Hace semanas pude al fin extraer tiempo y serenidad para llevar a cabo una de las mejores lecturas de los últimos años: nada más y nada menos que los dos volúmenes integrales de Comanche que Planeta-de Agostini tuvo a bien publicar en 2008 y 2009. Comanche es uno de los grandes títulos de la bande-desinée francobelga, y en concreto una dignísima representante de este último país, Bélgica, en cuyo semanario Tintín se publicaron las historias protagonizadas por Red Dust y los demás integrantes del Rancho Triple 6. Obra maestra escrita por el veterano fabulador de historias Michel Regnier (que firmaba, simplemente, como Greg) y dibujadas por aquel discípulo y cachorro de león que ya era Hermann desde sus comienzos, podríamos decir que Comanche es al western belga lo que Blueberry al western producido en Francia: la obra cumbre representativa. Y como entrar en comparaciones sería odioso al hablar de obras maestras, que cada quien lleve el agua a su propio molino. Podemos dejarlo en que Comanche constituye, junto con Blueberry y el italiano Ken Parker (Milazzo y Berardi) la Santísima Trinidad del cómic western europeo que es como decir del cómic mundial, ya que, salvo notabilísimas excepciones (Casey Ruggles o Lance, de Warren Tufts; Red Ryder, de Fred Harman y millares de comic-books de calidad variable) el mejor western escrito y dibujado es el western producido en Europa.
Tardó el gran Greg en crear este western maduro y crepuscular lleno de personajes recurrentes, unos malvados y otros confusos y entrañables. Se debió a varias razones: el magisterio de Jijé con su vaquero Jerry Spring y más tarde del tándem Charlier/Giraud que, a través de Blueberry, sentaba cátedra y expandía su influencia a lo largo y ancho de Europa; por otro lado, a que Greg pudo empezar a hacer un poco lo que le daba la gana cuando heredó el puesto de redactor jefe de la revista Tintín en 1966 y comenzó a madurar la idea de dar un empujón más adulto a la revista a imitación de los vientos que por aquel entonces soplaban desde Francia y habían elevado de la adolescencia a la madurez a una revista tan emblemática como Pilote. Por último, Greg esperó a que su alumno favorito, el superdotado Hermann formado en su estudio, estuviese maduro para afrontar lo que se pretendía un western diferente. Los años de experiencia mientras ilustraba los guiones de Greg para Bernard Prince habían dado por fin un fruto único de especialísimo sabor.
Y Comanche se inaugura el 16 de diciembre de 1969 en el semanario Tintín. Su protagonista pareciera ser Comanche, la bella heredera de un arruinado rancho, el Triple 6 (o simplemente 666), una muchacha pequeña y morena, delgada como un junco y tan emprendedora como obcecada, en cuyas tareas le ayuda un viejo borrachín llamado Ten Gallons, heredero de la gloriosa estirpe de Walter Brennan en tantos westerns de John Ford, Howard Hawks y otros. Pero un día (El Día, pues tal día se abre la vertiginosa acción de la serie Comanche) llega al 666 un vagabundo descreído, un poco obtuso pero de buen corazón llamado Red Dust, un pelirrojo singularmente bueno para entenderse con su pistola, tan bueno como malo para imponer paz, orden y prioridad en sus pensamientos y emociones. A este trío protagonista se unirán otros personajes secundarios como el cheyene Mancha de Luna, el negro Toby y el juvenil y rubio "Tender Foot" Clem. Pareciera que estamos ante una serie coral (pues alrededor de todos ellos girarán otros personajes, desde los siniestros hermanos Dobbs hasta la "Condesa", que regenta el Saloon del pueblo), pero es sólo en apariencia, pues sobre todos ellos volará con mucha luz propia el gran Red Dust, que acabará por capitalizar el protagonismo de una acción que por lo general lo arrastra de pueblo en pueblo y de conflicto en conflicto.
