He aquí una reseña sobre uno de los mejores libros que he leído en los últimos años sobre la "cuestión homérica". Una obra excelente, escrita por un gran especialista con objeto de divulgar los últimos descubrimientos acerca de la historicidad de Homero y de la guerra de Troya. Publicado en
Revista de las Fronteras número 7. UACJ, Noviembre 2007.
Hay que tomar en serio a Homero
Ésta es la conclusión a que llega Joachim Latacz en su imprescindible y reciente libro Troya y Homero, cuya lectura resulta obligada para todos aquellos que, tanto ayer como hoy, enseñan a Homero en las aulas [1]. Siempre es fundamental que un profesor permanezca actualizado, pero en el caso de la filología clásica, un campo que aparentemente resulta más reticente a los cambios de perspectiva y a la aceptación de innovaciones de conocimiento, lo es más todavía. Es más importante porque no hacerlo conlleva repetir una y otra vez errores anquilosados en nuestra tradición en ocasiones desde hace decenios, pero en otras ocasiones, desde hace siglos. Pocos podían pensar que Homero, un autor fundamental con quien comienza la gran literatura de nuestra civilización, pudiera llegar a ser a estas alturas un objeto de conocimiento renovable, esto es, que a estas alturas de la vida todavía pudiésemos llevar a cabo descubrimientos que nos permitan comprender mejor los textos homéricos y la Historia (con mayúscula) que subyace bajo el mito de la guerra de Troya. Y sin embargo así es.
Nacido en 1945, Joachim Latacz es uno de los grandes especialistas mundiales en Homero. Profesor de Filosofía griega de la Universidad de Basilea desde 1981, Latacz ha colaborando desde 1986 con Manfred Korfmann, director de las excavaciones en la colina de Troya, y ha sido testigo de los relevantes descubrimientos llevados a cabo durante los últimos años. Asimismo, Latacz es el coeditor de la revista especializada (y por tanto, nada conocida) Studia Troica, publicación anual que desvela cada año a la comunidad científica internacional los nuevos hallazgos). Precisamente para salvar esa brecha entre ciencia y vulgo, Joachim Latacz publicó recientemente esta obra en la que, por supuesto, no replantea de arriba abajo nuestro conocimiento previo de Homero y de la historicidad de la guerra de Troya, pero sí hace pequeñas aportaciones que vienen enriquecer enormemente el panorama en que la cuestión había permanecido desde hace cincuenta años, principalmente en lo que respecta a una serie de puntos: ¿Son históricamente comprobables los nombres de Troya, Ilión y de sus pueblos invasores, aquellos dánaos, aqueos y argivos? ¿Era Troya una gran ciudad, o un simple villorrio, como muchos aseguraban hasta hace poco? [2] Si Troya fue más allá del mito y resulta ser una certeza histórica, ¿cuál era la nacionalidad e idioma de los troyanos? Procederé a exponer sucintamente las conclusiones a que llega Latacz en su libro, una obra tan valiosa como amena de leer, ya que Latacz no sólo escribe muy bien y de manera muy fluida, sino que repite a veces conceptos esenciales y resume siempre el estado de la cuestión al final de los grandes apartados en que su libro se divide.
1. Podemos estar seguros de que la ciudad excavada en los Dardanelos es la Troya homérica. Sin embargo, no podemos estar seguros de que la Troya homérica sea una recreación de la Troya que reposa en los Dardanelos, pues no podemos tener la certeza de que Homero hubiese visitado las ruinas de Troya (aunque no es descabellado pensarlo, como apunta Latacz), que permaneció deshabitada a partir de 950 a.C. (Latacz, p. 297-8) Es decir, que no podemos tomar a Homero como guía turístico. Un viejo enigma de la historia, la razón de que existiese un doble nombre para la antigua urbe hitita (pues Troya pertenecía, aunque con cierto grado de autonomía, al imperio hitita), ha sido también desvelado gracias a la arqueología, con el descubrimiento de tablillas en las cuales están escritos los nombres tradicionales de la urbe: Troya e Ilión (de donde tomó su nombre el poema homérico). Efectivamente, en las tablillas de edad micénica recién descubiertas se leen los nombres en hitita Wilusa —que pasaría al griego como (W)Ilios con pérdida de digamma inicial o W— y Taruwisa —en griego, Tru(w)isa, con nueva pérdida de digamma—, nombres que en su evolución al griego clásico darían las formas homéricas Ilios y Troia [3]. Ahora sabemos que el doblete de nombres se mantuvo en la poesía homérica con objeto de usar uno u otro por conveniencia métrica, pero, ¿de dónde surgieron los dos nombres? Latacz revela, por fin, que Wilusa era el nombre de la ciudad (Latacz, pp. 115-138), y Taruwisa el de la región en que Wilusa/Ilios permanecía. Así pues, Troya acabó por sinécdoque siendo también Ilios (Latacz, p. 148).
