Prometeo del siglo XX, odiado y temido en vida, despectivo con la industria y destruido por ella, hombre de cultura enciclopédica y sensibilidad sin parangón, actor inconmensurable, cineasta demiurgo que rivalizaba con Dios en cada momento, megalómano incontenible sin redención, fumador de habanos constante, bebedor de botellas de vino como si fueran de agua, de galones de whisky como si fueran de leche, intérprete ideal para todos aquellos personajes grandiosos y desmedidos que rompen las costuras del traje remendado de la vida del común de los mortales. Todo esto y mucho más, haciendo alarde de imaginación, podemos y podríamos decir de Orson Welles. Una frase del film Blade Runner podría explicar, de manera metafórica, la vida y trayectoria de Orson Welles: “La llama que brilla el doble, dura la mitad de tiempo”. La llama de Welles brilló con tanta intensidad hasta Ciudadano Kane que el resto de su vida pareció sólo el ensayo invertido de su vida previa. Guillermo Cabrera Infante escribió a propósito de su óbito cuando apenas contaba 60 años que en otros casos de fallecimiento podemos decir que nos queda su obra, pero en el caso de Orson sólo nos quedan fragmentos de obra.
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