con mi visión de un problema que no ha hecho más que empezar. Lo mejor del relato (por no decir lo único bueno) es una frase del gran Séneca que debería hacer pensar a los mostrencos que dirigen el mundo, con los infames Sharon y Bush a la cabeza: “Quien desprecia su propia vida, es dueño de la tuya”. Séneca hablaba de los gladiadores, a lo que temía enormemente. A pesar de los temores de Séneca, en aquel diminuto y controladísimo mundo romano, los gladiadores no tenían el potencial asesino que hoy tienen los terroristas suicidas.

Los fondos que se recauden del proyecto 11 M serán encauzados hacia instituciones de apoyo a las familias de las víctimas, de aquellos trabajadores a quienes el tiempo no les alcanzó para llegar a sentir la vergüenza y la ira, la misma que la sociedad española comparte con los familiares de aquellos trabajadores inmolados por culpa de la sinrazón eterna de este mundo todavía enfermo por culpa de individuos que utilizan el fundamentalismo religioso como bandera de sus propios intereses megalómanos. No es un secreto que los hay de todos los bandos y de todos los credos, y algunos hablan en nuestro nombre. Si alguien quiere asomarse a la página oficial del proyecto En tinta propia, responsable de la revista 11 M, y ver algunas muestras gráficas del mismo, que acceda a la dirección http://imakinarium.net/comic/110304/Colaboraciones.htm

Encontrará juventud, talento, repudio del horror, solidaridad... Quizá también encuentre esperanza.

domingo, julio 11, 2004


Portada de un cuadernillo de El Inspector Dan. Posted by Hello

PARA LEER EL INSPECTOR DAN

Hace un par de semanas viví una experiencia fantástica. Acudí a ver a un psicoanalista argentino que tiene su consulta a la vuelta de mi casa. Una vez allí, me hice hipnotizar y experimenté una regresión. Cuando ya me encontraba en plena regresión, el psicoanalista argentino siguió mis instrucciones y me dio a leer Los seres infernales de Salisbury Castle, una de las más celebradas aventuras de terror y misterio del Inspector Dan. Durante cerca de sesenta minutos proferí numerosos alaridos, sudé tinta china y del gustirrinín me salieron cuatro canas en la barba. No hay nada como volver a la infancia.

Mucho antes del tío Vampus, el primo Rufus y las Historias para no dormir, el Inspector Dan fue el gran personaje de horror y misterio de la cultura popular española. Fue creado por Rafael González en 1947 para la revista Pulgarcito, el legendario semanario de humor donde Dan introducía el género dramático por medio de una página semanal de apretadas viñetas rebosantes de texto en una época en que los elaborados y literarios bocadillos no eran cosa rara ni una perversión del guionista (véase cualquier tebeo de Edgar Jacobs). Y es que el Inspector Dan nació con una clara vocación novelesca que recurría a todos los tópicos del folletín de misterio, y no es por esto de extrañar que bien pronto los guiones corrieran a cargo de Francisco González Ledesma, quien durante muchos años escribiría multitud de bolsilibros de terror y del oeste bajo el seudónimo de Silver Kane. Hoy es, con justa razón, un renombrado autor de novela negra en Francia; no precisamente por el Inspector Dan ni por los bolsilibros de Silver Kane, sino por sus más recientes novelas de elaborada cocina literaria. Silver Kane, como Curtis Garland, Marcial Lafuente Estefanía, Clark Carrados y otros muchos, fue primero microondas de la literatura que chef escrupuloso e internacional.

