Doña Maquila y yo hemos comprado una casa. Es una casa más amplia que pequeña, de 270 metros en una sola planta. El proceso de las escrituras y tal llevó un pequeño tiempo, pero más se ha llevado hacer algunas mejoras en la casa y dejarla más o menos acondicionada para que los nuevos habitantes la ocupemos con las mejoras que necesitamos para ubicar no sólo nuestros cuerpos serranos, sino también los cientos y cientos de libros y tebeos que he acumulado durante más de una década de vivir en este país. Por ejemplo, el cuarto que he elegido como estudio (amplio, con un buen ventanal y un tragaluz por el que entra una luz vivaracha que anima a escribir), había sido una vez un dormitorio con cuarto de baño. "Al demonio el cuarto de baño —le dije a los albañiles—, los libros no tienen que ir a mear". La cocina tenía unos muebles anticuados y no nos gustaba el color de las paredes, así que redujimos los muebles a astillas con unas cuantas hachas durante un sábado cervecero. Doña Maquila mandó pintar las paredes de un color más de cocina, algo así como color Fanta con guaraná que, bueno, la verdad es que a mí también me gusta.
Ahora toca el tema de la mudanza. Sobre todo, como he dicho, hay que meter en cajas cientos de volúmenes de manera más o menos ordenada, y luego llevarse las estanterías en las que estos libros reposan. Esto es lo más pesado de todo, y lo tengo que hacer yo personalmente. ¡Dichosos aquellos que sólo tienen que empacar un Nuevo Testamento robado en un hotel de paso, su Código da Vinci y unos pocos ejemplares más del Círculo de Lectores! Así que, como ambos trabajamos pero yo soy quien tiene más tiempo disponible, estoy pasando las tardes empacando libros y tebeos, y llevándolos a la nueva casa. Cuando todo el material impreso esté allí, lo demás será coser y cantar, y para ello llamaremos a una empresa de mudanzas. Como dicen los tanos: Piano piano, va lontano.
Esta es la razón principal por la cual esta bitácora no se actualizará durante un tiempo. No sabría decir cuánto, pero tampoco será demasiado. Supongo que alrededor de un mes. Se cruzan otras cosas, además de la mudanza: mi participación en el próximo encuentro internacional de escritores en la frontera norte, y el hecho de que, durante la segunda semana de septiembre, he de leer algo en un congreso en México.
De todos modos, cuando instale mi trasero en mi vieja silla frente a un nuevo escenario y me sirva un tequila bien frío para volver a conectarme íntimamente con las vibraciones del planeta, mis viejos amigos me tendrán de nuevo aquí. Habrá fiesta de inauguración. Por supuesto, estarán todos ustedes invitados.
Eso será entonces. Ahora es el momento adecuado para hacer un alto en el camino.