lunes, febrero 14, 2005

OTRO GIGANTE QUE SE HA IDO


La foto que encabeza estas palabras no es a propósito del día de San Valentín. Ya no es noticia, pero no podía dejar de consignar que el pasado jueves falleció Arthur Miller, dramaturgo poderoso de obligada lectura y uno de los dos grandes Miller del siglo XX americano (el otro fue Henry, aquel diablo pelón y pornógrafo que escribió una trilogía consagrada al receptáculo femenino de nuestro deseo: La crucifixión rosada). Arthur Miller murió de fallo cardiaco a los 89 años en su casa de Roxbury (Conneticut) en compañía de sus hijos, nietos y su última compañera sentimental de 34 años. Miller se lanzó a la fama en 1949 con La muerte de un viajante, una obra fundamental para comprender la angustia existencial del hombre medio en el siglo XX y que yo vi, en mi adolescencia, brillantemente interpretada por José Luis López Vázquez en un teatro de Madrid. La muerte de un viajante (en versión original, Death of A Salesman) le dio gloria nacional e internacional. A esta pieza maestra siguieron otras: Panorama desde el puente, Después de la caída, Las brujas de Salem... Fue uno de los valientes que no se convirtieron en chivatos cuando en 1956 debió declarar ante el Comité de actividades antiamericanas para revelar si era comunista y delatar a cuantos comunistas conociese. Miller no soltó la sopa, y los inquisidores de Washington le cancelaron el pasaporte y tomaron represalias contra él.

Durante cinco años (de 1956 a 1961) estuvo casado con Marilyn Monroe (de ahí la foto, no por San Valentín), para quien escribió uno de sus más hermosos papeles en la película The Misfits (1961), aquella obra maestra rotunda de la historia del cine dirigida por John Huston donde Clark Gable, Marilyn y Monty Clift se dejaron la piel. Literalmente: los tres murieron poco después de terminar el rodaje de ese film ominoso y crepuscular en el que vino a morir, también, el clasicismo cinematográfico del viejo Hollywood.

Arthur Miller fue un gigante superviviente de un tiempo de gigantes que hicieron de la palabra la más alta forma de expresión de nuestra condición humana sobre un escenario o sobre una pantalla. El pasado jueves murió con él una época, pues Arthur Miller no era sólo un dramaturgo. Era el único clásico vivo de la gran palabra escénica, esa que cada vez se escucha menos en estos tiempos en que nadie, absolutamente nadie, quiere detenerse un poco para escuchar nada, absolutamente nada.
Posted by Hello

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