Las historietas del Inspector Dan, escritas primero por González Ledesma y luego por Víctor Mora, transcurrían en el Londres mítico que la literatura popular de finales del siglo XIX ayudó a exportar a todos los rincones del mundo con Jack el Destripador como siniestro embajador: un Londres neblinoso, tachonado de oscuros callejones como cicatrices de una ciudad eminentemente nocturna y ancestral donde la criminalidad y lo fantasmagórico formaban parte del paisaje urbano. En este contexto de irrealidad el Inspector Dan de Scotland Yard, siempre acompañado de su inseparable Stella y, en menor medida, del estrafalario Inspector Simmons, se enfrentará a una larga serie de criminales que merecerían ser reunidos en un Museo de Cera exclusivo. Incluso Satanás regresó al mundo de los mortales para enfrentarse al Inspector Dan, en una de las historias más recordables dibujadas por el gran Eugenio Giner. Porque hablar del Inspector Dan es hablar de su principal y más emblemático dibujante: Eugenio Giner (1924-1994), un artista de profunda elegancia a quien podríamos considerar sin duda el gran poeta del terror gráfico del tebeo español hasta que los dibujantes españoles capitaneados por Toutain desembarcaron en el Nueva York de Jim Warren a finales de los años 60. Eugenio Giner es un artista virtuoso de la mancha de tinta al que hay que examinar con lupa, pues en las diminutas viñetas del Inspector Dan desarrolló un expresionismo gráfico cuya fuerza nace de las más arraigadas pesadillas infantiles: criminales resucitados, catacumbas, parajes siniestros, monstruos atormentados, asesinos enloquecidos, momias, espectros y hasta el mismo Satanás, adquirieron al pasar por la pluma de Giner visos de autenticidad y cierto grado de lirismo terrorífico.

En 1952 la Editorial Bruguera quiso exprimir el éxito de la serie y lanzó al mercado una serie de cuadernos semanales de la que se publicaron 72 números. Si bien algunos episodios estaban dibujados por un Eugenio Giner en el cenit de su maestría, pronto se alternaría a las tintas con otros artistas del tebeo como Oliver, Macabich, Pedro Alférez, León, Francisco Hidalgo y Julio Vivas. Las portadas corrieron, por lo general, a cargo de Giner —quien tuvo una evolución notoria a lo largo de la serie desde el estilo expresionista de Pulgarcito hacia otro menos tenebroso y de viñetas más amplias—, pero también de Macabich y de Julio Vivas. El último dibujante de Dan en el cuadernillo fue el elegante Julio Vivas, quien dibujaría algunas historietas nuevas a principios de los 70 y se encargaría de las portadas del refrito Bruguera publicado en la Colección Bravo (al alimón con El Cachorro, de Iranzo) en la segunda parte de la misma década.

La colección completa fue reeditada recientemente por Ediciones B acompañada de tres recopilatorios con material de Pulgarcito. En uno de estos tres publicaron, precisamente, la clásica historieta de 1947 Los seres infernales de Salisbury Castle, una aventura poblada de monstruos atormentados creados por un peculiar doctor Moreau que inyecta en seres humanos glándulas animales. Se trata de Eugenio Giner en estado puro, antes de su evolución a viñetas más grandes y llenas de luz en una evolución que parecía la de la propia España: desde el oscurantismo de los años posteriores a la guerra civil al creciente aperturismo de los años 50.

¿Quién no fue niño y se quedó una tarde de invierno solo en casa? ¿Quién no encendió la tele y se encontró con una película de terror? ¿Quién no empezó a verla con cierta angustia a medida que el hogar se poblaba de sonidos y ecos extraños? ¿Quién no deseó entonces no haberse quedado solo? A estos miedos irracionales e infantiles apelaba con éxito el Inspector Dan. Sólo por medio de la hipnosis podríamos volver a sentir el equilibrado horror de sus viñetas y la eléctrica aparición de sus fantasmas, asesinos y monstruos. Merece la pena intentarlo.

miércoles, julio 07, 2004


Madrid, 2 de julio. En la foto y de izquierda a derecha, un servidor, Carlos Alvarez y Manuel Escudero. La minimegamicroquedada del Foro del Capitan Trueno. Foto, cortesia de Carlos Alvarez. Posted by Hello

martes, julio 06, 2004

MADRID, JARDÍN BUCÓLICO

Llegué a Madrid el 1 de julio. Un Madrid caluroso sin llegar a ser sofocante. Para quien llega a Madrid tras cruzar las turquesas cortinas y dejar atrás la frontera tex-mex, Madrid es un jardín bucólico. Bajo tanto edificio imponente y señorial, zigzagueando entre las mesas de las terrazas cerveceras y refrescantes, conviviendo como hombres y bestias entre el tráfico poco asesino, los habitantes de Madrid parecen ninfas y pastores de un jardín bucólico. Calor sin polvo de desierto y de huesecillos de muchachas desaparecidas, mendigos ilustrados en la picaresca y en Galdós, casticismo verbenero de siglo neonato, contaminación consensuada, agobio metropolitano sin temor de cuchillos ni de cuernos de chivo, alegría pornófila de los kioscos y enciclopedismo semanal de sus ofertas... Hasta los educados policías están bonitos en este jardín bucólico.

