Salón México (1948) es un melodrama clásico con ribetes de cine negro altamente conseguido. El amor obcecado a la suave patria, la alabanza laudatoria y enfermiza de la madre, y el icono paupérrimo y recurrente de la Guadalupana y un ternurismo que se desangra en la vena chapliniana tienen la culpa de que Salón México no sea una obra maestra absoluta del cine de los años cuarenta. Es todavía, sí, una de las muchas grandes películas del cine mundial de los años 40, pero es un exceso en los elementos que provocan la lágrima fácil lo que la exime de una gloria que indudablemente tenía merecida.
Mercedes (Marga López) es una chica pobre (pero de buen corazón) que para costear el buen internado para su hermana Beatriz (Silvia Derbez) trabaja como fichera en el Salón México; allí a veces baila con Paco, un individuo carita, pero carne de cañón, que acaba metido a gángster de chicha y nabo. Mercedes tiene una doble vida: durante la semana es una fichera que habita en una vecindad decadente, pero los domingos se convierte en una verdadera dama que visita a Beatriz y elude con actitud misteriosa toda referencia a su vida y a la fuente de sus ingresos. Mercedes tiene unas necesides económicas desorbitadas que la obligan a “fichar” con individuos de lo más variopinto y casposo, entre los cuales el mejor acabará por ser su maldición: el mentado Paco, que cada vez que regresa de sus infiernos la hunde más en la desesperación. Pero como no todo podía ser penuria, Mercedes tiene un ángel guardián: Lupe López, ínfimo agente de policía interpretado por Miguel Inclán, que tiene la ilusión de llevarla un día al altar. El final es cuchillero, balaceroso y previsible, pero con un resultado global que no lo es tanto. Donde hoy con semejantes materiales de derribo literario sólo se pueden producir telenovelones de ínfima categoría, en 1948 un equipo de profesionales del cine en estado de gracia produjo una excelente película como ésta salvada, principalmente, por una voluntaria recurrencia por parte del Indio Fernández hacia el simbolismo y una fina ironía afilada como estilete.
Merceditas es fichera, pero piadosa. Es a su manera una virgen, pues aunque ha correteado de cama en cama, buena parte de su inocencia continúa indemne (sí, ya sé que esto es lo más inverosímil de toda la película). ¿Dónde viven las virgencitas, desde la Fuensantica a la Guadalupana? Pues las virgencitas viven en el Cielo, y para ilustrar esta idea la escenografía de Jesús Bracho recrea una vecindad piramidal de plástica expresionista que la maravillosa fotografía de Gabriel Figueroa convierte en olimpo astroso y barroco cargado de una poesía visual de lirismo enloquecido. O sea, que Mercedes es una virgen que vive en el cielo de la vecindad al que llega por una larguísima escalera que mucho debe a las películas de ínfulas babilónicas de los años 20. En aquella vecindad de miseria estilizada por el expresionismo de Figueroa (vecindad en la que no vive nadie más, pues nunca vemos vecinos por ningún lado), Mercedes reza a la Guadalupana cada noche antes de dormir y sueña con un futuro mejor para ella y para su hermana (quizá la censura de la época hubiera visto con malos ojos que Mercedes fuera la madre de Beatriz, papel que en realidad asume). Su ángel guardián es el ínfimo Guadalupe López, cuico de infantería convertido en Lupe López con ironía casi cáustica: poli chafón perteneciente a un cuerpo ya entonces corrupto e ineficiente, Lupe López es bondadoso y bienintencionado, pero su extrema torpeza o un hado moralista no salvará a Mercedes de su desgracia final.
La película encadena tres escenas altamente simbólicas que transcurren durante la víspera de la conmemoración de la independencia. En la primera, Mercedes comenta a Beatriz frente a la catedral de México que sólo ante tamaño edificio es capaz de sentir que sus desgracias parecen poca cosa (la religión consuelo de los pobres). En la segunda, las dos hermanas visitar el museo nacional de México, y mientras a sus espaldas vemos las amedrentadoras esculturas de los antiguos aztecas, Mercedes expresa su deseo de que Beatriz pueda escapar a un mundo opresor de amenazas y sombras (ese México ancestral, inmolador y brutal en el que Mercedes vive sumergida y que aparece representado por ese pasado milenario tan presente en el canibalismo actual). Encadenamiento con la tercera escena: las dos hermanas contemplan al presidente Ávila Camacho dar el grito en un Zócalo iluminado e irreal que predice el futuro de la independencia de Beatriz, pero no el de Mercedes, personaje condenado, no sabemos si por imperativos de la moral de la época o por su propia ingenuidad.
