martes, septiembre 14, 2010

MAD MEN

A falta de ver la tercera temporada de Mad Men, y mientras transcurre el desarrollo de la cuarta en Estados Unidos, creo que empiezo a entender que algo queda bien claro: Mad Men es la crónica de un derrumbe. El derrumbe de una época, de un tiempo en que las mujeres eran segundonas eternas (la tipología básica de La Odisea: esposas, madres, amantes, hermanas/amigas) pero comenzaron a afilar sus uñas para convertirse en nuestras contemporáneas. Esas a las que nadie puede llamar ya “pequeña” o “muñeca” ni pagarles con viril autosuficiencia la cuenta de las copas o la langosta thermidor. Mad Men es la crónica del derrumbe masculino, la crónica de la emergencia de la mujer de nuestro tiempo. Un fresco delicado y delicioso cuyos personajes complejos reaccionan y se definen ante una sociedad cambiante que al final cambió todo y nos engulló a todos.

Estamos hablando del principio de los años 60. Aquellos años previos al Women´s Lib, al furor hippy, a las comunas, al amor libre y la cultura underground. Pero también vemos cómo esa explosión de libertad ya se gestaba entonces, y sin ser protagonista, aflora cuando es debido en los momentos precisos de una serie formalmente magistral. Aquel derrumbe nos deja atónitos ahora que lo vemos con ojos nuevos, recreado de forma artística hoy mismo, lejos de la naturalidad del cinemascope y technicolor de aquellos años. Pero con ecos de todo aquello a cada paso, como la maravillosa presentación de cada episodio que se inspira en los créditos cincuenteros y sesenteros de Saul Bass. Y también nos azora comprobar que el mundo una vez fue así, que se fumaba tabaco y se consumía alcohol en todas partes y a cualquier hora, que entusiasmaban las mujeres de formas rotundas y gelatinosas. Uno se había acostumbrado a que sólo fumasen los malos de las pelis americanas, y se saca de tiesto con Mad Men donde fuma casi todo el mundo. Como alguien ha dicho, no es la serie adecuada para quien esté intentando dejar el alcohol y el tabaco, y mi caso concreto, me causa cierta desazón ver la serie sin tener cerca una botella de Jack Daniels.

Jon Hamm/Don Draper

Creada por Mathew Weiner, que se fogueó mucho como escritor al lado de David Chase en Los Soprano, Mad Men es la narración de las historias cotidianas de un puñado de publicistas de la Madison Avenue de Nueva York (de ahí el Mad Men del título: Hombres Locos, Hombres Tontos… ¿no sería mejor Hombres Necios, recordando el gran soneto de Sor Juana?). Mad Men no tiene unos inmensos índices de audiencia, pero el clamor universal de la crítica, un público obsesivo y fiel, y el nicho protector de un canal de cable de pago como AMC, donde principalmente se apuesta por la calidad, la salvan de la cancelación. Es, por tanto, una serie en la estela de las legendarias Lou Grant o Hill Street Blues. Weiner ha anunciado recientemente que este gran fresco de los 60 finalizará con su quinta temporada, lo que se hace difícil de creer cuando estamos a punto de ser testigos de la inauguración de la cuarta. ¿Ya queda tan poco para el fin del placer?

A pesar de tratarse de una serie coral, sobresale entre todos Don Draper como protagonista: atormentado, mujeriego, un hombre en perpetua confusión que se inventa a sí mismo a partir de la guerra de Corea sin saber realmente por qué asume una personalidad que no es la suya y se falsea a perpetuidad para vivir por ello una vida basada en el engaño. Draper se convierte en el gran actor de sí mismo, y es precisamente cuando se halla rodeado de los demás cuando interpreta a la perfección el papel de ser quien no es. Un Cary Grant perfecto para el siglo XXI, pero sin su alegre ironía ni sentido del humor. Recuerda más bien al Cary Grant oscuro de las películas de Hitchcok Notorious o Suspicion. Esta es una de las bazas de la serie: cómo en un mundo laboral donde, tanto ayer como hoy, la presencia es la esencia, los personajes fingen una personalidad pública que por una parte definen a la perfección y que por otra les contradice en lo más íntimo. Hay un capítulo de la segunda temporada en la que Joan Harris (interpretada por Christina Hendricks) está en casa con su marido siendo simplemente ella. Cae la máscara de la voluptuosa y de la harpía que interpreta cada mañana en la oficina. Su voz está ahora exenta de texturas cadenciosas y de terciopelo: habla con la fresca espontaneidad de cualquier chica de pueblo. En el escenario del derrumbe que cuenta Mad Men, las personalidades se construyen y se desmoronan a la vista de todos, pero también en el secreto de todos.