Paseo por las grandes librerías en busca de libros y tebeos. La oferta de publicaciones produce angustia, me siento como quien entra hambriento a un gran buffet libre y sabe que no podrá comerlo todo. Dicen que nunca se ha editado más en la historia de España, y es verdad... La contemplación de los estantes de la sección de tebeos de FNAC me agobia y desasosiega: integrales de Glénat, Planeta y Norma; numerosos mangas imprescindibles, como El lobo solitario y su cachorro; las nuevas aventuras de Blake y Mortimer; las reediciones de la maravillosa herencia Toutain (Carlos Giménez, Fernando Fernández, Jordi Bernet, José María Beá...); la última novela de Joe Sacco, por no hablar de multitud de tebeos de Marvel y DC/Vértigo a los que he renunciado porque no puedo seguirles la pista tras las turquesas cortinas. Oriento mis compras en función de esto último: en los últimos años sólo colecciono series europeas en álbum, que por lo general tardan en salir más de seis meses. Aún no he comprado el último Blueberry, por ejemplo, no corre prisa... De aquí a que monsieur Giraud publique la continuación de OK Corral tendré tiempo de adquirirlo y releer los volúmenes anteriores. Al final compro La marca amarilla, de Jacobs, que ya tengo por capítulos en Cairo; el tomo 3 de Bouncer, por Jodorowky y Boucq; El asno de oro, de Manara (adaptación con toques fellinianos de la novela clásica de Apuleyo); el tomo cuatro de Los profesionales, de Carlos Giménez (quien me incluye en la dedicatoria del álbum; qué honor, ¡gracias, Carlos!). Encuentro cerrado Madrid Cómics, con lo que se diluyen mis esperanzas de comprar el último Love and Rockets de los Bros Hernández. A cambio, hallo que la sección de ofertas de la Casa del Libro ha inaugurado una sección de cómic, aunque ofertas, ninguna. Allí sólo compro un tomo de quinientas páginas en italiano donde se reeditan cuatro fumettis de Dylan Dog. Ah, los tebeos italianos... Los mejores tebeos populares del mundo.

Mas no sólo de tebeos vive el hombre, pardiez... A pesar de todo, sólo hago un par de compras, pues todavía viajo con la lectura de un excelente trabajo que reconstruye la vida de mi querido Garcilaso de la Vega: Garcilaso, poeta del amor, caballero de la guerra, de Mari Carmen Vaquero Serrano. Después quiero leer La Mara, de Ramírez Heredia (Alfaguara), para de paso ver si le escribo y me quito ese vergonzoso trauma de no haber correspondido a su amabilidad en el trayecto Mérida-México, tras aquel lindo congreso. En Casa del libro compro El bendito arte de contar historias, de García Márquez, pero sobre todo soy feliz al encontrar una curiosidad: una edición bilingüe de La Eneida, en latín e italiano. Macarroni me veis, ¿verdad? He de vivir en Italia antes de ser mucho más viejo. Entre Dylan Dog y Virgilio, dejo mi cargamento en el hostal y me dirijo al encuentro de dos buenos amigos del Foro del Capitán Trueno: Carlos Álvarez y Manuel Escudero. Será una tarde de charla, cerveza, gacelas rubias cruzando como saetas el jardín urbano de la gran Madrid mientras Manuel desgrana anécdotas divertidísimas sobre el coleccionismo de tebeos y Carlos proyecta punzantes opiniones sobre temas vinculados con nuestra gran afición.

La capital del antiguo imperio es un jardín bucólico. Sobre todo, para quien cruza las turquesas cortinas desde Mexamérica. Quien dijere lo contrario, miente.