Me bebí el charco la última vez con la buena compañía de una obra posiblemente difícil de encontrar, pero que me llenó de satisfacción mientras el pajarraco de metal cruzaba las turquesas cortinas: Lo que cuentan sus ojos, de Carlos Álvarez. No quiero dejar pasar más tiempo sin agradecer a Carlos Álvarez que me proporcionase el salto de charco más divertido que recuerdo.
Lo que cuentan sus ojos quedó finalista en 1999 del Premio Río Manzanares de Novela. No se trata en sentido estricto de una comedia, pero tampoco de un drama. Sin embargo, ambos se entrelazan en la historia de Alberto Cuadrado, un profesional de la informática que un día encuentra entre los puestos de libros viejos de la madrileña Cuesta de Moyano la obra de una tal Áster Ventura. La fotografía de la solapa le obsesionará hasta el punto de construir en torno a esa mujer joven de ojos tristes un mito más grande que la vida: el mito de la mujer que Áster Ventura hubiera debido ser, pero no de la que es. Incluso cuando Alberto Cuadrado llegue a conocer a la misma Áster Ventura, muy conocida de una amiga suya (la extravagante pitonisa Sheila), el empecinamiento de Cuadrado en el amor imaginario le conducirá a desdeñar a la Áster real para refugiarse en la imaginaria. Esta obsesión llamada amor, esta locura de los sentidos, le conducirá primero a la reclusión y finalmente a la cárcel.
La novela, eminentemente cinematográfica en su estructura, tiene el perfume de un tiempo irremisiblemente desaparecido: el de los felices ochenta, aquellos años de la movida y el boom del nuevo cine español. Lo mejor de la trama y del dibujo de los personajes (siempre ágiles y vivos, desenfadados y un tanto fársicos, como en la mejor comedia de costumbres) recuerdan mucho el espíritu de juventud jovial de las primeras películas de Trueba y Ladoire, pero sin llegar nunca a lo almodovariano, que hoy parece la marca de agua de aquel tiempo. En medio del marasmo de la movida, y olvidándonos de la astracanada de los Ozores, también hubo un tiempo para la comedia ligera que bebía de Cukor y de Hawks, y es ésta la línea tonal en que se desarrolla Lo que cuentan sus ojos. No es difícil prestarle rostro a sus personajes, y entonces rememorar un tiempo que, por pasado, fue mejor: Oscar Ladoire hubiera sido un excelente Alberto Cuadrado, Antonio Resines un inconfundible JC, Verónica Forqué una Sheila muy congruente, y Luis Ciges un mendigo más que eficaz. En cuanto a Áster Ventura, la portadora de esos ojos tristes que cuentan mucho más de lo que son capaces de contar sus novelas, lo dejo a elección de los lectores de esta obra desenfadada y ágil, que se bebe de un trago de charco y no deja momento para el sueño o el aburrimiento. Se trata de una novela llena de profunda ironía que, a pesar de la levedad aparente de su prosa y de sus situaciones, intenta a su manera profundizar en una pregunta a la que el tiempo no siempre ha dado respuesta total y satisfactoria: ¿de qué nos enamoramos? ¿De lo que cuentan sus ojos o de lo que en sus ojos soñamos?
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