Comanche alcanzó la cifra de 15 álbumes publicados entre 1969 y 1998. El último álbum de Greg (que éste no pudo concluir; los últimos fueron escritos por Michel Rouge) marcó el fin de esta leyenda del western europeo, de esta serie capaz de sumergirnos en sus paisajes, sus personajes y su acción con una capacidad de absorción que sólo he visto en los mejores westerns de la historia del cine. Comanche nada tiene que envidiarle a muchas de las obras maestras cinematográficas en las que se inspira pero también redimensiona al concederles una nueva fuerza. Y es que si los paisajes de Hermann son formidables (como corresponde a todo buen western, donde ya sabemos que el escenario es un personaje protagonista más), no menos formidables son los guiones de Greg, pero en concreto sus magistrales diálogos, llenos de una fuerza superlativa y de un ingenio para las réplicas alucinante que otorgan a Comanche algunos de los mejores diálogos de la historia del medio. Diálogos prodigiosos. Ya no digo que las tramas sean más o menos originales, que casi nunca lo son, sino que los diálogos bordan unas historias que, quizá, por si solas, no serían la gran cosa. Greg es Shakespeare.
Existe en Comanche, a partir del tercer álbum, cierto tono elegíaco que no sé si debería identificarse con muchas clases de moribundez: quizá con la moribundez del propio género western, quizá con la del cómic europeo del que Comanche fue obra maestra y canto de cisne. Quizá con el ocaso como escritor y hombre de otro tiempo que fue Greg a a medida que la serie progresaba, maduraba y se convertía en obra de culto, en referencia fundamental del género. Yo conocí Comanche de niño, durante mis desordenadas lecturas de la revista Mortadelo durante los veranos. No me gustaba. Me asqueaba, incluso. Me daban asco esos colores cochinos de la época (aquí presento algunas páginas, cortesía de Absence), me saturaba aquella peste a sudor de los personajes, peste a vaca y a estiércol. Para colmo, Mortadelo sólo editaba dos páginas por número, y las fastidiosas historias (incomprensibles para mí, que no seguía semanalmente Mortadelo) se alargaban durante miles de años de manera molesta y absurda. Hoy me da gusto reconocer que era un niño, que mis gustos de hoy no son los del niño que fui. Que no me tira la nostalgia. Que ya soy mayors. Que adoro Comanche.
En lo personal, me fascina ese tono elegíaco de Comanche. Se narra la historia de una muerte, de la muerte de un mundo y de la muerte de cierta clases de ilusiones. Red Dust es el personaje elegido para representar esa agonía lenta, ese calmo morir donde, a medida que Comanche y los habitantes del 666 prosperan, luchan y crecen, el infinito mundo de las grandes praderas se cierra sobre el inadaptado Dust, uno de esos grandes personajes que huyen de sí mismos sin posibilidades de redención. Cada álbum de Comanche es una pieza teatral: personajes muy bien dibujados psicológicamente, diálogos de una riqueza pocas veces vista y leída en el cómic donde Greg demostraba lo difícil que resulta ser escritor, pero sobre todo, lo difícil que resulta ser escritor de diálogos. Feo desprecio le hizo Greg a su discípulo Hermann al asegurarle que nunca sería buen escritor. Como respuesta también despectiva y edípica, flaco favor le hizo su discípulo Hermann al afirmar a los cuatro vientos que “Si sabes dibujar, sabes escribir”. No creo que Hermann, destetado ya de un Greg que se aproximaba hacia el ocaso, haya brillado nunca a la altura de aquel maestro de maestros. Sí, Hermann fue el impecable representador de paisajes, de ambientes y de personajes, pero la hondura de los caracteres que se pasean por Comanche, la profundidad del tempo narrativo y, vuelvo a insistir, unos diálogos profundos y bellos a veces afilados y cortantes como estiletes, otros rebosantes de puro lirismo, eran puro Greg, puro Shakespeare. No cualquiera que sabe dibujar sabe escribir como sólo un puñado de genios ha dominado el diálogo en la novela, en el teatro, en el cine, en el cómic.
Reproduzco a continuación las páginas publicadas en la ya mentada Mortadelo correspondientes a los huecos de la edición de Planeta y también de la original en el mercado francófono. Son las páginas perdidas de Comanche, editadas en su tiempo en la revista Tintín, y recuperadas para nosotros por el gran Absence de El Blog Ausente.
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