La ironía salva a la película de caer en el topicazo infumable y en el telenovelón rancio. El personaje de Lupe López es ya, de por sí, una ironía brutal sobre el papel protector de la policía en la vida social del país, y también una burla encubierta de esos seres pobres y bondadosos que todavía creen que el amor todo lo puede y que veremos cómo le hacemos, y que si no, Diosito ya dirá. La penúltima escena de la película, una vergonzosa escena de final feliz (para Beatriz, no para la pobre Mercedes) que hubieran suscrito con gusto los censores de otras cinematografías, es dinamitada por "el Indio" Fernández al contraponerle la contundente escena final: Lupe López, solo como el gato y con su segundo amor convertido en polvo de estrellas, se sumerge entre las sombras del histórico Salón México mientras un grupo canta, con ironía bastante brutal que hace chirriar las neuronas: “Si Juárez no hubiera muerto/ otro gallo cantaría;/ la patria se salvaría/ y México sería feliz”. Fritz Lang no lo hizo mejor tres años antes con el desolador final de Scarlett Street.
Salón México es una película muy rescatable desde muchos puntos de vista. La fotografía de Figueroa crea unas ambientaciones líricas (la vecindad), y otras llenas de humo y sombras en la mejor tradición del café cantante en el Salón México (ya hubieran querido en Casablanca a Gabriel Figueroa como director de fotografía, pero seguramente era demasiado caro para la Warner Bros). Las interpretaciones son más que eficientes (la belleza de Marga López obnubila a cualquier cristiano, y Miguel Inclán se nos presenta como una excelente y rara simbiosis entre Humphrey Bogart y Anthony Quinn). Melodrama popular, tiene carretadas de arte y sensibilidad puesta al servicio de contar historias para un pueblo llano que esencialmente no ha cambiado en sus gustos y obsesiones. Sólo la excesiva sensiblería de algunas escenas han avejentado este clásico que hoy sería más grato si el Indio hubiera ahondado más en los caminos del género negro que en los del melodrama de arrabal.
A modo de anécdota, cabe decir que hay un trepidante momento de persecución por los tejados del D.F. cuya huella me parece reconocer en la primera escena de Vértigo, rodada por Hitchcock en 1958. Habrá a quien le parezca excesivo aventurar que Hitch podría haberse inspirado en un melodramón mexicano de 1948, pero la condición de artista superdotado de Gabriel Figueroa y su legendaria paleta de blanco, negro y gris, universalmente famosa en los años 40 y 50, convertían cualquier película, por sí misma, en una obra de arte que merecía la pena contemplar. Salón México no es una excepción a esa regla.
Salón México (1948). Dirección: Emilio Fernández. Guión de Emilio Fernández y Mauricio Magdaleno. Música de Antonio Díaz Conde. Fotografía de Gabriel Figueroa. Diseño de producción de Jesús Bracho. Producción de Salvador Elizondo y Fernando Marcos. Montaje de Gloria Schoemann. Intérpretes: Marga López (Mercedes), Miguel Inclán (Lupe López), Rodolfo Acosta (Paco), Roberto Cañedo (Roberto), Silvia Derbez (Beatriz). México. (***).
2 comentarios:
Las hermanas no ven a Cárdenas en el balcón presidencial como dices, sino que es Manuel Ávila Camacho y no Miguel Alemán como debió haber sido, ya que la cinta se filma durante su sexenio.
Me extraña que no hayas comentado los murales del Salón México, que pintó "El Hotentote".
Gracias por la precisión, ya está enmendada la equivocación. El fragmento de Avila Camacho se nota de archivo.
Muy interesante la apreciación que haces en tu blog de los murales. A mí me pasaron de noche.
Saludotes
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