Ratificadas por medio de las tablillas de época micénica la historicidad de una ciudad llamada Ilios en una región denominada Troia, queda por dirimir otra cuestión: ¿existió una guerra de Troya? Con respecto a este punto, Latacz no puede emitir una afirmación categórica, pero apunta revelaciones de las tablillas que son enormemente sugerentes. Sabido es que en Homero los griegos son denominados como dánaos, aqueos y argivos. No tres familias de un solo pueblo, sino tres denominaciones del mismo pueblo conservadas también, como en el doblete Ilios/Troia por conveniencias métricas dentro del verso hexámetro. Las tablillas también demuestran la historicidad de estas denominaciones para un pueblo que se llamó desde época clásica helénico, y no griego ni de cualquier otro modo, por medio de los nombres Ahhijawa (Axaioi, aqueos), Danaja (Danaoi, dánaos) y Argeioi (argivos). El nombre Danaja está muy atestiguado en las inscripciones egipcias que aluden al pueblo griego, donde además también se consignan enfrentamientos escalonados entre Wilusa y el pueblo Ahhijawa más que una guerra, enfrentamientos que quizá condujeron, con el correr de los tiempos, a ser aglutinados en una sola guerra de Troya (Latacz, p. 382). Por si fuera poco, también están consignados en tablillas los nombres propios de Alaksando (¿Alexandros/Paris?) y Priiamuua (¿Príamo?), sin que hasta la fecha podamos saber más y mejor cuál es el alcance de estas aportaciones arqueológicas a la historicidad de los protagonistas y hechos de la guerra de Troya. De momento, la historicidad del lugar de la acción, aunque por fin confirmada, no valida la acción.
2. Si bien no hay medio de saber con exactitud cómo era la Troya real en comparación con la homérica, lo cierto es que la arqueología ha revelado, contra lo que se pensaba a mediados de siglo XX, que Troya era no sólo era una gran potencia que contaba entre siete y diez mil habitantes (Latacz, p. 112), sino que también podía responder perfectamente al tradicional epíteto homérico de “la de calles bien trazadas”. En la Troya real como en la homérica, también la ciudadela o acrópolis gozaba de una importancia destacada para la defensa de la urbe.
3. Latacz dedica la segunda mitad del libro al escurridizo Homero, quien durante siglos ha sido objeto de toda clase de atribuciones legendarias y negado multitud de veces como personaje individual. Durante los último cincuenta años ha sido considerado un fantasma, un nombre atribuible en el fondo a toda una enorme tradición de rapsodas y aedos cuyo material de canto compartían y modificaban a su antojo hasta que se dio la primera fijación por escrito, en el siglo VI durante el gobierno del tirano ateniense Pisístrato. Tal ha sido, desde siempre, la tan disputada Cuestión Homérica: ¿existió Homero, o no? Hay que decir que Latacz no puede aportar pruebas tan contundentes a este respecto, como sí ha hecho con Troya, pero de antiguo el análisis de la lengua ha aportado detalles que Latacz recopila desde un punto de vista muy sugestivo, y además, apostando por la existencia de un Homero, un poeta que debió escribir por primera vez la Iliada entre 750 y 700 a.C; un poeta que, si bien no inventó su forma artística, sí la recibió, un poeta que recopiló todo el material escrito en hexámetros hasta entonces divulgado y le dio una forma más o menos homogénea, un poeta de un tiempo de transición que no compuso improvisadamente, como los aedos y rapsodas, sino que escribió su material por primera vez (Latacz, p. 213-4), y gustó tanto que quedó para siempre (una convención en la que incurre Latacz, pues la obra homérica tal como nosotros la conocemos data de mediados del siglo II a.C.). El material con que trabajó Homero fue heredado, y al fijar por escrito y remodelar esa herencia mantuvo numerosos rasgos arcaicos (el Homero del siglo VIII a.C. no pronunciaba la W, pero la mantuvo en su obra como arcaísmo de épocas remotas: Latacz, p. 227-30); e incluso pasajes enteros, como el célebre catálogo de las naves (Iliada II, 495-759), un catálogo de los barcos y pueblos helénicos que participaron en la contienda bélica troyana y que resulta un documento fascinante que Homero no pudo escribir, un documento de naturaleza administrativa adaptado a necesidades poéticas y que viene a demostrar la enorme antigüedad de los materiales que asimiló y refundió el Homero del siglo VIII; redactado entre 1400-1200 a. C., es contemporáneo o más antiguo que la misma guerra de Troya (circa 1250 a.C.). La imposibilidad de que Homero lo escribiera radicaría, según Latacz recuerda y está suficientemente constatado, en que: a) los rasgos lingüísticos demuestran que su composición original data de los siglos XVI-XV a.C. (Latacz, p. 353 y ss.); b) la no mención de las islas Cícladas y de las colonias griegas de Asia Menor indican que el texto es anterior a la helenización de las mismas, por lo que data de época micénica (Latacz, pp. 318-9); c) la mención de ciudades participantes que ya no existían en tiempo del Homero del siglo VIII demuestran que el texto data de cuando sí existían, y esta época sólo puede ser la micénica (pp. 323-6). En definitiva, tanto la historia como buena parte de la obra homérica, antes de ser refundida por este escurridizo Homero del siglo VIII, son contemporáneas de la misma guerra de Troya, si es que ésta en realidad tuvo lugar. Tema siempre oscuro y siempre fascinante, la gestación de la obra que se constituye en el crisol de la civilización occidental todavía puede depararnos sorpresas a la luz de las excavaciones. Mientras tanto, podemos saborear gracias a la fantástica exposición de Latacz el hecho de que una historia que durante siglos pareció ser mentira, cada vez resulta más verdadera. Muy seguramente, concluye Latacz su obra, haya que tomar en serio a Homero.
[1]Joachim Latacz, Troya y Homero. Hacia la resolución de un enigma. Traducción de Eduardo Gil Vera. Ediciones Destino. Madrid, 2003. [Imago Mundi, 28]. Edición original: Troia und Homer. Koehler & Amelang. München Berlin, 2001.
[2]Las nuevas excavaciones desde 1986 hasta la fecha confirman que Troya debió de ser una ciudad importante para la época, con una población comprendida entre 7000 y 10. 000 habitantes. Cf. Latacz, op.cit. p. 112.
[3]Nombres, Wilusa y Taruwisa, de los que debemos consignar que tampoco son hititas, sino provenientes de los primeros pobladores de la región, circa 3000 a.C. (Latacz, p. 130 y ss.).