miércoles, diciembre 08, 2004

LA MUECA DE MARFIL

De la tríada de nombres clásicos de la novela negra americana (Hammett, Chandler, Macdonald) me he quedado de siempre con Ross Macdonald (seudónimo de Kenneth Millar, 1915-1983). A su irónico y lírico detective privado Lew Archer siempre le he visto cara de Robert Mitchum, y a ello debió contribuir una de esas gloriosas películas vistas una noche de sábado durante la adolescencia en que Mitchum intepretaba a Marlowe, la criatura de Chandler. Lo hizo tan bien que me quedé para siempre con Mitchum y lo adapté a Archer. Ha pasado un buen, pero no importa. Sigo leyendo a Macdonald y viendo la cara de Robert Mitchum. Nunca he tolerado demasiado a Hammett ni a Chandler (aunque a éste más que al primero), pero Macdonald me sigue entreteniendo muchísimo. Recién terminada La mueca de marfil (The Ivory Grin, cuarta novela de la serie Archer), he podido disfrutar de nuevo con el humor flemático de Archer, un detective privado canónico mediante cuya narración en primera persona Macdonald pudo llenar la novela negra de una profunda poesía que chapotea entre las sombras y sanguinolentos charcos del más negro y rojo de los géneros literarios. Y cuando digo poesía no me refiero a la expresión de sentimientos bonitos, sino al uso del símil como una forma de expresar con infinita contundencia plástica los sentimientos de los personajes, o el expresionismo de determindadas estampas. Sí, eso es: expresionismo. Macdonald utiliza el símil como los maestros del cine mudo usaban la paleta del blanco, negro y gris: para describir un mundo rico en matices, pero también en contrastes que deforman nuestra percepción de la realidad. Algunos ejemplos: “El cuello cortado se abría como la boca de un dolor inexpresable” (cap. VI, p. 41); “La luz del sol parecía débil y desvaída en el recinto abierto del motel, como si la noche hubiera estado cayendo desde hacía un tiempo insoportable” (cap. VI, p. 44); “Se apoyó en el mostrador con el abdomen repartiéndose por encima como queso fresco en bolsa” (cap. VI, 46); “Parecía enferma. Los manchones amarillo verdosos de bajo los ojos se habían oscurecido y extendido. Con pijama japonés rojo parecía menos una mujer que un duende asexuado envejecido en el infierno” (cap. VIII, p. 60).

Podríamos seguir así, entresacando descripciones y símiles hasta bien entrada la noche, porque son una de las características de Macdonald. Abundan, y son enormemente gozosos porque hace mucho, mucho tiempo que lo más importante de una novela criminal era conocer la identidad del asesino. Eso importa poco, y al menos a mí no me importa nada en absoluto. En este caso concreto, por encima de todo brilla una plasticidad rica en imágenes que vuelva inmune la novela al estropicio que significa cualquier traducción a otro idioma.

Ross Macdonald, La mueca de marfil (The Ivory Grin, 1952). Traducción de Mario Giachinno. Editorial Laia. Barcelona, 1987.

2 comentarios:

Francisco Ortiz dijo...

Magnífico comentario, conciso y sumamente descriptivo. El lírico e irónico Archer: es una descripción formidable. Macdonald es uno de mis escritores preferidos.

Francisco Ortiz dijo...

Vuelvo a leerlo, mientras estoy con la relectura de "La piscina de los ahogados", y me parece que es un texto grandioso de nuevo.