jueves, julio 29, 2004

ADIÓS, CUAUHTÉMOC

Parece que una ley no escrita estipula que todo en Ciudad Juárez debe terminar a sangre y fuego. El lunes ardió el mercado Cuauhtémoc por los cuatro costados, y de aquel entrañable y mexicanísimo lugar ya sólo quedan ruinas tambaleantes y malolientes. No he querido acercarme a verlo, pues me reconcomería la rabia. Era uno de los pocos lugares que amaba de esta ciudad. Ya no podré volver a zamparme un caldo de camarón en uno de sus restaurantitos, y mira que ya me lo pedía el estómago.

Vamos poniendo los puntos sobre las íes. No es que el mercado Cuauhtémoc fuera una maravilla arquitectónica, o que sus restaurantitos populachones sirviesen viandas gastronómicas de indescifrable código culinario. No, era un edificio feo, sexagenario, lleno de parches por todas partes en el más puro Juarez style. No, sus caldos de pescado o camarón no eran platos de diseño ni curas milagrosas contra la tristeza ni el mal de ojo. Curaban, sí, el hambre con la ayuda de una chela bien helada.

Lo que a mí me encantaba del mercado Cuauhtémoc era que se tratase de un mercado del pueblo y para el pueblo. Era populachero, único, irrepetible. En el mercado Cuauhtémoc nunca te encontrabas un turista desbrujulado, pero estaba siempre lleno a rebosar de las familias juarenses más humildes, ésas que llegaban con todos los lepes, la esposa y hasta la suegra para hacer la compra de la semana y luego comerse un plato de comida económico y gustoso. Y con mucho picante, mano, como manda el pueblo.

El mercado Cuauhtémoc me encantaba porque olía a autenticidad por todas partes, a verduras, a fritangotas, a guisotes, a especias, a mercancías de toda clase, a botas de cuero, a papel de piñatas, y en algunos rincones hasta a sobaco. Sí, señores, a sobaco made in Mexico relamido por lengüetazos de sol y crasa humanidad de rutera. Era un lugar mexicano como sólo en México podía encontrarse. Un lugar del pueblo para el pueblo, insisto. Nada de chorraditas tipo Pueblito Mexicano, Ajúa y la chequera que los parió. El Cuauhtémoc era un lugar que no encontrarás en Madrid, ni en Lisboa, ni en Nueva York; un lugar no globalizable, no exportable, no reproducible fuera del entorno sociocultural en que había nacido y estaba ubicado. Y en el que ardió como una vieja casa de muñecas.

Ahora ya sólo me quedan los recuerdos de aquellas ricas y abundantes comidas en el Cuauhtémoc en compañía del malogrado Octavio Trías y demás raza de Alborde Teatro. Bien regadas a cubetazos de coronas heladas y contemplando, por el rabillo del ojo, los ires y venires de aquella mesera cuyas nalgas, lo juro, eran tan prominentes que desafiaban las leyes de la gravedad y nos llenaban de estupefacción.

En fin, un lugar más que se nos va. Un lugar más que sólo volveremos a habitar en nuestros sueños.

2 comentarios:

Anónimo dijo...

Lo que no sabes profe, es que el Mercado Cuauhtémoc se ha quemado 2,349,214 veces, y la estructura que tu describes era una reconstrucción.

"No hay nada nuevo bajo el Sol, ni en el refri"

El Pobresor Gafapasta dijo...

Sí, sí que lo sabía, pero eso no quita la pena de que se volviera a quemar.

Por cierto, Ricardo, ¿qué es de tu vida?

Un saludote.