martes, julio 27, 2004

FIN DE PARTIDA

Esta obra de teatro encierra algo horrible que proyecta una angustia claustrofóbica. Toda la pieza, una de las más importantes de Samuel Beckett, transcurre dentro del símbolo: después del ocaso de la Humanidad, los pocos supervivientes mueren paulatinamente, encerrados en moradas donde se descomponen las costumbres y valores de lo que una vez fue vida social en un mundo habitable. En una pequeña habitación, el ciego y paralítico Hamm convive con su criado Clov intentando reproducir hasta la saciedad las rutinas que sólo en un mundo vivo podrían tener algún sentido: mirar el cielo, oler la tierra, escuchar el mar o tomar un calmante a la hora convenida ya no tienen razón de ser, y a estas rutinas recurren sólo para olvidar, durante la cascada de instantes mortecinos en que se ha convertido la vida, que el cielo ya no puede verse, que la tierra ha dejado de oler, que el  mar se ha secado, que no tiene sentido aguardar durante el largo día la hora de abrir un frasco de calmantes que se ha quedado vacío. El hombre es un ser de costumbres, parece decirnos Beckett durante la obra, y las costumbres deben permanecer aun cuando, como el recuerdo de las últimas flores, han perdido su sentido y su olor. Mientras Nag y Nell, los padres de Hamm, aguardan la muerte habitando dentro de botes de basura, los cuatro protagonistas hablan por hablar y recurren a rutinas que nos recuerdan las pesadillas repetitivas que causan durante la noche las digestiones pesadas. Todo en la obra es símbolo, y en este diálogo entre sordos se nos insiste en la idea de que el ser humano vive una soledad vacía de contenido para la cual no parece existir consuelo alguno.

1 comentario:

Óscar Martín Hoy dijo...

Buena crónica, gran obra. La vi ayer y puedo decir que la sensación de angustia es terrible porque al verla te conmueve totalmente, la sientes muy próxima. No esperaba menos de Beckett.