Interpretaciones formidables. Se trata de una serie de calidad, con todos los elementos cuidados hasta el más mínimo detalle. Una serie de elaboración reposada donde es más importante lo que se calla que lo que se cuenta, y las miradas, las actitudes, el simple hecho de estar presente en una oficina, suelen ser actitudes muy ricas en matices. No hay lugar para la estridencia. Sus actores, en perfecta y natural simbiosis con sus personajes, están mayúsculos pero siempre contenidos. Sus actrices podrían robarnos el sueño. Incluso la brillante actriz Elisabeth Moss (quien interpeta a Peggy Olsen) demuestra que, sin aparentar una belleza de época o industrial, tiene un carisma innegable y compone un personaje que bordea lo bello y lo siniestro. Más que Christina Hendricks o January Jones. Si la serie hubiera sido concebida para su personaje, sería la enésima y definitiva versión de Betty la Fea.
En este blog nos gusta Christina Hendricks

Seduce por muchas razones Mad Men: por la excelente factura visual y musical (como en Los Soprano, la música tiene la función de un coro que resalta o comenta subrepticiamente la acción); la alegría, la chispeante ligereza de sus imágenes, el alcohol que rebosa por todas partes. ¿Tendrá un final moral, como lo tuvo Los Soprano? Es casi seguro que sí, porque se trata de una producción americana, y quizá convenga un final moralista para compensar tanto exceso molesto de tabaco y de alcohol, un exorcismo de la culpa implícita que todavía siente aquel pueblo que hizo posible Woodstock, Bob Dylan y el Underground. ¿Acaso fuimos nosotros? Se preguntarán muchos decentes votantes no sólo de Bush, sino también del bienintencionado Obama. Esperemos que su final esté lejos porque dicen que la tercera temporada, que cubre el asesinato de JFK, es sencillamente de lo mejor rodado nunca para la televisión.

Más pistas:

Página oficial de la serie: AMC.
Fotos en el último número de Rolling Stone.
Reportaje sobre la serie en el mismo número

3 comentarios:

Anónimo dijo...

Habra que pegarle al mad men a ver que tal esta, suena bien y sobre todo interesante.

Y tu como estas? Que dice la vida por alla? Yo aca en el trabajo duro y tendido aunque la temporada se acaba pronto.

Por cierto hoy empeze clases de Arabe en la Universidad...por fin me anime!

He estado pensando mucho en Ferro y en su sapiencia total sobre los idiomas, algo definitivamente fuera de serie. Un abrazote mi querido Rick!

Edmond Dantes

El Pobresor Gafapasta dijo...

Hay que darle a Mad Men, mi gran Félix. Ferro no tenía una sapiencia total sobre los idiomas, pero sí tenía una humildad total y una total voluntad de comprender al ser humano. No sé qué hubiera dicho de vivir los tiempos que corren. A veces pienso: ¿qué hubiera pensado Ferro de vivir hoy en Juaritos? ¿A qué filósofos nos hubiera obligado a leer?

Nos falta el amable Ferro, nos sobra el desvergonzado Ferriz. Estamos muy jodidos, mi buen. Pero seguimos vivos para contarlo. Y hay que contarlo.

Bien por el árabe. Un abrazo.

Rey Migas dijo...

Y la 5a temporada no va a salir hasta 2012! Lo que sí renovaron fue el http://www.amctv.com/madmenyourself, que es una golosina para fanáticos...