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Llegó el día tan temido para los fumadores españoles: a partir de hoy 1 de enero, se acabó el humo de tabaco en muchos sitios, principalmente en todos los lugares de trabajo y edificios públicos. Ya hay contempladas multas muy elevadas, mayores que en el entorno europeo, para quien se las quiera dar de listo y encienda un pitillo donde no debe.
Dicen los cancerberos de la moral pública que es por nuestro bien, que los españoles fumamos más que la media europea, y que ahora lo que se lleva, lo políticamente correcto y lo pipirasnáis, es vivir una vida libre de “malos” humos. The New York Times, incluso, nos recuerda haber introducido este deleitoso vicio en Occidente. Se les olvida recordar que fueron ellos quienes ganaron millones con él, y como otro vicio glorioso que es la pornografía, construyeron una mitología consistente alrededor del humo del tabaco con la que también ganaron millones. Ahora, donde dije digo, digo Diego, aseguran nuestros amiguitos. Incluso en Hollywood se insiste en la idea de que sólo debe fumar el malo de las películas. Dicen los papas, o papacitos, de la nueva moral puritana de estos tiempos neovictorianos que hace más daño un actor con un cigarrillo en la pantalla que con una pistola apuntando a la cámara. Adónde vamos a llegar en retórica basura, pero es comprensible por venir de donde viene: Estados Unidos es de donde procede esta nueva moda represora, un país que ama las pistolas, la sangre y el cataclismo, pero tiene miedo del cuerpo de una mujer desnuda.
Los monaguillos de lo políticamente correcto dicen que es por nuestro bien, pero como siempre, es mentira. A los estados modernos nuestro bien les importa un bledo, pero sí les preocupa seguir gastando millones en las enfermedades de los fumadores, que aunque son honrados contribuyentes al fisco, ahora hay que perseguirlos para que fumen menos y chupen menos de la Seguridad Social. Ahora lo guay es enfermarse de enfermedades políticamente correctas, como la depresión de vivir en ciudades contaminadas (y no por el humo de cigarrillo) malviviendo con un sueldo miserable y explotados laboralmente. Esto es ahora lo chido y lo guay.
Por supuesto, se nos olvida recordar (puesto que el recuerdo y la memoria dependen del conocimiento de la Historia, y estos conocimientos hoy día no son políticamente correctos) que de vez en cuando el ser humano tiene la imperiosa necesidad de satanizar, aislar y perseguir a grandes grupos de la población que antes pasaban por ser normales: así ocurrió con los judíos, los homosexuales y los comunistas. Ahora le toca el turno a los fumadores, leprosos del nuevo siglo que podían cultivar públicamente su vicio y ahora deberán recluirse para disfrutarlo. Incluso ya afloran como setas en internet páginas de pago de pornografía fumadora, chicos y chicas que mientras fuman posan desnudos o fornican. Ahora fumar es lo sucio, y como todo lo sucio, es lo que da morbo, y lo que da morbo, en una sociedad puritana de lo políticamente correcto, es lo que da dinero, y hoy el dinero es el único Dios efectivo y creíble.
Queda en el otro lado de la balanza, es justo recordarlo, los riesgos que para la salud encubre, para quien no fuma, soportar la humareda contaminante de quienes cultivan con amor su vicio público. En este sentido la ley es radical: no se podrá fumar en lugares de trabajo. Es justo y es sano para quien no fuma. Queda por ver cada cuánto tiempo se escaparán los fumadores a la calle para echar un pitillo, lo cual inflluirá en el porcentaje total de horas trabajadas por semana, y por esta razón (hecha la ley, hecha la trampa) cuánto tardarán los empresarios tan mimados de nuestros gobiernos en negar el puesto de trabajo a quienes confiesen alegremente ser fumadores.
Por otra parte, no se podrá fumar en bares y restaurantes de más de cien metros cuadrados salvo en zonas aisladas dentro del local que muchos empresarios no querrán construir. En cuanto a los bares de menos de cien metros (alrededor del ochenta por ciento en España), queda a voluntad del dueño permitir fumar en ellos o no, lo que en principio quiere decir que nada va a cambiar. Los españoles que acuden a los bares con frecuencia son mayoritariamente fumadores (así como los extranjeros procedentes de países en los que no se permite fumar en ningún bar). La legislación es salomónica en este aspecto. Comprendo que no se pueda fumar en el trabajo, un lugar donde todo el mundo pasa a fuerzas ocho horas al día, pero que me prohíban fumar en un local donde voy por voluntad propia y estoy haciendo algo tan sano como beber media botella de whisky, me parece un acto de persecución injustificado, sobre todo cuando lo que hago es consumir tabaco, una droga que sigue siendo legal y continúa produciendo grandes y jugosos dividendos a los estados en forma de una subida del impuesto anual sobre productos del tabaco.
Mientras no llega la moda puritana de prohibir fumar en todos los bares para que éstos se llenen de niños, testigos de Jehová y de monjas, podremos seguir algunos disfrutando de la ensoñación del alcohol y del humo del cigarro, dos buenos amigos que llegan siempre para combatir la soledad de estos tiempos donde se nos olvida que el hombre se compone de vicios y de virtudes, y que ambos deben ser cultivados por voluntad propia, pero también respetados dentro de una sociedad menos hipócrita, empezando por la que ha iniciado toda esta persecución: una sociedad puritana y enormemente hipócrita que, de vez en cuando, necesita efectuar su caza de brujas o su ley seca. Lo que es lastimoso es que en esta ocasión, los países del entorno internacional les sigan la corriente integrista y sin matices. A ambos les identifica el mismo amor: el amor por sanear las finanzas públicas, aun a costa de perseguir nuestros vicios en nombre, cuando les conviene, de la Salud y del Bien Común.
Otro día disertaré sobre la penalización de la prostitución y de sus clientes. Otro tema bonito, hijo de la hipocresía y lo políticamente correcto. Ya estuvo bien de rollo para empezar el año. Me voy a mi bar favorito a tomarme unos whiskies y a echar humo como chacuaco mientras me dejen.
P.S: En la foto, Paul Muni en Scarface, de Howard Hawks, en compañía de un buen amigo disfrutando un buen tabaco.