lunes, julio 24, 2006

VUELAPLUMA SOBRE SEMANA NEGRA

La pereza de las vacaciones me aleja de escribir en esta bitácora, pero las vacaciones ya casi han terminado y, una vez más, tengo un pie en el estribo y pronto volveré al Oeste. Ya hace días que volvimos de la Semana Negra de Gijón, ese acontecimiento veraniego altamente recomendable para tPAodos los amantes de la novela negra (ah, qué obvio, ¿verdad?), la ciencia-ficción y el cómic. Dos carpas, dos, dedicadas a estos objetos de nuestras entretelas, en las que, de manera infatigable desde las cinco de la tarde hasta entrada la madrugada, se suceden presentaciones de libros, tebeos o tertulias. Dos líneas, dos, dirigidas por Paco Ignacio Taibo II (literatura) y Ángel de la Calle (cómic). Dos líneas en dos carpas, la Carpa del Encuentro y la Carpa A Quemarropa, que como buenas líneas paralelas lanzadas al espacio acaban por encontrarse en un punto de su recorrido por el infinito, ese infinito de historias y de personajes, autores y lectores, que se confunden de forma caleidoscópica en la enésima mesa, en la enésima copa o en el concierto que cerraba cada noche la larga jornada negra. Y es que desde el principio se plantearon que, o madrugaban o se desvelaban, y como es natural, eligieron el desvelo y la noctivaguez, cosas por cierto muy propias de gentes negras de novela negra. En los apenas tres días (de un total de diez) que pasamos en Gijón, asistimos a tertulias (en esta ocasión, tres sobre la guerra civil, tema fundamental de esta Semana) y a las presentaciones de numerosos libros de autores a quienes muchas veces no conocíamos, y que después, como mandan las leyes del fetichismo y del mercado, firmaban sus libros. Entre actividad y actividad, unos actores disfrazados de payasos irrumpían entre tanta solemnidad para subastar libros, y es que la Semana Negra, que recuerda mucho lo que debieron ser las Olimpiadas en la antigua Grecia, pero sin deportes, tiene mucho de circo y de encuentro festivo y degustativo, no sólo literario. He hablado de dos carpas dedicadas a la literatura y al cómic, pero inmersas en un recinto ferial en el concurrieron cientos de puestos ambulantes y restaurantes improvisados donde era posible comer y beber lo que se quisiera, desde la típica sidra asturiana o el jamón cocido (para chuparse los dedos, oigan) o devorar burritos chihuahuenses al nada módico precio de cincuenta pesos el burro. Normal, ¿a quién sino a un español se le ocurriría comer burritos en Gijón? Una inmensa feria, una locura dionisíaca donde no faltaba de nada, ni autores de postín a cada esquina (qué gusto daba encontrarse cada dos por tres con el gran Gallardo. Ángel de la Calle o Víctor Mora y saludarnos como si ya nos conociéramos de toda la vida) ni bebida y comida a granel, y que por tener, tenía hasta un supermercado de los libros donde a precios de verdadera risa (menos de dos euros) llené mis alforjas de obras de autores imprescindibles como Jim Thompson, Rubem Fonseca, Philip K. Dick, Horace McCoy y otros que deberían ser estudiados en las escuelas desde la primaria en vez de fumigar a los críos con constructivismo agusanado, y lo que es peor, lecturas que a veces no comprenden ni sus profesores (otro gallo cantaría si las entendiesen).
Y además del gusto de conocer a gente como Almudena Grandes, Angel de la Calle o Víctor Mora, nos quedó el gusto de asistir a este encuentro de escritores y aficionados en el que no faltó en ningún momento el ambiente de lo que siempre es la buena literatura: un fiestazo, una diversión, una de las alegrías de la vida. Cómo me hubiera gustado ver a mis estudiantes lejos de los rancios congresos a los que estamos acostumbrados para asistir a esta celebración de la literatura y de la vida, en mesas de discusión y presentaciones de libros donde uno podía escuchar a gente como González Ledesma, Raúl Argemí o Isaac Luna tranquilamente sus cigarrillos y degusta su cerveza o licor favorito al mismo tiempo. Sin lista de presentes ni asistencia a punta de pistola. Y nos quedó también, como no podía ser menos, el placer de conocer una tierra del lejano norte español, una ciudad pequeña y entrañable, cariñosa y cálida como Gijón. Beber su bendita sidra, degustar su exquisita comida, unas cervezas en la orilla del Cantábrico saboreando unas exquisitas patatas al Cabrales. Disfrutar, en fin, de la franqueza y sencillez de sus gentes, que escondidas en los mil bares y recovecos de la avenida de la Costa, saben también gozar de la vida en estos días cálidos y húmedos de otro verano más de sol, semana negra, fiesta, sidra y libros. Poco más se le puede pedir a la vida. Cuando revele fotos, ya colgaré aquí unas cuantas.

1 comentario:

Anónimo dijo...

Me da gusto por ti ricardo, se nota a leguas que estas en unas vacaciones exquisitas, espero algun dia compartir algunos de esos dias proximamente contigo y degustar de literatura y de la sidra o chela espanola en alguna otra semana negra, esperamos con ansia tu llegada aunque no quieras regresar...abrazos fuertes